El pasado 30 de marzo los palestinos lanzaron la campaña de la Marcha del Retorno, una serie de protestas y manifestaciones en la Franja de Gaza y, en menor medida, en las zonas gobernadas por la Autoridad Palestina (AP) en la Margen Occidental.
La iniciativa la está gestionando la Autoridad Nacional de la Marcha del Retorno, entidad integrada por buena parte del espectro político palestino, desde los islamistas de Hamás y la Yihad Islámica a Fatah y fuerzas laicas de izquierdas como el Frente Popular para la Liberación de Palestina y el Partido Popular Palestino.
Hamás y Fatah están en rumbo de colisión. Las organizaciones islamistas y las izquierdistas laicas tienen ideologías y objetivos distintos e incluso contrapuestos. Así las cosas, ¿Qué les ha llevado a unirse?
Por una parte, la Marcha del Retorno es un frente común porque está diseñada en torno a dos relatos fundamentales en el consenso palestino. El primero tiene que ver con el derecho al retorno, según el cual los refugiados palestinos y sus descendientes tienen derecho a reclamar las propiedades que abandonaron en la guerra árabe-israelí de 1948. El segundo tiene que ver con la cuestión de Al Quds (Jerusalén). En el relato más pragmático, se trata que la soberanía sobre Jerusalén se divida entre Israel y los palestinos; en el más dogmático, que Israel sea erradicado y Jerusalén se convierta en capital de un Estado palestino.
Por otro lado, la Marcha del Retorno debe verse a la luz de lo que sucede en la arena política palestina, signada por la lucha de poder entre las dos facciones principales: Hamás y la AP.
Fatah, el mayor y más poderoso partido de la AP, gobierna en partes de la Margen Occidental. Llama a la “resistencia civil” obligando a Israel a asumir las exigencias palestinas a base de medidas que, según las facciones más radicales de Fatah, acabarán teniendo como resultado la eliminación de Israel. Por su parte, Hamás, la rama palestina de los islamistas Hermanos Musulmanes, gobierna la Franja de Gaza desde 2007 y llama a la eliminación de Israel mediante la“resistencia armada”.
La AP y Hamás se enfrentan a problemas sustanciales, como una Administración estadounidense no favorable y un apoyo árabe renuente. La AP puede encontrarse en breve con una lucha intestina por el poder porque es probable que su presidente, Mahmud Abás, deje el cargo en un futuro próximo. Hamás está atravesando problemas económicos y se enfrenta a un creciente descontento entre los gazatíes. Además, sus tácticas militares y terroristas han sido en gran medida desbaratadas por Israel. Hamás es considerada organización terrorista por las potencias occidentales y es duramente criticada por los actores árabes más importantes, debido a la situación económica y social en Gaza y sus relaciones con Irán.
Con cada vez más problemas y ninguna solución, permitir la campaña de la Marcha del Retorno para que evolucione y se convierta en una confrontación militar con Israel –táctica ya utilizada en el pasado– podría ser la última carta que les quede por jugar a Hamás y la AP. Pero se trata de un riesgo que tienen que sopesar cuidadosamente.
Por un lado, amenazar con desatar una confrontación masiva podría provocar que Egipto abriera el paso de Rafah o que EEUU reanude la financiación de la AP. Esas ayudas externas permitirían a Hamás y a la AP tomar aliento, abordar algunos de sus problemas domésticos y mantenerse en el poder. Por otro lado, podría poner en peligro sus regímenes. Para Hamás, otro choque militar con Israel podría ser demasiado, pues Gaza no se ha recuperado de la guerra de 2014. Y para la AP esa estrategia podría acabar con su mera existencia.
La Marcha del Retorno es también un juego de suma cero entre Hamás y la AP. Cada bando ve los logros del otro como una pérdida. Tanto Hamás como Fatah están decididas a evitar que la otra parte consiga nada significativo.
La Marcha es asimismo un escenario para el despliegue de los distintos intereses, en buena medida en conflicto, de Egipto, Turquía, Qatar e Irán. Egipto desempeña un papel constructivo y estabilizador. Turquía e Irán, uno desestabilizador. El de Qatar aún está por determinar.
