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| lunes diciembre 23, 2024

Envidia de Holocausto


Uno de los conceptos más polémicos del psicoanálisis, tal como lo planteó su creador Sigmund Freud para explicar la sexualidad femenina, es el llamado “envidia del pene”. Por su parte, Karen Horney denunció la influencia de los factores culturales en la construcción de la teoría psicoanalítica que evitaban que la mujer se expandiera y desarrollara sus posibilidades personales y sexuales, llegando a plantear la hipótesis opuesta, la de la “envidia del útero” que sentirían los hombres hacia las mujeres. Lejos de querer adentrarme en los terrenos de la sexualidad y la psique, lo que queda claro es que no hay límite a la desdicha por no poseer lo que tiene el otro. Y eso llega al paroxismo en lo político e ideológico.

Son muchos los colectivos que han dado muestras de una evidente envidia de la historia de persecuciones que los judíos hemos sufrido a lo largo de los siglos. Por ejemplo, hace unas décadas los barrios afroamericanos deprimidos empezaron a llamarse “guetos”, aunque no existía -como en el caso de los judíos medievales y luego bajo dominio nazi- la prohibición de habitar fuera de ellos. La envidia más flagrante, no obstante, es la de los palestinos que se atribuyen desde la “nacionalidad” de Jesús al propio uso del término “holocausto” para describir el trato de Israel hacia ellos. Se trataría de una muy particular masacre humana ya que su población crece exponencialmente en lugar de medrar: de 700 mil que se convirtieron en refugiados en 1948 a más de cinco millones actualmente.

No es imprescindible odiar a Israel o a los judíos para envidiar su historia e intentar convertirla en la propia. En 1944 el jurista polaco Lemkin acuñó el término “genocidio” para definir el tipo de crimen de lesa humanidad cometido por el nazismo para que sus responsables fueran juzgados. Su definición en Naciones Unidas sufrió un importante recorte por parte de la Unión Soviética para que no incluyera referencias a grupos políticos represaliados. Por la misma época, algunos historiadores rescataron el término “holocausto” que ya se había utilizado a finales del siglo XIX para hablar de la masacre de cristianos armenios a manos de musulmanes otomanos. Pero dicho término también fue manipulado para hablar de casi cualquier crimen colectivo y hasta de situaciones catastróficas accidentales, como un holocausto nuclear. Los judíos tuvimos que recuperar un término prácticamente no usado hasta entonces, “shoá”, para definir el asesinato sistemático de un tercio de nuestra comunidad.

Sentirse envidiado puede ser motivo de orgullo cuando se habla de cualidades positivas, pero intentar atribuirse situaciones análogas a la maldad que se ejerció sobre nosotros por parte de los nazis y la indiferencia e inacción de las naciones que los combatían no es ético. Es una suplantación de identidad, una careta al servicio de fines que, por el mero mecanismo de su falsedad, se acercan más a la psicología del perpetrador que a la de la víctima

 
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