Israel es una democracia occidental en medio de Oriente y sus campañas electorales suelen ser encarnizadas. Cada partido pretende marcar su propio perfil, subrayando las diferencias y utilizando frecuentemente inmisericordes y punzantes críticas hacia sus adversarios. El momento para encontrar las coincidencias vendrá cuando, ya transcurridas las elecciones, sea necesario establecer una coalición que conforme una mayoría parlamentaria.
Muchos son los eslóganes y burdas caricaturizaciones utilizadas en esta campaña. El oficialismo califica al partido de oposición Azul y Blanco encabezado por Gantz y Lapid como de izquierda. Esto no solamente no es así, sino que el hecho de que nadie con aspiraciones de ganar las elecciones esgrima las históricas y superadas ideas de izquierda del antiguo laborismo, representa un triunfo ideológico de la denominada derecha.
El gobernante partido Likud advierte a los electores que Azul y Blanco, el partido con mayores chances de ganar las próximas elecciones, estaría dispuesto a gobernar junto a los partidos árabes. Para simplificar, la idea plantea la opción electoral en términos dicotómicos, como si fueran sólo dos las opciones posibles (son muchas más), utilizando el siguiente latiguillo: es” Bibi o Tibi”. Bibi es el apodo del primer ministro Netanyahu, y Tibi es el apellido del líder del principal partido árabe Ahmed Tibi, ex asesor personal de Arafat, que se considera representante de los intereses palestinos.
La actriz israelí Rotem Sela publicó indignada en las redes sociales que los ciudadanos árabes tienen los mismos derechos, por tanto no existe ningún impedimento de que sean gobierno. Su postura fue apoyada en las mismas redes por la estrella hollywoodense israelí Gal Gadot, célebre por su papel de la Mujer Maravilla. El mismísimo presidente de Israel, Reuven Rivlin, se unió al coro de protestas, expresando que en el país no existen ciudadanos de primera y de segunda categoría.
Dado que a todos ellos les asiste razón, entiendo necesario hacer algunas puntualizaciones. Los partidos árabes abogan por la eliminación de Israel como Estado judío. En cualquier otra democracia del mundo estarían prohibidos por varias razones: por tener como postulado acabar con la existencia misma del Estado que los cobija, por defender y e identificarse abiertamente con los terroristas más sangrientos, o por apoyar a sus enemigos más acérrimos, como Irán.
Debido a que el mapa electoral israelí luce sumamente fraccionado y se requiere multiplicidad de partidos para poder formar gobierno, es absolutamente legítimo dar a conocer a los electores quienes pueden ser los potenciales socios del partido ganador.
Ya que estas advertencias no suenan políticamente correctas y generan tantas resistencias y suspicacias, es pertinente recordar un antecedente histórico.
En 1993, el entonces primer ministro Rabin y su canciller Peres arrastraron a Israel a los catastróficos Acuerdos de Oslo, que desembocaron en la Segunda Intifada, consiguiendo su aprobación en el parlamento por una ajustada mayoría de 61 a 59. Para ello, contaron con los votos afirmativos de todos los parlamentarios árabes, más el voto de tres diputados judíos quienes, para el asombro de todos, modificaron sustancial y repentinamente su postura. Uno de ellos, Gonen Segev, tras su votación fue nombrado ministro de Energía por Rabin, y fue posteriormente condenado por falsificación, fraude y contrabando de drogas; luego, este corriente año, Segev fue preso nuevamente por espiar a favor de Irán.
Después del vil asesinato de Rabin, se mantuvo en la nebulosa el tipo de negociación política que convirtió a un nefasto diputado de la extrema derecha (devenido en delincuente) en integrante de su gobierno.
Pero, por otro lado, quedó instalado en el inconsciente colectivo que, en caso de ser necesario realizar importantes concesiones en aras de la paz, se tomaría en cuenta la mayoría judía dentro del parlamento. Esto no se debe a que el voto árabe tenga menor jerarquía, ni es una medida racista. Es, simplemente, reconocer el hecho de que no tendría sentido aprobar cambios dramáticos contando con el apoyo de los partidos árabes, que desean que Israel desaparezca como tal.
En tal sentido, Netanyahu introdujo en el debate la polémica ley del Estado nación:” Israel es un Estado judío y democrático, pero es el Estado nacional del pueblo judío. Por supuesto, respeta los derechos de todos sus ciudadanos, judíos y no judíos por igual”- afirmó.
Efectivamente esa fue la razón de ser de Israel, el objetivo de su creación fue cumplir las aspiraciones nacionales del pueblo judío. Todas las minorías tienen garantizados sus derechos individuales pero, colectivamente, sólo los judíos tienen derecho a auto-determinarse nacionalmente. Si una minoría se siente como otro pueblo, no puede proclamar un Estado nacional separado dentro de Israel, o reclamar la autodeterminación en alguna región en que sea mayoría.
Esta disposición no es en absoluto discriminatoria, por el contrario rige en todos los países del mundo. Ninguno le otorga la posibilidad de autodeterminación nacional a sus minorías, por la sencilla razón de que hacerlo los desintegraría como Estados. No se lo permite España al independentismo catalán, ni Turquía o Irán a los kurdos, ni Argentina a su minoría boliviana, ni Egipto a su minoría copta, ni Francia a su minoría islámica, etc.
Gal Gadot escribió en su cuenta de Instagram: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo…… es una cuestión de diálogo, de hablar en pro de la paz, la igualdad y la tolerancia”. Sin embargo, el carácter judío de Israel no es aceptado por los actuales diputados de la Lista Árabe Conjunta, entre ellos Tibi, y ni qué hablar por la Autoridad Palestina. Esta falta de realismo obstaculiza el camino hacia la paz, además de ser absurdo y contradictorio, por un lado exigir dos Estados para dos pueblos, y por el otro negar que Israel sea el Estado de uno de ellos.
Bibi