Tiene usted diez minutos para preparar un bolso y abandonar su domicilio. Probablemente no podrá volver nunca”. Con esta expeditiva frase de los policías que la protegen, Marika Bet, directora de recursos humanos de Charlie Hebdo , supo que las amenazas de Al Qaeda contra su persona podían cumplirse en cualquier momento.
La escena ocurría esta semana y culminaba una escalada de amenazas contra todos los directivos de Charlie Hebdo , desde que el 2 de septiembre publicaron de nuevo las caricaturas de Mahoma, coincidiendo con la apertura del juicio contra los 14 acusados de la masacre de Charlie , que costó la vida a doce personas. El actual director de Charlie, Laurent Sourisseau (que sobrevivió al ataque con graves heridas), explicó que “el odio que nos golpeó sigue ahí y continúa su cruzada despiadada. Ante este odio y el miedo que lo acompaña, nunca nos doblegaremos. Nunca nos rendiremos”. El título de la portada no podía ser más explícito, “Tout ça por ça”, y en ella aparecía también una caricatura del profeta llorando de rodillas y con el mensaje “Es duro ser amado por idiotas”. Es el dibujo que uno de los dibujantes asesinados, Cabu, había hecho años antes.
A partir de esta nueva publicación, como si no hubieran pasado cinco años, han retornado las quejas furibundas de países islámicos, las amenazas terroristas e, incluso, un ataque con cuchillo perpetrado este viernes, y que ha dejado a dos personas gravemente heridas. Sin embargo, lejos de recibir el aplauso general por su cruzada en defensa de la libertad de expresión (que, como recuerda Macron, incluye el derecho a la blasfemia), Charlie ha sufrido una gran soledad –“la minoría desobediente”, según el analista Julian Schvindlerman en un artículo reciente–, e incluso ha sido afeado por muchos que consideran innecesario volver a publicar las caricaturas. Es cierto que un centenar de medios de comunicación han mostrado su apoyo por las amenazas recibidas, pero también lo es que la publicación ha incomodado a los defensores de la corrección política, cuyo buenismo multicultural les lleva a la idea de que no es lícito “ofender” al islam, naturalizando la práctica de la censura previa. La posibilidad de que el terrorismo pueda imponer sus reglas sobre la libertad de expresión debería ser tan abominable como inaceptable, pero lo cierto es que la realidad nos demuestra lo contrario, y ahí están la censura y el silencio, como reacción a las amenazas y a los muertos.
Dice Julian: “El ‘Je suis Charlie’ duró menos que un suspiro”. Es lo que tardó en imponerse el miedo.
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