Hace algunos meses, apareció un aviso muy misterioso en el boletín electrónico de nuestra comunidad en la Ciudad Vieja de Jerusalem:
Queridos vecinos:
Profesionales de un país extranjero que no tiene relaciones diplomáticas con Israel, llegarán de forma encubierta para su desarrollo profesional. Los coordinadores del programa desean que ellos conozcan la cara positiva del judaísmo. Ellos estarán en el Kótel el próximo viernes por la noche. A los organizadores les gustaría conseguir anfitriones para 17 personas.
Barnea Levi Selavan
Mi esposo Leib y yo nos ofrecimos como voluntarios para recibir a tres huéspedes para la cena de Shabat. Nuestro vecino Barnea, un guía turístico y arqueólogo, dejó claro que no recibiríamos ninguna información adelantada respecto a quiénes eran nuestros misteriosos huéspedes ni de qué país venían.
El día antes de su arribo, Barnea nos confió un secreto: se trataba de mujeres yazidíes de Iraq, traídas de forma secreta a Israel para recibir entrenamiento respecto al tratamiento del trastorno de estrés postraumático para poder ayudar a las miles de mujeres yazidíes que habían sido esclavizadas por el Estado Islámico (ISIS).
Participantes del taller. Cortesía de la Universidad Bar Ilan.
Recordé con claridad que años atrás había visto un video de una mujer yazidí en el parlamento iraquí. Ella gritaba y lloraba porque ISIS, en el apogeo de su poder, raptaba mujeres yazidi y se las llevaba como esclavas sexuales. Ese video fue la primera señal que despertó al mundo sobre la aborrecible maldad de ISIS y llevó a que el presidente Obama movilizara al ejército norteamericano para detenerlos.
Con Leib nos sentíamos muy nerviosos respecto a cómo relacionarnos con nuestras invitadas. En la tarde del viernes, busqué en Google “yazidi” y descubrí las bases de su historia y de su religión. Ellos tienen una religión monoteísta derivada de diversas tradiciones, incluyendo el islam (aunque los musulmanes tienen prohibido casarse con ellos), y su origen se remonta a siete u ocho siglos atrás. Son una minoría asediada, con medio millón de adherentes que vivían al norte de Iraq, en pueblos agrupados cerca de Mosul y Sinjar, hasta que fueron desplazados por las hordas devastadoras de ISIS. Ellos creen que Dios confió el mundo a siete ángeles, uno de los cuales es llamado el “ángel del pavo real”. Después de leer esto, coloqué mis flores de Shabat en un florero decorado con un pavo real y lo puse en el centro de nuestra mesa de Shabat. Un mínimo gesto para intentar que nuestras visitas se sintieran cómodas.
Barnea las trajo a nuestra puerta. Tres mujeres delgadas, vestidas con pantalones. Dos de ellas, V. y R., sonrieron cálidamente. Ellas hablaban en inglés y me saludaron con un abrazo. La tercera, N., se veía pálida y demacrada, mayor de los veinticinco años que más tarde descubriríamos que tenía.
N. describió cómo a los hombres les dieron la opción de convertirse al islam o ser asesinados. Las mujeres y las niñas de más de 9 años fueron tomadas como esclavas sexuales.
Ellas fueron muy abiertas, muy amistosas, dispuestas a experimentar todo lo que quisiéramos compartir sobre el judaísmo y el Shabat. En ese momento, hacía sólo unos pocos días desde que habían llegado a Israel, a la Universidad Bar Ilán, pero era obvio que con nosotros se sentían seguras. ¿Acaso eso se debía a que reconocían en nosotros, los judíos, una empatía innata con aquellos que sufren?
Alrededor de la mesa había doce personas, incluyendo nuestro hijo ya adulto y seis huéspedes judíos. Leib hizo Kidush y luego continuamos con el lavado ritual de las manos para comer pan. Durante la comida, tal como es nuestra costumbre, hicimos una ronda entre los invitados en la que cada persona se presenta a sí misma. Aunque Barnea nos advirtió que no les formuláramos demasiadas preguntas, las mujeres yazidi parecían tener un impulso por hablar sobre sí mismas. V., que habla un inglés excelente, dijo que ella vivía en un pueblo al que ISIS se acercó pero no lo conquistó. R., cuyo inglés era más vacilante, huyó de su pueblo con su familia antes de ser atacados por ISIS.
