En los centímetros finales del dramático y doloroso siglo XX, apareció en Francia uno de los libros más importantes de nuestra era: El Libro Negro del Comunismo: Crímenes, Terror, Represión. Publicado el mismo año que marcaba el 80 aniversario de la Revolución Bolchevique, es una de las más potentes y bien documentadas denuncias de la naturaleza criminal de aquella ideología política jamás escritas, (su versión española -Ediciones B- es de 1055 páginas). Entre los once autores de la obra, varios de ellos eran ex trotskistas y maoístas. Dentro del año de su publicación vendió más de cien mil ejemplares. Prontamente fue traducido al alemán y al italiano, y fue posteriormente publicado en España, Portugal, Brasil, Bosnia, Inglaterra, Suecia, Polonia, Bulgaria, Turquía y Estados Unidos entre otros países. No habían pasado cinco años de su aparición que la edición ya contaba con más de 800.000 ejemplares. Tony Judt (no precisamente un derechista) dijo de la obra que “aquellos que han empezado a olvidar serán forzados a recordar de nuevo”. Jacob Heilbrunn indicó en The Wall Street Journal que el texto “constituye una obra maestra” y “un ajuste de cuentas”. En las páginas de The New York Review of Books Alan Ryan observó: “es una acusación criminal, y debe leerse como tal”.
La obra conmocionó a la sociedad francesa hasta sus cimientos. De tal magnitud fue el debate suscitado que al año emergió un libro que documentaba la controversia, bellamente titulado Un cascote contra la historia. También al año los más radicales de sus detractores publicaron una “respuesta” –El Libro Negro del Capitalismo– que contaba entre sus numerosos colaboradores a Jean Ziegler, cofundador del (orwelliano) Premio Muhamar Qaddafi a los Derechos Humanos.
Tal como uno de los autores del Libro Negro del Comunismo, Andrzej Paczkowski (Director del Departamento de Historia Contemporánea de la Academia Polaca de las Ciencias) sintetizó en un ensayo de 2001 en The Wilson Quarterly, el libro básicamente lanzó tres cascotes contra la Historia. El primero fue cuestionar la noción de la pureza leninista estropeada por el salvajismo de Stalin. Según estos historiadores, Lenin y sus camaradas planearon el politicidio de sus súbditos, lo cual llevaba a preguntarse si el terror es inherente a la doctrina marxista. El segundo cascote fue presentar evidencia incontestable sobre las atrocidades de los regímenes comunistas y los extremos a los que llevaron a sus poblaciones cautivas. En Corea del Norte, Kim Il Sung ordenó liquidar a los enanos. En Rumania, prisioneros fueron forzados a torturarse entre sí. En Cuba, los homosexuales fueron enviados a campos de reeducación. Donde fuera que los comunistas tomaron el poder -Checoslovaquia, Camboya, Alemania, Cuba, Hungría, China, Vietnam, Rusia- el oscurantismo todo lo cubrió. Fuese en la zona geográfica que fuese, e independientemente de la tradición religiosa o cultural local, el sometimiento del individuo y el terror de masas fue la norma del comunismo.
El tercer cascote, según Paczkowski, causó la mayor polémica. El editor principal, Stéphane Courtois (Director de Investigaciones del Centro Nacional de Investigaciones Científicas, adjunto a la Universidad de Paris X), demostró que mientras que los nazis masacraron a veinticinco millones de personas, los comunistas asesinaron alrededor de cien millones en el siglo XX. Advirtiendo que él no buscaba hacer una “macabra aritmética comparativa”, observaba con desconcierto, sin embargo, que mientras que el régimen nazi es considerado el más criminal del siglo, el comunismo conservó toda su legitimidad mundial hasta 1991 y aún tiene adeptos.
Varias razones pueden explicar este ejercicio en memoria selectiva. A diferencia del nazismo, cuya retórica violentamente supremacista preanunció sus intenciones, las promesas del comunismo fueron amables: la igualdad entre los hombres, una sociedad más justa, un mundo mejor para todos. Así, las acciones nazis son vistas como resultado de las palabras nazis, pero las acciones de los comunistas son vistas como perversiones de la retórica comunista. A diferencia de la Alemania post-Segunda Guerra Mundial, que admitió sus crímenes contra la humanidad, Rusia, China y los demás países comunistas nunca lo hicieron. Mao todavía adorna billetes en circulación en Beijing. En Berlín hoy en día sería inconcebible una estampilla en honor a Hitler. Las atrocidades perpetradas por los nazis son conocidas, merecidamente. La barbarie comunista lo es menos. Esta ignorancia tiene raíces en un hecho lastimoso: parte de la izquierda aún no ha repudiado al comunismo. El educador norteamericano Dennis Prager, quien ha ofrecido las explicaciones arriba citadas, concluye: “Incluso peor que ser asesinado o esclavizado es un mundo que ni siquiera sabe que lo fuiste”.
El Libro Negro del Comunismo fue oportunamente publicado; debía pertenecer al siglo XX. Además, con el advenimiento del siglo XXI y el resurgimiento del islamismo, la opinión pública pasó a enfocarse en una nueva amenaza a la democracia liberal y a la civilización occidental. La conversación global quedó atrapada por los atentados del 9/11, la política de Estados Unidos hacia el Medio Oriente, las divisiones transatlánticas, Al-Qaeda e ISIS, el programa nuclear de Irán y otros asuntos geopolíticos más urgentes a la realidad actual que los pecados pasados del comunismo.
Este año se cumplen dos décadas de la aparición de esta obra esencial, que junto con otros textos definitivos –El Archipiélago Gúlag de Alexander Solzhenitsyn y Los nuevos trajes del Presidente Mao de Simon Leys, por nombrar sólo dos- ha arrojado el cascote definitivo contra el vitraux de mentiras con el que los comunistas pretendieron colorear su empresa criminal.
http://blogs.timesofisrael.com/the-book-that-settled-scores-with-history/
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