arece inaudito, pero es cierto. En pleno siglo XXI y con la memoria fresca por el Holocausto, hoy -una vez más- estamos hablando de un problema que se creía superado, o al menos aprendido: el antisemitismo. En palabras claras, odiar a los judíos por ser judíos, por lo que representan, por su esencia, por su ethos, un sinsentido que parece cobrar sentido para un sector -nuevamente- de Europa. No es casualidad que el foco principal haya estallado en Francia a raíz de las últimas protestas contra las legislaciones fiscales del gobierno de Macron; los llamados “chalecos amarillos” se han aprovechado del calor de la situación y la han arremetido contra personas, negocios, hogares y hasta cementerios judíos. Y digo que no es casualidad porque fue allí, y no en Alemania, donde el antisemitismo fue engendrado, muy a pesar de que la misma Francia fuera el primer país de Europa en concederle la emancipación a los judíos en 1791 en el contexto de la Revolución Francesa.
Esta misma nación que los salvó fue la que los condenó. Para finales del siglo XIX, pensadores franceses como Ernest Renan escribirían, mucho antes que Darwin, que habían especies superiores a otras, y que en el escalafón más bajo se sitúan los pueblos semitas y en la cúspide se encuentran los arios. Esto marcó el nacimiento del antisemitismo biológico. Secundándolo, su compatriota Gobienau, el fundador del antisemitismo político, acusó a los judíos de ser alteradores del Establishment. De allí el odio se exportó por todos los rincones de Europa y es harto conocido su desenlace fatídico, que no solo acabó con los judíos, sino con una gran cantidad de personas que los nazis consideraban enemigos del Estado y razas inferiores.
Pero odiar a los judíos, -o a cualquier otra minoría- es una proyección de lo que verdaderamente odian estas personas. Por supuesto que el judío es su objetivo, pero la razón principal de su escarnecimiento y fijación con ellos es, en realidad, por lo que representan: la lucha por la libertad y los derechos universales de todas las personas. El reconocido rabino Lord Jonathan Sacks resumió en una frase los riesgos que se corren ante la indiferencia al antisemitismo: “(…) el odio que comienza con los judíos nunca terminará con los judíos. Dondequiera que haya antisemitismo, también habrá una amenaza a la libertad”. La Historia nos ha dado innumerables ejemplos donde la persecución que inició contra los judíos, utilizando como catalizador el antisemitismo, se transformó en odio universal a la misma humanidad: son conocidos los experimentos de Mengele en Auschwitz realizados a judíos, pero poco estudiados los del Doctor Carl Clauverg, el encargado de desarrollar una vacuna para acabar con las poblaciones inferiores, empezando por los Eslavos y terminando con el mundo entero. De esta forma Auschwitz no solo fue el punto culminante del odio a los judíos, sino a la humanidad entera.
Pareciera cliché jugar la carta del Holocausto cada vez que hay focos de antisemitismo, pero Auschwitz está impregnado en nuestra memoria reciente, y estos tiempos nos demuestran que a pesar de los múltiples esfuerzos no son pocas las personas que ignoran este fatídico capítulo. Según un estudio de Claims Conference, el 66% de los millennials no saben que fue Auschwitz y un 44% no tienen idea de los ghettos y campos de concentración; un 31% de los estadounidenses cree que menos de dos millones de personas fueron asesinadas durante el Holocausto, mientras que el porcentaje alcanza el 41% entre los llamados millennials. Además, el 22% de los millennials (uno de cada cinco) no había escuchado sobre el Holocausto o no sabía lo que era. En otra encuesta de similares características llevada a cabo en Inglaterra por el “Holocaust Memorial Day Trust”, se concluyó que uno de cada cinco ingleses afirmó que habían muerto menos de dos millones de judíos en el Holocausto.
El Rabbi Sacks terminada diciendo “ninguna sociedad libre fue construida sobre el odio.” Ninguna nación que se diga así mismo “libre” ni puede ni debe permitir manifestaciones de odio dirigidas contra cualquiera de sus ciudadanos, porque el odio contra un grupo termina alcanzando a la humanidad entera. El Dr. Martin Luther King lo acotó bien: “la injusticia en cualquier parte es una amenaza a la justicia en todas partes.”