18 de julio de 1994, 9,50 de la mañana. Un lunes como tantos otros lunes.
La ciudad todavía trataba de sacudirse el letargo del fin de semana.
De pronto fue el infierno, el caos, el miedo… la muerte.
El barrio de Once se vio sacudido por una tremenda explosión. La AMIA, la vieja y querida AMIA, había sido volada. 86 muertos, cientos de heridos, fue el balance de esa mañana de horror.
Dos años antes había ocurrido lo mismo con la Embajada de Israel en Buenos Aires, y la investigación había quedado en la nada, aunque había voces que alertaban al gobierno y a la comunidad de un posible segundo atentado.
Y otra vez hubo una manifestación masiva, esta vez frente al Congreso (cientos de miles de personas gritando su repudio).
Luego comenzó la investigación. Surgió el primer nombre, Telleldin, quien vendiera la Trafic empleada para el ataque. Luego se agregaron oficiales de la policía bonaerense, con el comisario Ribelli a la cabeza. Pero con el tiempo la pesquisa se fue enmarañando, hubo acusaciones de soborno, dudas en cuanto a la integridad de los fiscales, insinuaciones acerca de complicidades en el gobierno, indicios de que se podría tratar de una forma de dirimir una interna partidaria entre el presidente y el gobernador de Buenos Aires, sospechas contra los dirigentes comunitarios y hasta contra el mismo embajador de Israel.
El tiempo fue pasando. Cada vez menos gente se hacía presente en los actos de Memoria Activa frente a Tribunales, cada vez menos gente iba a la calle Pasteur los 18 de julio. Era como si un manto de indiferencia hubiera caído sobre la comunidad judía de la Argentina.
Claro, había problemas más urgentes que resolver: el corralito, el desastre económico, era el sálvese quien pueda. Los muertos ya estaban muertos, el problema ahora era seguir vivos.
Y este estado de letargo, de indiferencia, fue aprovechado al máximo por todos aquellos interesados en sepultar en el olvido el atentado contra AMIA.
Ahora Telleldin, Ribelli y todos los demás salieron en libertad, absueltos. Nuevamente la impunidad campea en la Argentina.
Nuevamente la justicia argentina se ha prostituido.
Claro, ahora la comunidad judía se va a movilizar… pero ya es tarde.
Los muertos de AMIA han sido asesinados nuevamente, y todos fueron cómplices de este segundo asesinato: Los autores materiales, los jueces, los políticos, los dirigentes comunitarios, la comunidad judía, la sociedad toda.
85 figuras se levantan de sus tumbas, 85 fantasmas que alguna vez albergaron sueños y esperanzas que fueron sepultados ese 18 de julio y con sus dedos descarnados nos señalan a todos nosotros mientras nos preguntan:
“¿Por qué permitieron que vuelvan a matarnos?”
Como dice la cita de Ética de los Padres: “La espada viene al mundo cuando se pervierte la justicia…”
Para la Argentina se acerca la hora de la espada.
Tal como viene dicho en cierto pasaje de la Biblico «Maldito sea el hombre, que en el hombre ponga su esperanza»
Confiar en la «justícia» de los hombres tiene estas cosas, pues al hacérlo, úno se arriesga indefectiblemente a sentírse defraudado
Numerosos son los Téxtos proféticos, mas allá del «Pirké Avot» al que alude nuestro amigo Israel Winicki, en los que se menciona una intervencion Divina correctóra, con vistas a establecer juicio y justicia, alli donde impera el sobórno y la corrupcion …
Confiemos (ahi si) que asi sea finalmente …