Turquía –y su relación Estados Unidos– está descarrilando de tal manera que ya no hay modo de estar al tanto de todo lo que pasa, salvo que lo sigas por motivos profesionales o recibas alertas de Google en tu bandeja de entrada.
¿Por dónde empezar? Podríamos hacerlo, supongo, por el hecho que un tribunal turco haya condenado in absentia a una periodista de The Wall Street Journal a dos años de cárcel por “promocionar a una organización terrorista”. ¿Cuál fue su verdadero delito? Entrevistar y citar a miembros del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK). Es decir, hacer su trabajo.
La reportera, Ayla Albayrak, está ahora en Estados Unidos, así que el presidente Recep Tayyip Erdogan no puede ponerle sus sucias garras encima, pero que esto sirva de lección para todos los periodistas que escriben sobre Turquía. Podéis ser y seréis condenados a prisión.
Seas o no periodista, los estadounidenses pueden ser enviados a la cárcel por el mero hecho de estar en Turquía. El año pasado, el régimen arrestó y encarceló al pastor estadounidense Andrew Brunson, que llevaba décadas viviendo allí, bajo una falsa acusación de terrorismo. Está encerrado junto con otros miles de personas inocentes por unas supuestas relaciones con Fethullah Gülen, el clérigo exaliado de Erdogan que vive exiliado en una zona rural de Pensilvania y que ha sido acusado del fallido golpe militar del verano de 2016.
Por si acaso creen que esta gente es de verdad culpables de algo, tengan en cuenta esto: un científico de la NASA también está encarcelado. Las autoridades lo detuvieron cuando estaba allí de vacaciones. ¿Cuáles son las pruebas contra él? Tener una cuenta en un banco supuestamente “vinculado” a Gülen, sea lo que demonios sea que signifique eso, y una factura de un dólar en el bolsillo, que es como supuestamente se identifican los gulenistas entre sí.
Estas son sólo tres de las personas castigadas gratuitamente por el régimen. Hay decenas de miles más que han sido purgadas de sus trabajos, encarceladas o ambas cosas.
Si alguna vez se ha preguntado en serio si los líderes políticos que se revuelcan en las teorías conspiratorias son peligrosos o simplemente exasperantes, no tiene más que mirar a Erdogan. Los teóricos de la conspiración que logran rendir un Estado a su voluntad son capaces de infligir una extraordinaria destrucción a un número prácticamente ilimitado de personas.
He escrito sobre Estados policiales en anteriores ocasiones. Me he arriesgado a la deportación por hacerlo incluso en los países comunistas. En lo que respecta al trato a periodistas, el régimen turco es más opresor incluso que los de China o Cuba. Turquía ha encarcelado a más periodistas que cualquier otro país del mundo. Erdogan dice que son todos terroristas. Probablemente ninguno lo sea. Las acusaciones de terrorismo en Turquía son sólo ligeramente más creíbles que las acusaciones de brujería en Salem hace 300 años.
Si es posible que aún no estén ustedes demasiado convencidos, sepan que el director de Amnistía Internacional en Turquía también se enfrenta a quince años de prisión por terrorismo.
Entre tanto, un empleado del consulado estadounidense en Estambul fue arrestado por “facilitar la huida” de algunos “gulenistas”. El Gobierno de Estados Unidos respondió negándose a emitir visados para no inmigrantes a cualquier persona procedente de Turquía, y el Gobierno turco respondió de la misma manera. Así que si es usted estadounidense y tiene planes de visitar Turquía próximamente, por negocios o turismo, lo siento. No puede.
En las actuales circunstancias, es probable que tampoco pudiese ir de todos modos. Turquía mantiene retenidos a varios rehenes y no le da ningún apuro admitir que lo son. “Devolvednos al pastor”, dijo el propio Erdogan el mes pasado. “Vosotros también tenéis un pastor. Entregádnoslo [a Gülen]. Entonces le juzgaremos [a Brunson] y os lo daremos (…) El [pastor] que tenemos está siendo juzgado. El vuestro no, está viviendo en Pensilvania. Nos lo podéis entregar fácilmente. Nos lo podéis entregar enseguida”.
Ni que decir tiene, no es así como se supone que debe comportarse un aliado de la OTAN. Tomar rehenes es un acto de guerra. Es lo que hace Irán. Es lo que hace Corea del Norte. Es lo que hace Hezbolá. No es lo que hacen genuinos aliados como el Reino Unido, Francia, Canadá o Alemania.
Erdogan no va a calmarse si Estados Unidos no deporta a Gülen, lo que Washington se niega a hacer, ya que hay escasas pruebas de que el exiliado tenga algo que ver con el intento de golpe del año pasado, pero abundantes de que sería imposible que el anciano recibiera un juicio justo si fuese mandado de vuelta a Ankara, ni siquiera con los mejores abogados del planeta. Erdogan, probablemente, no se calmará aunque logre arrojar a Gülen a una mazmorra o llevarlo al patíbulo. Stalin ni siquiera se calmó después de que uno de sus matones despachara a su rival, León Trotsky, con un piolet en la ciudad de México; ni se calmó el ayatolá Jomeini después de que el sah Reza Pahlevi muriera de cáncer en Estados Unidos en 1980. Los teóricos de la conspiración autoritarios jamás se sacian. No hay sino que resistirles hasta que sean derrocados o mueran.
Turquía sigue en la OTAN. Veremos si por mucho tiempo.
© Versión original (en inglés): World Affairs
© Versión en español: Revista El Medio
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