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| domingo noviembre 24, 2024

Un nuevo cadete en el curso de oficiales del ejército israelí. Los padres: palestinos de Gaza

El joven “A” fue distinguido días atrás como sobresaliente en la División de Tecnología y Logística de Tzahal.


Su historia podría ser fácilmente el libreto de una película. Pero cuando de Israel se trata, ya sabemos que la realidad supera la ficción.

“A”, de 21 años (y medio), nació en Israel en 1997 como árabe musulmán, al igual que su hermano, dos años mayor que él. Tres años antes de su nacimiento, sus padres y su primogénito, nacido en Gaza, se habían mudado de la franja vecina a territorio israelí, donde viven desde entonces. Simbólicamente, su casa está ubicada en una de las comunidades cercanas a Gaza, por lo cual cuando los terroristas disparan cohetes y morteros desde el otro lado de la frontera, “A” y su familia están tan expuestos como el resto de la población.

“A” siempre se sintió conectado al judaísmo, apasionado por las clases de Tanaj (Biblia) y de historia, en lo que sentía claramente como un vínculo muy natural. El amor de sus padres por Israel, aún siendo ellos musulmanes, cabe suponer que incidió en ello.

Lo que es natural para todo joven israelí de fe judía-y para los drusos-, enrolarse a los 18 años, podría no necesariamente haber sido así para “A”, por lo singular de su situación. Pero él siempre tuvo claro que Israel, donde nació, es su país, y que él haría el servicio militar. Y logró hacerlo no como voluntario sino como el resto de los soldados. También su hermano mayor, nacido en Israel al igual que él, sirve en Tzahal.

Y fue precisamente en ese marco que ambos iniciaron, juntos, su proceso de conversión, el cual “A” terminó primero.

“Mi conexión con el judaísmo fue siempre muy fuerte y lo que más me enamoró fueron los encuentros de los viernes en las casas de mis amigos, para el kidush de kabalat shabat”, nos cuenta. “Y me encanta celebrar las fiestas judías”.

Sus padres, amantes de Israel y orgullosos de sus hijos por haberse enrolado a Tzahal, continúan siendo musulmanes y festejan por ende las fiestas islámicas. Pero ello no chocó en ningún momento con el respeto por las decisiones de sus hijos y el apoyo que les brindaron. “Recuerdo cuando decidí empezar el proceso de conversión, senté a mis padres y les dije que lo haría, y mi hermano se sumó con el mismo planteamiento. Mi padre me miró y me dijo que siempre estuve conectado con el pueblo judío, con el idioma hebreo, que él quiere que sus hijos estén plenos con el camino que siguen y que tiene claro que el nuestro es unir nuestro destino formalmente al pueblo judío”.

 

Eso fue de la mano también de pasos prácticos, según cuenta “A”. “Era Pesaj y mi padre fue enseguida a comprar otra heladera para que yo me pueda manejar sin problema con los productos que necesitaba. Y me dio enseguida dinero para ir a comprar las cosas kasher que yo quería”.

Si bien desde entonces ha pasado distintas etapas y no vive como persona observante-trató de hacerlo un tiempo y finalmente desistió- sí se siente plenamente judío, respeta las fiestas y sigue amando el Tanaj.

Al enterarnos de esta singular historia, claro está que la parte relacionada a la identidad de “A” nos resultó lo más atractivo. Pero para él, que ve esto con total naturalidad porque así creció, lo central es que está comenzando (justamente este martes) el curso de oficiales. Su sueño, ser oficial de tecnología. Tras finalizar su entrenamiento básico  y ser destinado al Cuerpo de Tecnología y Mantenimiento, siente que está en el lugar más interesante posible. Está convencido de lo clave de su trabajo y nos explica que también en el campo de batalla, hoy en día, la tecnología es parte central e integral de todo el esfuerzo militar. Es necesaria para garantizar que la mirilla de un arma esté bien enfocada  y que el sistema anti-cohetes “Cúpula de Hierro” funcione bien.

