En el mundo es conocido el difícil ambiente que enfrenta la población femenina en el Irán de la revolución islámica; en ese marco, recientemente, se pudieron observar varios episodios que muestran las violentas prácticas estatales hacia las mujeres.
A principios de septiembre, circuló un video de la boda en Irán, de una niña de 9 años con un joven de 22. En la grabación se oye a los familiares que, jocosamente, hablan de la dote. Ese vídeo desató la indignación de los iraníes, pues los matrimonios son legales a partir de los 13 años. Fue tanto el escándalo que las autoridades locales intervinieron para revocar el casamiento; pero en la mayoría de los casos pasan desapercibidos.
A fines de agosto, los tribunales iraníes anunciaron las sentencias a Mojgan Keshavarz, Monireh Arabshahi y su hija, Yasaman Aryani, condenadas a un total de 55 años de prisión debido a su campaña pública con la finalidad de derogar el uso obligatorio del hijab, el velo islámico. Con sarcasmo, el régimen teocrático afirma que estas actividades atentan contra la “seguridad nacional”; obviamente se trata de una humillante discriminación con el propósito de ejercer un control social.
Hace unos meses, la defensora de los DDHH y activista iraní Nasrin Sotoudeh fue acusada de siete delitos, entre ellos: conspiración, incitación a la corrupción y a la prostitución, espionaje y perturbación del orden público; fue condenada a 38 años de prisión más 148 latigazos. Cabe resaltar que Sotoudeh es abogada y se dedica a defender a las mujeres que se oponen a las restrictivas leyes sobre el uso del velo, el cual se ha convertido en un símbolo del poder clerical iraní y del sometimiento de género.
Otra de las penas a las que se exponen las mujeres es la lapidación; habitualmente ese castigo se les dicta a las acusadas de adulterio, en juicios sin las debidas garantías.
Entre otras tantas restricciones, las leyes iraníes también interfieren en el esparcimiento y el deporte; así, a ellas les está prohibido asistir a los estadios para ver los partidos de fútbol. En estos días, la joven iraní Sahar Jodayarí falleció a causa de las quemaduras sufridas tras inmolarse al conocer que podría ser condenada a seis meses de cárcel tras tratar de entrar a un estadio de fútbol.
Según Organismos Internacionales, la mayoría de las detenidas son torturadas; el año pasado, cuatro jóvenes se suicidaron en la cárcel, una versión que las familias no creen.
En estas sociedades, los principios patriarcales con los que oprimen a las mujeres se imponen como dogmas y constituyen parte inherente de esa autoridad que las elites ejercen con absoluta crueldad.
Lo verdaderamente asombroso es que el mundo, los países occidentales y los organismos internacionales, tales como la ONU y sus agencias, y hasta la propia FIFA, no sólo no protesten ante los brutales atropellos, sino que, además, reciben a los altos funcionarios del régimen teocrático iraní, complaciéndolos en el cumplimiento de sus injustas exigencias, en detrimento de nuestros propios valores y cultura.
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