A Egipto le interesa que haya estabilidad en Gaza. Un choque israelo-palestino de gravedad podría alimentar el extremismo islámico y a los elementos de los Hermanos Musulmanes en Egipto, y generar inquietud entre la población. El Cairo quiere que la campaña palestina sea reducida y limitada. Esto explica por qué mantiene abiertos los canales de comunicación con Hamás, la AP e Israel, así como el hecho de que haya abierto el paso de Rafah durante tres días hace dos semanas.
La postura de Turquía viene en gran medida dictada por su rivalidad con Egipto. Desde la perspectiva turca, una escalada en la Franja es algo positivo. Debilitaría el interés de Egipto en la estabilidad y permitiría a Ankara tomar la iniciativa como defensora de Gaza y de la campaña palestina, ganando puntos entre la opinión pública árabe a costa de Egipto. De hecho, desde el comienzo de la campaña el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, ha acusado a Israel de crímenes de guerra.
Qatar es un importante patrocinador de los Hermanos Musulmanes y de Hamás. Ha invertido millones de dólares en Gaza. Su apoyo a los Hermanos ha sido una fuente de crecientes tensiones con Egipto desde que el presidente egipcio, Abdel Fatah al Sisi, llegó al poder. Qatar también posee y opera el influyente canal de televisión por satélite Al Yazira.
La cobertura poco favorable de Al Yazira sobre el presidente egipcio aumentó aún más las tensiones entre Egipto y Qatar. Tensiones que derivaron en un conflicto abierto en junio de 2017, cuando Egipto se unió al bloqueo y las sanciones impuestas a Qatar por los países del Golfo, con Arabia Saudí a la cabeza.
Al Yazira no sólo difunde noticias, también las genera. Su cobertura suele propiciar manifestaciones y excitar el descontento y la violencia. Al Yazira ha cubierto profusamente la Marcha del Retorno; pero se está limitando –relativamente– a informar, apenas produce noticias. Esto podría indicar que, por ahora, Qatar no quiere avivar las llamas, quizá porque desea que EEUU medie para que los países del Golfo le levanten el bloqueo.
Irán tiene un claro interés en una gran confrontación israelo-palestina. En teoría, la Marcha del Retorno alcanzará su punto culminante el 14 de mayo, fecha en que está previsto el traslado a Jerusalén de la embajada de EEUU en Israel. También coincide con la fecha límite –12 de mayo– que el presidente Trump ha impuesto a la UE para que apoye a EEUU en sus enmiendas al acuerdo nuclear con Irán.
Las tensiones israelo-palestinas en ese momento podrían beneficiar a Irán. En primer lugar, para impedir cambios en el acuerdo nuclear, Teherán mantendrá que el conflicto israelo-palestino es la fuente de inestabilidad en la región, no la República Islámica. La UE será receptiva a ese reclamo. En segundo lugar, las tensiones israelo-palestinas validarán el argumento iraní de que necesita su agresiva política de expansión regional a fin de “liberar Palestina”.
Sea como fuere, por ahora tanto Hamás como la AP consideran que evitar el conflicto militar con Israel favorece sus intereses.
La declaración final de la 29ª Cumbre de la Liga Árabe, finalizada el pasado día 15, hizo hincapié en que la causa palestina es un asunto árabe, lo que indica que los países árabes quieren que la Marcha del Retorno esté signada por la contención.
Es probable que en las próximas semanas haya comunicaciones directas e indirectas entre Israel y los palestinos, así como entre Egipto, Arabia Saudí, Jordania y EEUU. El objetivo sería resucitar el renqueante proceso de reconciliación palestino de forma que permita a Hamás y a la AP marcarse tantos y calificar la campaña de “exitosa” sin producir otro enfrentamiento israelo-palestino.
Por lo tanto, es probable que la Marcha del Retorno se mantenga en unos cauces discretos a fin de prevenir una escalada. Pero las partes deben manejar la campaña con gran cuidado, porque tiene el potencial de descontrolarse rápidamente.
© Versión original (en inglés): The Algemeiner
© Versión en español: Revista El Medio
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