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| martes noviembre 5, 2024

Lágrimas de cocodrilo (el antisemitismo en los medios)


Una gran consternación se apoderó de la práctica totalidad de los medios. Once judíos habían sido asesinados en una sinagoga en Pittsburg. Y la evidente respuesta fue la publicación de textos y análisis bienintencionados denunciando el antisemitismo en Estados Unidos y en el mundo. La mayoría de las reflexiones compartían un mismo rasgo: buscaban el confort que otorga el sesgo de confirmación. De tal manera que el hecho antisemita en sí pasaba a segundo plano, para ofrecer el lugar de privilegio a la reflexión política que ofreciera la posibilidad de ratificar que el medio o periodista de turno profesa la postura ideológica correcta.

El País, por ejemplo, no tardó en publicar varios artículos de opinión, incluso un editorial,  que apuntaban al “efecto Trump” que ayuda “a crear el ambiente de odio que, al final, puede desembocar en el asesinato”.

Está claro que el lenguaje de crispación del actual presidente de los Estados Unidos es innegable, y que forma parte de su bagaje político, pero ¿es realmente Trump la clave para entender el antisemitismo en los Estados Unidos? ¿Dónde quedan entonces los atentados antisemitas del pasado? En 2009, por ejemplo, mucho antes de que Trump siquiera figurara en cualquier cábala política, un supremacista blanco entró a tiros en el Museo del Holocausto de Washington, cobrándose la vida del guarda de seguridad, que evitó una masacre mayor. O en el año 2015, cuando un neonazi cuyo objetivo era “matar judíos” irrumpió en dos centros judíos de Kansas, asesinando a tres personas.

¿ES REALMENTE TRUMP LA CLAVE PARA ENTENDER EL ANTISEMITISMO EN LOS ESTADOS UNIDOS? ¿DÓNDE QUEDAN ENTONCES LOS ATENTADOS ANTISEMITAS DEL PASADO?

De hecho, en abril del año 2015, un informe de la organización estadounidense ADL (Liga contra la Difamación) ya había advertido de que el antisemitismo estaba en alza en su país, y que en 2014 había aumentado un 25% desde el año anterior. En esa búsqueda sistemática que tenemos los humanos de encontrar causas – y, en muchas ocasiones, sencillamente justificación – a lo incompresiblemente brutal, se concluyó que el auge del antisemitismo se debía a la guerra que habían librado en verano Hamás e Israel.

Pero volvamos al año 2018. Unos días después del atentado antisemita más “exitoso” en los Estados Unidos, algunos de los medios más vociferantes demostraron que sus muestras de indignación no eran más que una superficial actuación desprovista de todo compromiso que no fuera con su agenda política. ¿Cómo es posible, sino, que aquellos que elevaban sus voces contra el asesinato de judíos en Estados Unidos, blanquearan horas más tarde la probada agenda antisemita de grupos como el BDS, o la infame situación del partido laborista y la judeofobia de su líder?

¿Por qué cuando los judíos asesinados en una sinagoga son israelíes, la indignación brilla por su ausencia?¿O se diluye el hecho para centrarse en la “respuesta” posible de Israel y borrar la responsabilidad palestina?  Así lo hicieron medios destacados como, por ejemplo, El País, o EFERadio Televisión Española fue más lejos aún y contó a los palestinos responsables del ataque como víctimas del mismo.

“UNOS DÍAS DESPUÉS DEL ATENTADO ANTISEMITA MÁS “EXITOSO” EN LOS ESTADOS UNIDOS, ALGUNOS DE LOS MEDIOS MÁS VOCIFERANTES DEMOSTRARON QUE SUS MUESTRAS DE INDIGNACIÓN NO ERAN MÁS QUE UNA SUPERFICIAL ACTUACIÓN DESPROVISTA DE TODO COMPROMISO QUE NO FUERA CON SU AGENDA POLÍTICA”

¿Por qué el mismo ayuntamiento de Barcelona, que se apresta conmemorar con toda solemnidad la Noche de los Cristales Rotos, no tiene problema alguno en amparar la actos en homenaje de la terrorista Leila Khaled que incita al odio contra los judíos, o permite el boicot al equipo israelí de waterpolo? Probablemente porque el antisemitismo que indigna y recibe toda clase de condenas morales, aspavientos y golpes de pecho, es el del pasado, el que ya mató; especialmente el que mató en nombre de una ideología, supuestamente superada.

Sin embargo, existe otro antisemitismo, el que no molesta, el que pone en su objetivo a los judíos vivos. Un antisemitismo pretendidamente disimulado, “amable”, si se quiere, educado –  muchas veces amamantado en las mejores universidades del mundo. Ese antisemitismo disfrazado, probablemente inconsciente de sí mismo, y que suele tener la frase manida de turno para responder: “se puede criticar a estado de Israel sin ser antisemita”. Evidentemente se puede, el problema es cuando ese estado es el único y constante objetivo de las críticas, o cuando muchas de éstas se fundan en fabricaciones.

Mas, tal como señalara el historiador Phillip Spencer (Kingston University, London) durante el IV Seminario sobre Antisemitismo en Madrid (2011), el problema radica en que muchos de los “anti-sionistas” no han comprendido la quintaesencia del antisemitismo. Y esta incapacidad les impide reconocerlo cuando el antisemitismo aparece vinculado a un sector distinto a aquel al que están acostumbrados. No lo esperan en un espectro social diferente al de la extrema derecha y en consecuencia no saben reaccionar ante él. De este modo, queda minimizada su existencia y negada su importancia.

“EXISTE OTRO ANTISEMITISMO, EL QUE NO MOLESTA, EL QUE PONE EN SU OBJETIVO A LOS JUDÍOS VIVOS. UN ANTISEMITISMO PRETENDIDAMENTE DISIMULADO, “AMABLE”, SI SE QUIERE, EDUCADO – MUCHAS VECES AMAMANTADO EN LAS MEJORES UNIVERSIDADES DEL MUNDO”

No obstante, desde una perspectiva histórica “continuista”, así como el nazismo reelaboró y rearticuló los conceptos del antisemitismo histórico para adaptarlos a su tiempo, el “anti-sionismo” de hoy – que no es otra cosa que la negación del derecho del Pueblo judío a tener su propio estado – hace lo propio con el argumentario judeófobo de los años 30.

Tal vez una de las frases que mejor ilustran este maridaje impúdico entre antisemitismo y “anti-sionismo”, la haya ofrecido RTVE, apenas un mes antes de que tuvieran lugar los hechos en Pittsburg. En un programa convertido en una suerte de publirreportaje para la causa anti-israelí, la cadena de televisión pública española llegó a afirmar abiertamente: “A pesar de la pretendida convivencia los judíos son mayoría”.

Dicho de otro modo, no se puede convivir cuando los judíos son mayoría. Tan sólo se puede vivir con ellos cuando son minoría. Dóciles e incapaces de defenderse. Como en el pasado.

Pero nada parece importar, y los mismos medios que día a día permiten que se cuelen mensajes de odio contra los judíos (especialmente los israelíes); otro, podrán publicar sesudos artículos que demuestren su gran valía moral, denunciando aquello con lo que han condescendido, consentido.

 
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