Ahora asesor de una cartera del gabinete de Israel. Hasta fines del año pasado, fue representante de la Oficina del Primer Ministro de Israel para Siberia y el Lejano Oriente. En la imagen dando una charla sobre Israel
La definición es de Matty Zwaig, quien pasó por Santa Fe (Argentina) para hablar del milagro económico israelí. El empuje de la inmigración y los costos de la guerra.
Matty Zwaig nació en Montevideo donde vivió hasta su adolescencia y donde aún viven familiares directos, como un abuelo polaco que emigró a las costas orientales. Él se fue a Israel a probar suerte, estudió, se quedó, cumplió y cumple funciones en órganos de gobierno. Pasó por diez ciudades argentinas, entre ellas Santa Fe, a exponer sobre “El milagro económico israelí”. La charla fue en ADE, que copatrocinó la visita junto a entidades judías.
—¿Qué es el milagro económico israelí?
—Al milagro la gente en general lo asocia a startup, a empresas cibernéticas, pendrive y todo eso que lo venden en cientos de millones de dólares. Eso es importante pero ¿de dónde viene todo eso? La primera generación -desde 1948 hasta los ‘70- tuvo una economía muy centralizada, cuasi socialista, donde la Histadrut (una especie de CGT) tenía una fuerza increíble, eran dueños de casi todas las grandes compañías y fábricas. Había que estar de acuerdo con lo que ellos querían que eran dos cosas importantes para el trabajo, pero no sé si para la macroeconomía: pleno empleo e indexación de salarios a inflación. El modelo quebró en 1977 cuando subió al gobierno Menájem Beguin (centro-derecha) y empezó a cambiar, se abrió el consumo, se permitió exportar divisas que estaba prohibido. Con una economía más neoliberal y con exportaciones, la gente empezó a gastar, dejó de ahorrar. A eso se sumaron los gastos en 1982 por entrar en la guerra del Líbano luego de que durante años Israel sufriera ataques de cohetes. La guerra y la entrada a Beirut con las fuerzas armadas demandó un alto gasto durante meses e Israel no estaba preparado. Esa combinación de economía neoliberal, pérdidas de ahorro, problemas con divisas, cambios, egoísmo hizo estallar todo. La inflación llegó al 440 anual. Hubo nuevas elecciones. Terminaron casi empatados el Laborismo con el Likud e hicieron algo histórico: se unieron en un programa de emergencia económica liderado por un ministro de un partido pequeño, liberal, Yitzhak Modai. Llevaron adelante un proyecto económico que partió del congelamiento de precios y salarios y bajaron al 20% la inflación. Fueron consecuentes con esa política y a los dos años empezaron a moderarla. Se le dio mucha más independencia al Banco Central. A esta situación se le sumó el ingreso de un millón de inmigrantes en los ‘90, especialmente de los países de la ex Unión Soviética. Llegaron 50 mil ingenieros, 25 mil médicos, 2.000 músicos. Había que darles de comer, trabajo, casa, y la única manera fue capitalizar todas esas ideas tecnológicas, aprovechar la capacidad de esos inmigrantes, las ansias de progresar sin mirar ciertas comodidades al principio. Empezaron viviendo 5 ó 6 personas en una casa. Los israelíes que les alquilaban empezaron a subir de nivel.
Esto llevó al gobierno a propiciar iniciativas mixtas: el Estado junto a capital de riesgo privado. En 1992 había 25 iniciativas de esos capitales; en el 2000, ya 513. El gobierno ponía el 40 % y los privados el 60. Si les iba mal tenían mucho tiempo para devolver el dinero; si les iba bien tenían que devolver y no poner al Estado como socio. Esto generó cientos de empresas que se fueron capitalizando. A muchas les fue bien, se vendieron a compañías transnacionales o muy grandes de otros países, a Microsoft, a Google, pero también a otras de Alemania, Japón. Por ejemplo, Rakuten -patrocinador del Barcelona- compró una israelí por 900 millones de dólares. Se han vendido por cifras superiores al billón de dólares cuatro o cinco empresas por año; otras 25 ó 30 por entre 400 y 600 millones de dólares.
La nueva generación reinvierte estos dineros, no los malgasta en joyas o casinos, compra casa, auto y vuelve a levantar nuevas empresas que crean trabajo.