Le preguntamos por qué cree que lo eligieron como soldado sobresaliente.  “Yo vine para hacer el trabajo como se debe, dar lo máximo de mí. No hice nada para complacer a otros y que me elijan, sino para hacer las cosas lo mejor que puedo”, responde con modestia. “Mi unidad es muy desafiante, todo el trabajo es sumamente interesante. Quien quiere lidiar con desafíos y tiene voluntad y fuerza para hacer las cosas bien, este marco es lo mejor. Para mí, es el mejor desafío”.

Con esta convicción de fondo es que inició el curso de oficiales, seguro de que cuando lo termine tendrá sobre los hombros una responsabilidad especial. “No puede haber combate sin un apoyo logístico de nivel. Y el mantenimiento tecnológico es esencial para que todo funcione bien”, explica.

Y volvemos a la identidad.

“A” cuenta que nunca habló en árabe con sus padres pero que últimamente comenzó a hacerlo, a tratar de recuperar el tiempo perdido, simplemente porque es consciente de que “todo idioma es un tesoro que es bueno tener”.

De fondo, en su vida, siempre ha tenido apoyo de sus amigos. “Claro que siempre hay quienes te hacen observaciones punzantes, te llaman ´árabe´. Pero eran unos pocos aburridos. Todos me decían ´eres  más judío que nosotros´”.  Y agrega con criterio y serenidad, características que nos comenta siente que aprendió al estar en el ejército: “No me arrepiento ni por un segundo de la decisión de enrolarme y de convertirme al judaísmo. Soy consciente de que siempre, por cada cosa que uno hace, habrá quienes tengan algo bueno para decir y quienes opten por decir algo malo. Yo decido tomar las cosas positivas”.

 

Su resumen es muy tajante: “Siempre me sentí parte de Israel. No tengo sentimientos por el otro lado. Nací en Israel, vivo en Israel, éste es mi país. Además, veo la situación muy clara desde adentro: el ejército es un marco que apoya a todos los sectores de la población, ayuda a todos. Me ha brindado todas las opciones y me ha permitido elegir. Tuve el privilegio de tener un comandante maravilloso, es una bendición realmente. Y aprendí mucho, realmente un gran aprendizaje profesional”.

No niega que hubo épocas más difíciles, cuando de chico él mismo tomó conciencia de lo singular de las raíces familiares. “De niño, cuando era chico, tenía miedo de qué dirán otros, qué oirán, así que escondía todo lo relativo a mis raíces. Sólo la gente más cercana sabía. Pero de a poco las cosas se saben, la gente se entera, las mentiras no quedan escondidas mucho tiempo. Y yo mismo, con el tiempo, fui entendiendo y madurando, dándome cuenta de las cosas. No tengo de qué sentir vergüenza. Son mis padres, es de ellos que vengo. Y siempre me han apoyado”.

 

Pero no sólo como padres que aman a sus hijos, sino por una convicción que va más allá de lo personal. “Mi padre ama al país y mi madre me apoya siempre. Ambos están muy orgullosos de nosotros. Para ellos, el que mi hermano y yo nos hayamos enrolado, es como un sueño. Mi padre quería que sus hijos sean soldados en Tzahal y estaban tanto él como mi madre emocionados cuando decidimos entrar al ejército. Mi padre siente que tiene héroes en casa”.

Nuestro entrevistado habla y nosotros sentimos cuán apasionante sería conocer el hogar en el que creció. “A” prefiere preservar su privacidad, pero comparte algo de lo que se ve en su casa, que dice mucho sobre esa vida singular: “En casa tenemos una foto del Kotel, el Muro de los Lamentos, y junto al televisor, un Tanaj y un Corán. Uno al lado del otro, en mutuo respeto, total”

 

http://www.semanariohebreojai.com/articulo/854

 
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