Isaac Herzog se apresuró a utilizar de nuevo la calumnia fascista al cargar contra la propuesta del ministro de Educación, Naftalí Bennett, de implantar un código de conducta en la Academia, código formulado por el prestigioso filósofo -y ganador del Premio Israel- Asa Kasher, que no se ajusta precisamente al perfil de ultraderechista.
Herzog despotricó contra el código declarando:
- Es un acto grave que daña uno de los más mayores poderes del pueblo judío y el Estado de Israel: el derecho a debatir y a expresar opiniones distintas.
“Cuando amordazas a poetas, escritores, artistas, actores, jueces y periodistas, y ahora a académicos, te acercas peligrosamente al [aquí viene] fascismo”, añadió ominosamente.
Esto es, por supuesto, una tergiversación malintencionada. Después de todo, el referido código de conducta es una respuesta a la inhibición e intimidación que sienten muchos estudiantes cuando expresan opiniones que divergen de las expuestas por sus profesores de la izquierda radical, así como al reducido abanico de filosofías políticas que se les imparte.
Aunque he expresado mi escepticismo sobre la eficacia de la iniciativa de Bennett, es manifiestamente ridículo acusarlo de “amordazar” a los profesores. El código no afectará a la investigación, a las publicaciones, a las presentaciones en conferencias o a las actividades públicas extracurriculares. En lugar de restringir el debate, el código lo ampliaría al ocuparse del dominio de la izquierda sobre el discurso académico.
Si alguien tiene dudas sobre ese dominio exclusivo de la izquierda, le reto a que identifique a un solo profesor titular (y desde luego a cualquier académico junior que aspirase a la titularidad) en cualquier gran institución educativa que cuestionase abiertamente el proceso de paz de Oslo, advirtiera de la muerte y destrucción que llevaría a judíos y árabes por igual y urgiera al Gobierno israelí, pública e insistentemente, a que abandonara ese peligroso rumbo.
¿La traición como característica de la democracia liberal?
Una barahúnda similar, con graves alertas de fascismo, hizo eclosión cuando la controvertida ministra de Cultura, Miri Reguev, presentó el proyecto de ley imprudentemente denominado Lealtad en la Cultura.
Ahora bien, la legislación vigente ya estipulaba que el Estado puede, en efecto, retener fondos de instituciones que inciten al racismo, la violencia o el terrorismo, apoyen el conflicto armado/terrorismo contra Israel, nieguen la existencia de Israel como Estado judío y democrático, conmemoren la creación del Estado de Israel/Día de la Independencia como un día de luto (Nakba) o deshonren/vandalicen la bandera israelí u otros símbolos del Estado.
Así que, en la práctica, lo único que el proyecto hacía en realidad era transferir la competencia del Ministerio de Finanzas, cuyas sanciones no se hacían cumplir con suficiente rigor, al de Cultura, donde tal vez las cosas fueran distintas. Además, no ordenaba ninguna restricción a la libertad de expresión; cualquier institución cultural que sienta la necesidad de llevar a cabo actividades culturales que inciten al racismo o la violencia, o apoyen el conflicto armado o elterrorismo contra Israel, es libre de hacerlo. Pero no deberían esperar que el Estado subvencione la subversión o financie su propia desaparición. A juzgar por los ataques verbales de la izquierda contra el proyecto, pareciera que muchos piensan que eso es exactamente lo que debería hacer Israel.
La vehemente denigración del término lealtad podría llevarnos fácilmente a creer que la izquierda considera la licencia para traicionar un sello distintivo de una democracia liberal libre de fascismo.
Es difícil exagerar el daño estratégico
Es difícil exagerar el daño que la denigración doméstica de las credenciales democráticas de Israel inflige al país.
Israel se enfrenta hoy a un peligroso reto estratégico en forma de campaña internacional para deslegitimarlo, aislarlo en la comunidad global y apartarlo de sus aliados presentándolo como un país indigno de apoyo. Los más hostiles enemigos de Israel se vuelcan ansiosamente sobre estas absurdas caracterizaciones de país fascista, en su incesante empeño por desacreditarlo, deslegitimarlo y demonizarlo.
Así, la web iraní Pars Today suele abalanzarse sobre las denigrantes diatribas de Herzog, exhibiéndolas en un lugar destacado y en varios idiomas como supuesta muestra de las realidades de Israel. Un estridente titular de su edición en portugués presentaba a Israel como una sociedad mortalmente fracturada: “Herzog: Israel está al borde de una guerra civil”. Citaban las declaraciones del jefe de la oposición al valorar la ley de transparencia, de la que decía: “Simboliza el fascismo que está floreciendo en la sociedad israelí”. La edición en inglés publicó una pieza cuyo titular citaba una advertencia de Herzog: “Los políticos israelíes están incitando al odio y al racismo”. En el cuerpo de la noticia se decía: “El presidente (…) del Partido Laborista culpó (…) al Gobierno del primer ministro, Benjamín Netanyahu, de la preponderancia del creciente discurso fascista”.
Pars Today también se apresuró a explotar una de las tóxicas invectivas de Herzog en la Knéset, titulando estruendosamente en su edición en hebreo del día siguiente: “Herzog: Israel padece ultranacionalismo y está infectado con el germen del fascismo”.
Caray, me pregunto qué palabra se usa para describir a alguien que perjudica sistemáticamente los intereses estratégicos de su país.
Es hora que la izquierda reconozca al ‘Otro’
El mero hecho de que la oposición de izquierdas pueda castigar continuamente a la actual coalición de Gobierno con total impunidad, sin temor a represalia alguna, es probablemente lo que con mayor rotundidad refuta sus reiteradas acusaciones de “fascismo”.
¿Qué régimen fascista que se precie de serlo toleraría esa actitud recalcitrante? Sus responsables habrían sido enviados hace, y de inmediato, o bien a la cárcel o bien al más allá.
Sin duda ha llegado la hora de que la oposición de izquierdas se dé cuenta de que su temeraria retórica inflige un terrible e injustificado daño a su país; sin duda ha llegado la hora de que desista de esa táctica atroz para obtener réditos electorales, especialmente porque se ha demostrado que es irremisiblemente ineficaz.
En este sentido, quizá la izquierda haría bien en recordar que siempre se ha enorgullecido de su aceptación del “Otro”. Así que, en su búsqueda del gran éxito en el proceso democrático, tal vez sea el momento de que sus representantes acepten la existencia del “Otro” y se reconcilien con la idea de que la gente que piensa distinto de ella está tan legitimada para hacerlo como quienes sólo parecen distintos a ella.
© Versión original (en inglés): The Algemeiner
© Versión en español: Revista El Medio
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