—¿Hoy es una economía capitalista?
—Totalmente. Te lo resumo: cuando Israel era pobre, era socialista; cuando era menos pobre tenía economía mixta y ahora es una sociedad dinámica y capitalista, pero con un buen rol del Estado regulatorio. Regula y se pone como parte del capital de riesgo en empresas tecnológicas.
—¿Un Estado que tiene un alto gasto militar?
—Tenía. Israel, la última gran guerra que ha tenido fue en 1973, la de Yom Kippur. El resto fueron miniguerras y operaciones que duraron horas o días o semanas, pero no guerra con todo el país movilizado. Los gastos militares han bajado de ser el 21 al 7, 8 por ciento.
—¿Y dónde invierte el Estado?
—El Estado israelí invierte en sus ciudadanos, en educación, salud, vivienda. Hoy hay un gran problema en Israel que son los gastos para vivienda, las viviendas son muy caras. Yo compré mi vivienda hace 25 años y hoy vale un 450 % más. Las parejas jóvenes se quejan de las dificultades para acceder a la vivienda. Les lleva la hipoteca casi el 30 % del ingreso.
—¿Y hay salida de capitales?
—Es impresionante. Cambian las modas, mucho riversides, apartamentos, edificios como inversión. Los principales centros son Miami y Alemania. Los israelíes son muy aventureros, por ejemplo, cuando cayó el Muro y empezó la construcción en Europa del Este, israelíes se convirtieron en constructores de todos los shoppings, de carreteras en decenas de países, especialmente africanos. También está el mercado chino, todo el mundo va a China y hace negocios. Israel traspasa tecnologías a la China -aunque si es algo secreto no lo hace-, pero traspasa porque es una situación donde todos ganan; por ejemplo en tecnología agrícola, desarrollo de tambos con ordeñes robóticos, casi sin mano de obra para 15 mil cabezas. Proyectos de 400 millones de dólares de los cuales los israelíes los hacen, los chinos siguen trabajando. Todos ganan y la economía gana. Hay reconversión tecnológica y de empleos.
—¿Y el desempleo?
—Está en su punto más bajo en la historia del Estado: 4,3 %. (para Marzo 2018 ya se publico un 3.7%.). El índice de pobreza según la OCDE está en un 20 %. Se cuentan con los dedos las personas sin apartamento, casas y no hay hambruna. Puede haber personas con problemas, pero no hambrunas.
—¿Cuál es la visión desde Israel hacia Argentina y América Latina?
—El pueblo de Israel ve en forma muy positiva a la Argentina y no sólo por Messi y las telenovelas. Miles de israelíes terminan su servicio militar, trabajan de choferes, en estaciones de servicio, de mozos, etc., para juntar dinero e irse de mochileros a pasear por el mundo. El 50 % de ellos elige Sudamérica y especialmente dos países: Argentina y Chile. Son aventureros, les gusta la montaña. Desde el punto de vista geopolítico, Argentina y Sudamérica no están en primer plano, lamentablemente. Allí están el sudeste asiático y la India. Nadie quiere perder el mercado americano hasta donde nos dejen. A pesar de todo, el mercado europeo es el más grande. La mirada de los industriales y tecnólogos está puesta sobre el sudeste asiático y no tienen nada en contra de Argentina, si hay que intercambiar, lo van a hacer. Hay mucho que mejorar. Estuve hace tres meses con la vicepresidente Gabriela Michetti que vino a Israel, se firmaron acuerdos, vino con gente idónea con buenas ideas. Ojalá se fortifiquen las relaciones.
Perfil
Zwaig es uruguayo de nacimiento y estuvo hasta fines del año pasado como delegado diplomático de Israel en la Siberia rusa donde residen argentinos, uruguayos e incluso cubanos que se casaron con rusas. Su experiencia allí se prolongó durante cinco años y medio.
En Israel vive en una zona muy parecida a la Toscana, a 70 kilómetros de Tel Aviv y destaca que es zona de viñedos y olivos. Asegura que Israel ha realizado una revolución vitivinícola. “Cuando llegué a Israel, los vinos eran malos, pero se fueron reconvirtiendo, plantaron nuevas vides y llegó gente de Italia y Francia. Hoy las bodegas israelíes están recibiendo medallas en todos los concursos”, asegura
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