Aunque la nave israelí Beresheet, tras 48 horas en el espacio, no logró aterrizar sana y salva sobre la luna, haber llegado hasta allí fue un gran logro del Estado de Israel. No por consolarnos artificialmente tratando de buscar la mitad llena del vaso, sino porque esa mitad realmente es la central.
Israel se convirtió en el séptimo país del mundo en rodear la luna entrando en órbita tal cual estaba planeado. De hecho, llegó hasta la luna misma. Pero por algunas fallas técnicas a último momento, la velocidad con que avanzó hacia su superficie-minutos después de un problema en el motor central- no le permitió aterrizar como se esperaba.
Beresheet se estrelló y no vuelve a Israel. Tampoco alcanzó por cierto a realizar el estudio del campo magnético de la luna que estaba planeado para las 72 horas programadas sobre la superficie lunar. Pero el camino recorrido es la base sobre la que se comienza a preparar el nuevo intento. Y lo habrá, es indudable. No está claro si llevará 2 ó 3 años, como le dijeron hoy en la Industria Aeronáutica israelí al Primer Ministro Biniamin Netanyahu, pero conociendo a Israel, seguro habrá otro intento. Y otro, hasta que funcione.
Es interesante el fenómeno que se está dando ahora en Israel. Claro que hay decepción. Sería ilógico que no la hubiera. Pero hay mucho más orgullo.
Lo reflejaban los rostros de todos los que miraban expectantes las transmisiones especiales. El Primer Ministro Biniamin Netanyahu que llegó especialmente a la central de la Industria Aeronáutica en Yehud, el Presidente del Estado Reuven Rivlin que invitó a la residencia presidencial en Jerusalem a numerosos niños con sus padres, a mirar juntos la transmisión. Los ingenieros encargados del proyecto, que en las últimas semanas poco parecían vivir en el trabajo.La gente que comentaba por doquier “hoy Israel llegará a la luna”.
Pero el orgullo no fue sólo antes. Es también ahora. Como el irradiado por el Presidente Rivlin cuando al dirigirse a todos los invitados en Beit HaNasí , tras destacar todo lo positivo, comenzó a cantar a viva voz el Hatikva, el himno nacional de Israel. Y seguramente, trataba de contener llanto de emoción.
Israel mostró una capacidad tecnológica que pocos países del mundo tienen. Llegar a una distancia de 400.000 kms , hacer todo lo que hizo hasta que la nave llegó a la luna-aunque terminó estrellándose-es señal de un altísimo nivel.
Pero sinceramente, para mí lo central pasa por otro lado, aunque evidentemente va de la mano de ello.
Todo el proyecto Beresheet, los años de preparación, lo que se enseñó en las escuelas , todo lo que se hizo alrededor de la preparación para el lanzamiento a la luna, fue un gran emprendimiento educativo. Fue más que nada, una gran fuente de inspiración. Por eso el Presidente invitó a los niños. Para que se emocionen con el sueño, con la meta, con la visión.
Y eso no se pierde. Al contrario, se intensifica.
Cuando se analiza cómo llegó Israel, un pequeño país de 9 millones de habitantes y una diminuta geografía que parece ni entrar en el mapa, a convertirse en la “start-up nation”, una de las explicaciones es que sabe no caer cuando algo no funciona. Sus emprendedores conocen la importancia de probar de nuevo. Temer al fracaso no mueve montañas. Osar intentarlo, sí.
El alunizaje puntual planeado para este jueves 11 de abril, no funcionó. Pero hasta que otra nave israelí lo logre, seguirán creciendo niños que mirarán al cielo, recordarán los esfuerzos y las expectativas, y decidirán que vale la pena probar de nuevo. No sólo para aterrizar en la luna, sino para seguir abriendo puertas y rompiendo barreras tal como lo ha hecho Israel desde que nació
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