Las fronteras que rodean los 365 kilómetros cuadrados de Gaza están fuertemente vigiladas por sus vecinos, Israel y Egipto, y su línea de costa está sometida a bloqueo. Israel logra últimamente detener los cohetes que la organización radical palestina Hamás, que gobierna la Franja, dispara contra sus localidades meridionales; además, dice haber dado con un sistema que el año que viene le permitirá clausurar los túneles mediante los cuales los terroristas contrabandean armas y bienes.
El último día de marzo, 30.000 gazatíes se congregaron para protestar en cinco puntos próximos a la frontera. Los organizadores lo publicitaron como el primer episodio de una creciente serie de protestas que culminará en una Gran Marcha del Retorno el 15 de mayo, 70º aniversario del Estado de Israel. Cuando la multitud avanzó por los 270 metros de tierra de nadie en dirección a la frontera israelí, los soldados de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) dispararon, matando a 18 personas.
Las FDI alegan que estaban defendiendo la frontera de su país. Los palestinos (y gran parte de la élite mediática en Israel y en el extranjero) replican que no había una amenaza real por parte de una entidad pobre de solemnidad que carece incluso de agua potable.
¿Fue ése un acto de legítima defensa o una atrocidad? ¿Se trata de una pregunta equivocada o, por el contrario, una manera emocional de plantearse la cuestión de si esa frontera (y el país que la protege) es legítima?
Buena parte del debate ha tenido que ver con las intenciones, medidas por el papel desempeñado por Hamás. Los palestinos dicen que la manifestación era civil, que tenía su comité organizador y que no hubo transgresiones importantes en la frontera, y que las FDI dispararon gas lacrimógeno contra un hombre discapacitado que se les acercó en una silla de ruedas motorizada. Los israelíes, en cambio, dicen que el hombre al que dispararon había intentado traspasar la frontera cinco veces, y que había colocado trampas explosivas en al menos tres lugares. Varios individuos habían traspasado las barreras israelíes el día anterior. La mayoría eran combatientes de Hamás. Hamás reconoce que al menos media docena de los muertos eran combatientes suyos, y que había procurado los autobuses que los manifestantes tomaron hasta la frontera.
Pero el papel de Hamás en la manifestación no es necesariamente relevante para el argumento de la autodefensa. Lo que separa una protesta pacífica de una levantamiento contundentenunca se puede dar por sentado. El de la satiagraha –el concepto subyacente a las multitudinarias manifestaciones no violentas que Gandhi popularizó en todo el mundo– es un principio ambiguo. La naturaleza humana es la que es, y cualquier grupo numeroso de personas con una causa debe tomarse como un arma potencial. Así es como lo entiende Hamás. “La protesta pacífica es una nueva forma de resistencia”, escribió uno de sus miembros en la revista digital Filastin, “pero no hemos olvidado otras formas de resistencia, principalmente la militar”. Una manifestación como la que tuvo lugar el 31 de marzo es siempre la exhibición de un arma.
Exhibir un arma no es lo mismo que dispararla. Pero todo el que marcha la está exhibiendo. No importa lo inocentes que sean o el poco poder que tengan esos miles: están marchando para renegociar la frontera. No importa quién logre traspasar la frontera, sea una niña de 7 años o un hombre lisiado en un cochecito eléctrico: Hamás será la beneficiaria del principio de transgresión así establecido.
El mejor reportaje sobre las marchas palestinas ha sido el de Gil Yaron en el diario alemán Die Welt. Yaron citó a Isam Hamad, de 52 años, fundador del comité organizador, que ha concebido un peregrinaje político que vaya creciendo hasta que millones de palestinos de los países vecinos graviten de algún modo hacia la Franja de Gaza. “Daremos la orden, y todos se abalanzarán al mismo tiempo”, dijo Hamad. Parte de la razón por la que se enfrentaron los israelíes y los palestinos el 31 de marzo tenía que ver con si esta arma resultaría eficaz –y qué riesgos entrañaría– antes de que los millones de personas prometidos por Hamad hagan acto de presencia.
Al Yazira, Human Rights Watch y el periódico israelí Haaretz trataron los hechos como si fuese un asunto entre dos individuos que se encuentran en la calle, insistiendo en que “los manifestantes no representaban ninguna amenaza para los soldados israelíes apostados al otro lado de la frontera”. Pero la cuestión no es si los soldados están amenazados. Es si la frontera está amenazada, si es legítima y si, por tanto, lo que define a ese país es legítimo.
Esta no es una cuestión que se pueda analizar mediante una investigación independiente. O manejarse con parámetros de “proporcionalidad”, como si fuese una justa. The New York Times, en un editorial sumamente crítico con las FDI, admitió que a veces los palestinos han sido“ineficaces en su búsqueda de la paz”. Quizá, más bien, son eficaces en su búsqueda de la hostilidad. Los palestinos no están protestando por que sean unos pacificadores incompetentes o mala gente. Están protestando porque creen que la tierra que se halla tras la frontera que tienen ante sí les ha sido arrebatada. Están defendiendo esa creencia de la única manera que pueden. Las FDI, por su parte, la están combatiendo también de la única manera que pueden.
© Versión original (en inglés): The Weekly Standard
© Versión en español: Revista El Medio
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