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| viernes marzo 29, 2024

Con Roxana Levinson, recordando a sus familiares asesinados en los dos atentados en Buenos Aires

“Duele la falta, la injusticia y la impunidad”.


Es el único caso en Argentina, de una familia que perdió seres queridos tanto en el atentado contra la Embajada de Israel en 1992, como contra la AMIA en 1994. Es la famiia de Roxana Levinson, israelí, argentina, casada y madre de tres hijos, periodista, conductora del programa de noticias y actualidad en español de KAN, Radio Nacional de Israel, corresponsal de medios diversos y conferenciante. Sobrina de Graciela Susevich de Levinson, muerta en el atentado a la Embajada de Israel en Argentina en 1992 y de Jaime Plaksin, en el atentado a la AMIA, en 1994. 

 

Roxana en el estudio de KAN en español
Roxana en el estudio de KAN en español

 

P: Roxana, me sorprendí mucho al enterarme años atrás que habías perdido familiares en los dos atentados en Buenos Aires …y pensé que cada uno lleva a cuestas un paquete, aunque no siempre hable de eso abiertamente.

R: Así es, cada familia, cada persona. Claro que a veces el «paquete» tiene un peso muy grande. En Israel, lamentablemente, hay más de una familia que ha sido alcanzada por la tragedia de dos atentados. Pero en Argentina, sólo la mía, y eso, lejos de ser un privilegio, es una mala jugada del destino. Hasta ahora, tantos años después, me cuesta creer que todo sucedió de esa manera y recuerdo el «no puede ser» con que reaccionó mucha gente cercana a nosotros al enterarse.

P: ¿Podrìas compartir con los lectores cómo viviste esa singular situación?

R: Mi situación respecto de los atentados fue bastante particular. En las dos ocasiones yo estaba embarazada. La primera vez me encontraba en Paraguay, y estaba a cargo del Departamento de Prensa de la Embajada de Israel, en Asunción. El efecto fue instantáneo. De inmediato comenzaron las contracciones y los días que siguieron a la explosión – los de la búsqueda – fueron muy muy difíciles, una pesadilla. Además, me desesperaba saber que no podía moverme de donde estaba, tomar un avión y estar con mi familia en esos momentos tan terribles porque, con toda razón, el médico me lo había prohibido. El nacimiento de Lior   se produjo pocos días después – antes de lo previsto y con dificultades – y también en ese momento la situación fue extraña. Al día siguiente del sepelio de mi tía Graciela, mi mamá llegó a Asunción para ayudar y acompañarnos. Poco después llegaron los demás, incluido mi primo Matías – el hijo mayor de Graciela – al Brit Milá (circuncisión) de Lior y nos dio, a todos, una lección de vida.

Cuando se produjo el atentado a la AMIA yo estaba en Buenos Aires y estaba por nacer Micaela, la más pequeña de mi trío. Mucho tiempo después se me ocurrió pensar que quizás por eso, por haber estado en Buenos Aires y cerca de la familia, el embarazo llegó a término y Mica nació sin problemas. Pero en esa ocasión me enfrenté a una realidad que la primera vez sólo había visto en los noticieros. Lo que ví, olí y sentí en la calle Pasteur no podré olvidarlo nunca. Caminé alrededor de lo que había sido el edificio de la AMIA pocos minutos después de la explosión preguntándole a toda persona conocida que me cruzaba si había visto a mi tío Jaime. Sólo más tarde me dí cuenta que yo lo buscaba entre los vivos, entre quienes daban vueltas en medio de esa confusión y ese infierno y no en alguna lista. Eso llegó después. Me acerqué a un teléfono público y esperé en la fila. Un desconocido me ofreció su celular y así recibí la noticia. Y a partir de ese instante no recuerdo nada, como si alguien le hubiese quitado una escena a mi película. Que, desgraciadamente, era real. Mi memoria se niega a registrar qué sucedió hasta que por fin me encontré con mi papá, nos abrazamos y lloramos.

P: En tu caso, argentina-israelì, habrá sido extraño , supongo , recibir noticias sobre una tragedia personal, cuando de hecho vos misma vivìs hace años en un país como Israel que sufre tanto el flagelo del terrorismo…¿Se mezclan ambas realidades?

R: Por momentos se mezclan, te hacen sentir parte de esa gran familia que aquí se denomina «mishpajat hashjol», la familia del duelo, pero es evidente que cada uno tiene su propio duelo, su dolor único e irrepetible. Es como haber pagado el precio de pertenecer a este pueblo, el precio más alto que se puede pagar, la vida de un ser querido. Y, a partir del momento en que la vida te convierte en protagonisita involuntario  de algo tan inentendible como un atentado terrorista, comenzás a ver las cosas de otra manera. Cuando escuchas o lees las noticias acerca de un soldado caído, una mujer muerta en un ataque terrorista, etc, etc, de inmediato piensas en los sentimientos de sus familiares, de las personas que a partir de ese instante comenzarán a sentir la falta, la tremenda necesidad de un abrazo, una palabra, un contacto que ya nunca volverá a suceder.

P: ¿Cómo vivió la familia esas muertes? Contame un poco màs de tu tía y tu tío, las víctimas…

R: Para la familia, como toda familia que vive este tipo de tremendas experiencias, fue primero y ante todo un shock muy grande y después un inmenso dolor, tristeza, rabia. Estados y sensaciones distintas y cambiantes.

