Sardari les conseguía a los judíos iraníes en Francia papeles falsos para que pudiesen abandonar el país.
Eliane Senahi Cohanim tenía siete años cuando huyó de Francia con su familia. Todavía se acuerda de cómo se aferraba a su muñeca favorita y se hacía la dormida, cada vez que el tren en el que viajaba se detenía en un puesto de control nazi.
«Me acuerdo de que en todas partes, cuando estábamos huyendo, nos pedían nuestros pasaportes. Mi padre los entregaba. (Los guardias) los miraban y luego nos miraban a nosotros. Daba miedo, mucho, mucho miedo».
Eliane y su familia formaban parte de una comunidad pequeña de judíos iraníes que vivían en París y sus alrededores.
Su padre, George Senahi, era un próspero comerciante de textiles. La familia vivía en una casa grande y cómoda en Montmorency, a unos 25 kilómetros al norte de la capital francesa.
Viaje peligroso
Cuando los nazis invadieron París, los Senahi trataron de escapar a Teherán. Se escondieron primero durante un tiempo en la campiña francesa, pero luego fueron forzados a regresar a París, que para ese entonces estaba bajo el control de la Gestapo.
«Recuerdo su actitud. La manera en la que los oficiales caminaban con sus botas negras. Creo que para un niño, el sólo hecho de mirarlos ya daba miedo», dice Cohanim desde su hogar en California, Estados Unidos.
Al igual que otros integrantes de la comunidad de judíos iraníes, el padre de Eliane acudió a la misión diplomática iraní en París en busca de ayuda.
Abdol-Hossein Sardari les consiguió todos los documentos necesarios para que la familia pudiese viajar por la Europa ocupada por los nazis, un viaje de un mes inundado de peligros.
«En las fronteras, mi padre siempre estaba temblando», recuerda Eliane, pero dice que su padre era un «hombre fuerte» que siempre se ocupó de hacerle sentir a su familia que «todo saldría bien».
Esta abuela de 78 años vive desde hace 30 años en California con su esposo Nasser Cohanim. Ella no duda de quién le salvó la vida a ella y a su hermano Claude.
«Me acuerdo que mi padre siempre nos decía que pudimos irnos gracias a Sardari. Mis tíos y mis abuelos vivían en París y gracias a él no les hicieron daño. A los que no lo tuvieron a él se los llevaron, y nunca más supimos de ellos».
«Creo que Sardari era como Schindler en ese momento, ayudando a los judíos de París», dice Eliane.
Como Oskar Schindler, el empresario alemán que salvó a más de 1.000 judíos durante el Holocausto ofreciéndoles empleos en sus fábricas, Sardari fue un héroe singular.
Propaganda nazi
En su libro «Bajo la sombra del león», Fariborz Mokhtari describe a Sardari como un joven soltero de buen vivir que de pronto se encontró dirigiendo la misión diplomática, a comienzos de la II Guerra Mundial.
Aunque oficialmente era neutral, Irán tenía gran interés en mantener una sólida relación comercial con Alemania. Este arreglo le convenía a Hitler y por ello, la maquinaria de propaganda nazi determinó que los iraníes eran arios y racialmente cercanos a los alemanes.
Sin embargo, los judíos iraníes en París eran víctimas de abusos y persecuciones y con frecuencia, los informantes los identificaban ante las autoridades.
En algunos casos, la Gestapo recibía información cuando un niño judío recién nacido era circuncidado en el hospital. Las madres debían reportar el hecho ante las autoridades para recibir una estrella amarilla que debían colocar en sus ropas y entregar sus documentos para que les pusieran una estampilla declarando la identidad racial.
Sardari utilizó su influencia y sus contactos alemanes para obtener dispensaciones para más de 2.000 judíos iraníes y posiblemente otros, argumentando que estos no tenían lazos sanguíneos con los judíos europeos.
También pudo ayudar a muchos iraníes -incluyendo miembros de la comunidad judía- a regresar a Irán, otorgándoles los nuevos pasaportes que necesitaban para viajar por Europa, y que habían sido introducidos cuando cambió el régimen en el país en 1925.
Cuando Reino Unido y Rusia invadieron Irán en septiembre de 1941, la misión humanitaria de Sardari se tornó más peligrosa.
Irán firmó un tratado con los aliados y Sardari tendría que haber regresado a Teherán lo más pronto posible.
«Trucos judíos»
Pero a pesar de haber sido despojado de su inmunidad diplomática y estatus, Sardari decidió quedarse en Francia para seguir ayudando a los judíos iraníes, poniendo su propia vida en riesgo y utilizando su propio dinero para financiar su oficina.
Sardari le dijo a los nazis -a través de una serie de cartas y documentos- que el emperador persa Cyrus había liberado a los judíos exiliados en Babilonia en el año 538 A.C. y que ellos habían regresado sus hogares.
Más tarde, alegaba Sardari, un reducido grupo de iraníes se sintió atraído por las enseñanzas del Profeta Moisés. Y, estos iraníes seguidores de Moisés, no eran parte de la raza judía.
Fue así como Sardari, explotando las contradicciones internas de la ideología nazi, logró que a este grupo se le tratase de forma diferente. En diciembre de 1942, los pedidos de Sardari llegaron a oídos de Adolf Eiochmann, un alto funcionario nazi a cargo de Asuntos Judíos, que determinó que las aseveraciones del exdiplomático eran «típicos trucos utilizados por los judíos para camuflar información».
De todos modos, Sardari pudo seguir ayudando a las familias iraníes judías a escapar de París, en momentos en que cerca de 100.000 judíos eran deportados de Francia a campos de concentración.
Durante su vida, Sardari nunca buscó reconocimiento por lo que hizo, insistiendo que sólo estaba cumpliendo con su deber. Murió solo en una habitación de alquiler en el sur de Londres, en 1981, después de haber perdido su pensión de embajador y sus propiedades en Teherán, tras la revolución iraní.
Reconocimiento tardío
Su trabajo fue reconocido en 2004 en una ceremonia en el Centro Simon Wiesenthal en Los Ángeles, Estados Unidos. Mokhtari, autor del libro que cuenta su historia, confía en que dando a conocer su labor a través de los testimonios de los sobrevivientes, el público podrá tener una idea menos prejuiciosa sobre Irán y los iraníes.
«Aquí tienes a un musulmán iraní haciendo todo lo posible, incluso arriesgando su vida, y ciertamente su carrera y sus propiedades y todo lo demás para ayudar a otros iraníes», dice.
«No hay diferencias del tipo ‘yo soy musulmán, él es judío’ ni nada parecido».
Mokhtari cree que esta historia ilustra «la tendencia cultural general de los iraníes a ser tolerantes», que, en el clima político actual, muchos pasan por alto.
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