Suele suceder en reuniones sociales de un país como el mío, supuestamente democrático e igualitario, pero larvadamente intolerante y racista.
No es extraño que surja la pregunta
Alguno de desconocido hasta ese momento pregunta:
—¿Usted es judío?
Con los años que porto, con los golpes recibidos y amarguras transitadas, he descubierto la respuesta más exacta:
—A veces…
La contestación genera sorpresa en la mayor parte de los casos.
Se puede ser judío por haber nacido en el seno de una familia creyente, o por haberse convertido a la fe mosaica, o se puede ser israelí por haber nacido en Israel.
Mis antepasados no lo eran. Mis abuelos eran humildes inmigrantes llegaron a la Argentina a fines del siglo XIX, provenientes de Galicia (por parte de mi padre) y de Alemania por el lado materno huian del hambre y las injusticias de Europa.
Unos eran católicos, otros metodistas. Todos, “laburantes” con deseos de trabajar, estudiar y mejorar socialmente.
Mis padres fueron agnósticos en mi casa se respiraba aire de libertad, en materia de creencias, que no era muy común. Con amigos de todos los credos, y de ninguno.
El pediatra que cuidaba de mí, de mi hermana y de varios primos, y a quien yo llamaba “tío” Bernardo, era judío e hijo de inmigrantes ucranianos
Sus padres, doña Sara y don Emilio, eran como mis abuelos.
Tuve suerte de criarme en ambiente donde los libros no eran objetos extraños y las ideologías predominantes oscilaban entre el partido Radical y el socialismo de Alfredo Palacios. En mi barrio había una sinagoga y tres iglesias, pero mi familia se hallaba lejos de todas.
Debo evocar esta prosapia entender el porqué de mi adhesión al judaísmo… “a veces”.
..yo me siento judío cuando aparece el monstruo oculto que mucha gente lleva inserto en su irracionalidad. Un monstruo nacido en la más resentida y cruel cuna del cristianismo, en el espíritu miserable de los que quemaron la biblioteca de Alejandría, prohibieron olimpíadas, bendijeron la tortura, crearon la “sacra” Inquisición y mataron a los libres, a los indiferentes y… a los judíos, el gran chivo expiatorio de la enorme mentira que el Vaticano impuso al mundo.
Ese monstruo racista y perverso, cómplice del comercio de la esclavitud, del genocidio americano, de la oscuridad y el crimen, se llama antisemitismo. Y no hace falta elucubrar demasiado, ya que puede invertirse la prueba: el individuo antisemita es también: racista, perseguidor, afín a la tortura y delito, lejano a la cultura y la convivencia entre seres humanos… ¿No es verdad, führer Adolf, duce Benito, caudillo Francisco, camarada Josef? ¿O, “sus santidades” Inocencio IV, Alejandro VI, León XIII, Pío XII, por citar algunos de una lista que afecta a la humanidad?
Nada es casual Se mata y se persigue, se elimina, se hace desaparecer y se odia.
Pero en medio de humillaciones, y aberraciones de todos los fascismos (los de derecha: hitlerianos, los de izquierda: soviéticos cubanos), permanece latente el más antiguo, ..el antisemitismo.
Indigna la subcultura del antisemita, su bajo nivel espiritual disfrazado de “progresismo”, que oculta al roedor nazi que acecha en su corazón.
Por ello, cuando enturbian el diálogo con una alusión antijudía, así porque sí, o lanza una broma de mal gusto o alude al supuesto racismo imperante en Israel (que es la única democracia de Medio Oriente, acosada desde siempre por la barbarie musulmana), o pone en duda la shoá y los campos de exterminio nazis, o los terribles progroms zaristas, o minimiza amenazas de muerte de la teocracia iraní, o la demencia de la Venezuela chavista, o justifica repetidos atentados terroristas de la locura fanática islámica
por ello, cuando estos se reiteran ante nuestra asombrada presencia de ciudadano enrolado en la democracia, soy judío.
Sí, lo proclamo aunque no tenga el honor de serlo.
A veces soy judío.
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Alejandro Mauriño
Escritor
Corrientes, Argentina
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