Mi tía Graciela y mi tío Jaime son para mí, cada uno a su manera y con su estilo, símbolos de los años más felices de mi infancia y adolescencia. Con ellos compartí cosas muy especiales. Mi tía Graciela era una luchadora. Siempre con una sonrisa, muy sociable y conversadora. Nadie podía adivinar cuántas dificultades enfrentaba y cómo su amor por la familia la empujaba a seguir adelante. Para mí fue la «tía joven» que me dio consejos inolvidables, que tocaba la guitarra en mis fiestas de cumpleaños, que inventaba juegos y disfraces para todos los primos y con quien compartía la pasión por los crucigramas y los juegos de palabras.

De izquierda a derecha Graciela Levinson, su hermana Esther (mamá de Roxana) y una prima de ambas, Marta.
De izquierda a derecha Graciela Levinson (Z»L), su cuñada Esther (mamá de Roxana) y Marta, una prima.

Mi tío Jaime era un maestro, en todo el sentido de la palabra. Enseñaba hebreo, historia judía, Cábala, y tenía una inmensa capacidad de transmitir, junto a un amor incansable por la cultura judía y la docencia. Pero yo lo recuerdo como el tío de las ocurrencias más alocadas, divertido, imprevisible. Un padre siempre acompañando y apoyando a sus hijos, un hombre con quien conversar resultaba siempre placentero. El que había inventado un saludo especial para mí e inventaba palabras y sobrenombres. Pero, además – como recuerdo que dijo su hija, Sandra – era el hombre de la palabra justa, de la respuesta adecuada. Cuando sucedió el atentado, Sandra decía que seguramente él tendría la respuesta a lo que nos estaba pasando…

El tío Jaime
El tío Jaime (Z»L)

 

P: Sabemos bien de nuestra cobertura y vida diaria en Israel, que los atentados son tragedia  y titular durante unos días, pero que después, sólo los familiares de duelo quedan con esa terrible carga para siempre….¿Cómo lo vivió tu familia desde adentro?

R: Incluso dentro de la familia hubo reacciones diferentes. Hubo quien salió a manifestar, a participar en actos, homenajes, reclamos, y a veces a encabezarlos. Hubo quien debió salir de su mundo pequeño y privado, el mundo familiar en el que vivía, para estar de pronto frente a cientos o miles de personas dando un discurso, hablando frente a cámaras. Hubo quien se encerró y se refugió en el dolor. Yo fui de las que optó por participar, estar, gritar y reclamar todo lo posible. También usé las herramientas de mi profesión en esto, a pesar de que me trajo no pocas dificultades. Así sentía que al menos estaba haciendo algo que, si bien no traería a mis seres queridos de vuelta a la vida ni devolvería la alegría y el bullicio que solía caracterizar a mi familia,  yo sentía como un deber, un compromiso, un legado. Aquí, en Israel, he tratado cada año de señalar la fecha de alguna manera. Participo en el acto que se realiza en la ciudad de Beer Sheva y esta vez también estaré en Kiryat Yam, en el norte. He publicado notas en los diarios israelíes Maariv y Haaretz y en el periódico local de mi ciudad, y cada año me ocupé de recordarles la fecha a los responsables en las radios Kol Israel y Galei Tzahal. Ahora, claro, estoy yo misma en KAN, la radio pública israelí. Mi hijo mediano, Lior, dio una vez  una «clase» en el colegio secundario donde estudiaba, en Modiín, en Iom Hazicarón (Día de Recuerdo de los Caídos en Guerras y Atentados de Israel). Llevó fotos, relató y explicó, y provocó gran impacto y emoción.
Cada uno en la familia reaccionó a su manera, pero fue como si- a partir de los atentados –  algo se hubiese desmembrado, como si se hubiese roto el eje. Todos tenemos una herida que no cicatriza y un dolor que compartimos. Y, obviamente, ya no somos los mismos.

P: Al cumplirse un nuevo aniversario del atentado ¿Qué es lo que màs duele? ¿La impunidad?

R: Duele la ausencia, duele la falta, la injusticia, el manoseo, la indiferencia. Y, por supuesto, la impunidad.  Duele que le duela a tan pocos. La sensación de que en algún lugar alguien disfruta y se ríe de nuestro dolor compartido, y del de cada uno. Duele no volver  a hacer crucigramas con mi tía Graciela, que no vio a sus hijos casados, que no pudo conocer a ninguno de sus nietos, que hace tanto ya que no organiza una de sus reuniones espontáneas con «lo que hay en la heladera», sólo como  excusa para juntar a toda la familia.
Y duele saber que ya no volveremos a escuchar la risa estridente y contagiosa de mi tío Jaime,  que no envejecerá junto a la mujer con la que decidió compartir su amor y su vida, que ya no será el gran e incondicional apoyo que siempre fue para sus hijos, que ya no volverá a enseñar… Duele por él, y por cada uno de los que, como él, habían ido ingenua y desprevenidamente a trabajar, a hacer un trámite, a cumplir con la rutina de sus vidas cotidianas. Duele porque ellos sólo querían vivir y tenían derecho a vivir. Y hoy en día, tanto ellos como nosotros, tenemos derecho a tantas respuestas pendientes, a verdad y justicia.

 

http://www.semanariohebreojai.com/articulo/1120

 

 
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