En estos días es muy difícil hablar de otra cosa. La plaga llega a los rincones más recónditos del planeta y a su paso se abren dos posibles posturas mayoritarias: la de los apocalípticos y la de los que minimizan su verdadero alcance y peligrosidad. Si en el primer grupo abundan los esotéricos que apuntan a castigos divinos, en el segundo se hacen cada vez más fuertes los conspiranoicos, seguros de que esto no pasa por simple azar genético, sino que responde a un plan astutamente concebido por… (y aquí tiene varias opciones para rellenar la casilla, bien los malos más tradicionales -grandes fortunas, los Sabios de Sión, Illuminati, EE.UU., Israel, el comunismo chino, bien los enemigos de la ecología, el feminismo, la libertad sexual, la dieta crudivegetariana y alguna fashion trend que me dejo en el tintero).
Tan fuera de la realidad están estos extremistas como los supuestos moderados que practican el deporte de priorizar el deseo a la realidad, algo que (me permitirán otro anglicismo más) es una variedad del wishful thinking convertida en “wishful journalism”. Y ahí estamos muchos más, incluso los medios judíos que pregonamos que una empresa o institución israelí está a punto de traer la solución al mundo en sólo tres meses, en forma de vacuna, sin informar en los titulares que de tener una vacuna a poder administrarse tiene que pasar mucho más tiempo: nadie querría morirse de otra cosa por salvarse del coronavirus. Además: ¿qué pasaría con la creciente moda de no vacunar a los niños contra el sarampión y otras plagas ya afortunadamente eliminadas de la población humana? ¿Sería opcional evitar propagar el COVID-19?
Hay gente que en estos tiempos me sorprenden compartiendo en redes sociales los bulos más increíbles. Los mismos que se llevan las manos a la cabeza porque algunos crean que bebiendo una solución de lejía o alcohol puro quedarán inmunizados, no tienen la tentación de verificar mínimamente la veracidad de tratamientos milagrosos. Si esto sigue así, no descarto que la proximidad de Pésaj les anime a pintar con sangre de cordero las jambas de sus puertas para que el Ángel de la Muerte pase por alto su hogar (que es lo que el nombre de la celebración significa).
Como siempre, nos resulta tremendamente más aceptable la explicación más peregrina que la de nuestra ignorancia e incapacidad para adelantarnos y prever todas las futuras amenazas. Por ejemplo, uno de los factores que seguramente han ayudado más a la propagación de la pandemia ha sido la adhesión enfermiza a protocolos de actuación diseñados para escenarios epidémicos, aunque no funcionen en este caso, no sea que luego se nos pidan responsabilidades políticas por no hacer lo establecido en lugar de dar una respuesta acorde, pero fuera de guion. Yo arrimo al barullo mi propia receta: el antibiótico natural de toda la vida, manta y sofá: Netflix y sopa de pollo
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