N. sólo hablaba kurdo o árabe; V. actuó como su traductora. La voz de N., al igual que sus ojos, carecían de vitalidad, pero ella relató su historia como una agotada centinela protegiendo la verdad, cumpliendo con su obligación de dar testimonio. Su pueblo fue capturado por ISIS. Ella describió cómo habían separado a los hombres de las mujeres y de los niños. A los hombres les dieron la opción de convertirse al islam o ser asesinados. Las mujeres y las niñas de más de 9 años fueron tomadas como esclavas sexuales. (Debido a que Mahoma tuvo relaciones con su esposa de 9 años, los musulmanes consideran que esa es la edad mínima a partir de la cual pueden tomar una compañera sexual).
La familia extensa de N. contaba con 91 miembros. Sólo 24 regresaron después de la derrota de ISIS. Todos los hombres eligieron morir antes que convertirse.
Después de Shabat, escuchamos sobre otros vecinos que habían recibido a las mujeres yazidíes. Alguien relató la historia de una de sus invitadas: ella y sus dos amigas habían sido tomadas como esclavas sexuales por ISIS. En un momento decidieron escaparse. Eso implicaba correr a través de un campo minado. Sus dos amigas pisaron minas y estallaron frente a sus ojos. Ella siguió corriendo y de alguna manera logró escapar a salvo.
Nuestras invitadas de Shabat se encuentran entre 18 trabajadoras de salud mental yazidí y cristianas que la Universidad de Bar Ilán e IsraAID trajeron a Israel para un taller intensivo de dos semanas sobre cómo tratar el trastorno de estrés postraumático, el trastorno de estrés postraumático complejo, la depresión, los intentos de suicidio, el insomnio, etc. El programa fue organizado por el profesor Ari Zivotofsky y el Dr. Iaakov Hoffman. Sus investigaciones entre las mujeres yazidi que fueron capturadas por ISIS revelaron que más del 50% de ellas sufren de trastorno de estrés postraumático complejo y otro 23% sufre de trastorno de estrés postraumático regular. De los 6.500 mujeres y niños secuestrados por ISIS, 3.500 lograron escapar o fueron liberados (3000 siguen desaparecidos), pero estos sobrevivientes cuentan con pocos servicios de salud mental. “Sentimos una obligación moral no sólo de estudiar los efectos del genocidio, sino de compartir nuestro conocimiento para ayudar a quienes lo sufren”, dijo el Dr. Hoffman.
Sentí como si estuviera oyendo el testimonio de un sobreviviente del Holocausto que acababa de salir del infierno.
Al escuchar en nuestra mesa de Shabat la historia de N., sentí como si estuviera oyendo el testimonio de un sobreviviente del Holocausto que acababa de salir del infierno. Leí innumerables libros sobre el Holocausto y escribí una biografía sobre una sobreviviente del Holocausto, pero esta fue la primera vez en mi vida que oía semejante historia “cruda”, sin haber sido suavizada por décadas de tiempo ni por las enzimas intelectuales que la mente utiliza para digerir lo que es imposible de digerir. Al oír la historia de N. y ver su rostro angustiado, sentí un caleidoscopio de emociones: horror ante lo que le hicieron a su pueblo, repulsión ante la maldad absoluta de ISIS, reconocimiento porque su tragedia era similar a nuestras tragedias como judíos, alivio porque el mundo respondió a sus llantos y venció a ISIS, y la conciencia de que a pesar de que su grupo haya venido a Israel para aprender a enfrentar el trauma, ella nunca será capaz de limpiar su alma de la pesadilla que vivió. Nosotros, los judíos post Holocausto, lo sabemos.
Abu Bakr al-Baghdadi, el infame líder de ISIS, está muerto. Pero su legado de horror y brutalidad sigue vivo.
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