La tarea de un científico, sostenía Robert P. Crease (Philosophy of Physics), es la de observar y describir, en lugar de juzgar y prescribir. El caso del periodismo no parece, a priori, ser distinto: observar y describir. Y, aun así, acaso en el informativo más que en ningún otro ámbito, sobre todo se juzga y se prescribe. Y además desde el desconocimiento y el prejuicio más elementales.
Edward H. Carr (¿Qué es la Historia?) decía que la tarea del historiador de respetar los hechos no se acaba con su obligación de ver que sean correctos, sino que debe tratar de sacar a la luz todos los datos conocidos o conocibles relevantes para el asunto que esté abordando. Algo que, otra vez, parece adecuarse cabalmente a la labor del periodista. Mas, en lo tocante a Israel, los periodistas parecen tener, ya directamente, un problema con los hechos. Y cuando los hechos comienzan a ser algo irrelevante, los textos devienen parientes más cercanos a la fábula que a la información, aunque su formato sugiera lo contrario.
El astrónomo y astrofísico Carl Sagan –famoso por la excelente serie Cosmos–, en el capítulo “El sutil arte de detectar disparates” de su libro El mundo y sus demonios: la ciencia como una luz en la oscuridad, decía que a los niños les decimos que Papá Noel y el Ratoncito Pérez existen por razones que pensamos emocionalmente sólidas. Pero los deshabituamos a esos mitos antes de que crezcan. ¿Por qué retractarse?, se preguntaba el científico. Pues porque su bienestar como adultos depende de que conozcan el mundo tal y como es.
Los medios de comunicación en español hacen caso omiso de este paso del mito a la realidad al tratar al líder palestino Mahmud Abbas. De pronto Papá Noel vuelve a existir, pero esta vez no para el fantasioso regocijo infantil, sino para una audiencia adulta. Ya no se alimenta la ilusión a través del mito, sino de la doctrina, la ideología.
Abbas entonces resulta ser “moderado”. Un líder abocado a la paz. Benefactor de la no violencia. ¿Dije Papá Noel antes? En su caso se trataría más de una suerte de benévola figura bíblica. O un mítico héroe griego. Sin mácula. Blanco como su cabello. Aun así, seguiremos con Papá Noel.
Para sostener esta mistificación, como para mantener la blanca mentira de Santa Claus, hace falta callar (y acallar) mucho y soslayar otro tanto. Los niños no pueden saber que el tío Emilio es quien se oculta debajo del disfraz del nórdico bonachón, ni el lector conocer los verdaderos puntos de vista de Abbas y de Fatah, la organización que lidera.
Sagan ofrecía una especie de juego de herramientas básicas para dotarse de un pensamiento escéptico. La idea es comprender y construir argumentos razonados y, esencialmente, reconocer aquellos que son falaces o fraudulentos.
Siempre que sea posible, planteaba Sagan, debe haber una confirmación independiente de los hechos. En el caso que nos compete, por el contrario, algo que parece no fallar nunca es la utilización de fuentes con un marcado sesgo a favor de los palestinos, cuando no, directamente, contra Israel. Y es que todo indica que no se pretende confirmar hecho alguno, sino aseveraciones, impresiones y prejuicios; es decir, la imagen preconcebida y prefabricada.
Sagan proponía igualmente cuantificar. En la medida de lo posible, claro está, puesto que buena parte del material con el que trabaja el periodismo tiene que ver con cuestiones cualitativas. Pero veamos cómo podría llegar a aplicarse una cuantificación al tema que nos ocupa. Por ejemplo: desde 1994, dos presidentes de la Autoridad Palestina, Arafat y Abbas –el segundo, electo para un mandato de 4 años… ¡Hace 13!–, han negociado con Rabin-Peres (Laborista), Netanyahu (Likud), Barak (Laborista), Sharón (Likud), Olmert (Kadima), Netanyahu (Likud). El número de jefes israelíes de Gobierno crece, claro está, si nos remontamos a 1967: hasta nueve primeros ministros de diversas extracciones políticas. No sólo el número de mandatarios israelíes es mayor, sino el abanico ideológico.
Pregunta para periodistas: ¿Dónde podría hallarse el mayor obstáculo para la paz?
Otro ejemplo: los medios se han empalagado de tanto mencionar la palabra UNRWA seguida de “crisis financiera” y “recorte del presupuesto por parte de Estados Unidos”. Amén de que no explicaron nada de las muchísimas controversias que rodean al organismo de la ONU, se les pasó que, mientras pontificaban con tono moral sobre el recorte (de 65 millones de dólares), la Autoridad Palestina compraba por 50 un avión privado para su presidente (Abás). Y no mucho antes se sabía que esa misma Autoridad pagó el pasado año nada menos que 350 millones a palestinos presos en cárceles israelíes por llevar a cabo ataques terroristas.
Hay más números que podrían indagarse:
– Coste de la corrupción palestina vs. ayudas financieras internacionales.
– Número y tipo de negocios de los hijos de Abbas; y los beneficios que les reditúan;
– Monto de los contratos de las empresas de los hijos de Abbas con la Autoridad Palestina.
Pero no serán indagados.
Porque los medios, en su práctica totalidad, parecen creer que lo que dicen Crease, Carr, Sagan y otros sobre la imparcialidad no tiene que ver con ellos; es decir, no tiene que ver con la parte que les toca en aumentar el conocimiento sobre las cosas. Ellos van en sentido contrario: que las cosas no se conozcan tal como son, sino antes bien como sirvan a sus propósitos ideológicos.
Como Papá Noel, el “afable Abbas” y el “moderado Fatah” no precisan más explicación que su sencilla formulación (el silencio raramente requiere esfuerzo alguno): uno, del Polo Norte y con un trineo volador; los otros, de Oriente Medio y víctimas de un tirano malvado. Un típico cuento que parece obedecer a los parámetros de la mitología occidental; porque Abás y Fatah, así retratados, no son sino un producto de esta narrativa.
Como Papá Noel o los héroes míticos, los Abbas y Fatah saneados y convertidos en virtuosos no existen. Y, a diferencia de Papá Noel, no traen regalos.
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