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| viernes noviembre 15, 2024

El conflicto “simplificado” (manipulado): víctimas y victimarios


“En realidad, las distinciones mundanas entre lo correcto y lo incorrecto, lo bueno y lo malo…, etc., se reducen a veces a la diferencia entre el yo y el otro. … Así, si quieres hacerte pasar por una buena persona, lo primero que tienes que hacer es llamar a todos los demás sinvergüenzas, y si quieres hacerte pasar por una persona de carácter moral íntegro, el orden del día es adoptar un comportamiento severo y condenar a los demás como hipócritas inmorales”, Quian Zhongshu, Human, Beasts and Ghosts.
El marco general víctima-victimario – dentro del cual, y como una suerte de estructura de sostén, de cimentación, se disponen los elementos calificativos como “opresor”, “ocupante”, “atacante”, “discriminatorio” (para erigir el segundo de los términos) – que promueven los líderes palestinos para abordar el conflicto árabe-israelí, sirve entre otras cosas, para eludir o desvanecer la responsabilidad que les cabe en dicho conflicto y, a su vez, sus obligaciones políticas, sociales y económicas para con las poblaciones bajo su administración y también para evitar dar cuenta sobre la gestión de los cuantiosísimos fondos internacionales recibidos.

Esta reducción maniquea e ideológica del conflicto a la fraudulenta antítesis víctima-victimario (en la que la UNRWA ha tenido, y tiene, mucho que ver) ha sido adoptada por un gran número de medios de comunicación en español para abordar, enmarcar, el dicho conflicto, al punto que aparece casi a diario de manera aparentemente automática como parte prácticamente esencial del marco que sostiene a la crónica de turno.

Es de Perogrullo que en un conflicto existen víctimas. Pero esa condición no es, ni exclusiva de los palestinos, ni hereditaria, como pretende la mencionada agencia ad hoc para los “refugiados palestinos” con su definición de refugiados igualmente ad hoc, al sostener, promover y extender generación tras generación el certificado de víctimas (en la forma de “refugiados”), casi erigiéndolo en carácter central de la identidad. Esta condición perenne es la garantía segura de perpetuación del conflicto: aumenta la frustración y el resentimiento, a la vez que da una noción de “derecho inalienable” a la obtención no sólo de un resarcimiento por el percibido agravio, sino de aquello que se exija, por encima de toda responsabilidad en el conflicto y más allá de lo ajustado a la realidad de ese reclamo – que, por otra parte, y de acuerdo a las repetidas declaraciones de los líderes palestinos, de los textos de las cartas fundacionales de la OLP, Fatah o el grupo terrorista Hamás, implica (demanda) la desaparición del estado judío.

“Simplificado” el conflicto, pues, a esta dicotomía, la audiencia tiene poco espacio para la interpretación, para la consideración; sólo le resta ubicarse de uno u otro lado de la rígida línea pretendidamente moral que le ha sido trazada. Límite que, además, resuena: su eco, alto y claro, viene de lejos, hecho de repeticiones, de estereotipos. Una frontera que es trazada, sobre todo, a través del retrato de una de las partes de esta contraposición – la otra, apenas necesaria como contraste, como contraparte. Y es que, en la definición de la parte (esto es, Israel) que define la relación, una y otra vez se recurre a aquellas imágenes fabricadas tiempo ha y algo actualizadas: foráneo, malévolo, maquinador, y la ristra de libelos que encuentran su facilona adaptación, su sencilla sugerencia.

En este sentido, Patricia Devine (Stereotypes and Prejudice: Their Automatic and Controlled Components), apuntaba que los estereotipos con una historia más larga (es decir, con una frecuencia mayor) de activación, son accionados pasivamente (automáticamente) e influyen en la rememoración. Y explicaba que el modelo sugiere que la pertenencia a un grupo objetivo activa el estereotipo cultural en la memoria del receptor, haciendo que otros rasgos o atributos asociados con el estereotipo sean muy accesibles para su futuro procesamiento.

Se podría hipotetizar, por tanto, que la mención de la palabra Israel – y la identidad evidente: estado judío; judío -, asociada a los históricos estereotipos (insinuados), en un marco que dirige precisamente hacia la imagen que aquellos pretenden retratar, también podrían activar la memoria cultural relacionada de las audiencias

En definitiva, parecería que se pretende convertir unos prejuicios muy particulares en caracterizaciones fieles, ajustadas a la realidad, en objetivas y desapasionadas observaciones. A la vez que dichos prejuicios se justifican, se normalizan.

Cada vez más, se ofrece así ideología y posicionamiento (una suerte de “ideología aplicada”). Y el lector medio confunde esto con información – ¿acaso más de un periodista también lo haga? -, al punto de creer estar al tanto de aquello de lo que la crónica de turno pretende estar dando cuenta.

La falaz sensación de conocimiento resulta ser, de esta manera, algo más parecido a la aceptación inconsciente de una doctrina propagada.

Recordando conceptos: encuadre (framing)

En artículos anteriores apuntábamos lo que explicaba Robert M. Entman (Framing: Toward Clarification of a Fractured Paradigm) respecto del encuadre o marco (frame): que determina si la mayoría de la audiencia advierte – y cómo entiende y recuerda – un problema; así como la manera en que lo evalúa y decide actuar al respecto. Lo que lógicamente implica que los marcos apartan la atención de otros aspectos. Así, concluía el profesor, “la mayoría de los marcos se definen por lo que omiten, así como por lo que incluyen… para guiar a la audiencia”.

Que la guían porque, como indicaban Zhongdang Pan y Gerald Kosicki (Framing Analysis: An Approach to News Discourse), el significado que se pretende dar a la noticia tiene la capacidad no sólo de dirigir la atención hacia un asunto en particular, sino la de restringir las perspectivas disponibles para la audiencia. Ello se logra a través de una “persistente selección, énfasis y exclusión”.

Encuadrar, concluía Entman, implica esencialmente “seleccionar algunos aspectos de una realidad percibida y resaltarlos en un texto comunicativo, de tal manera que se promueva una definición particular del problema, una interpretación causal, una evaluación moral y/o una recomendación de tratamiento para el elemento descrito”. Típicamente, continuaba, los marcos diagnostican, evalúan y prescriben: diagnostican causas, al identificar las fuerzas que crean el problemahacen juicios morales al evaluar agentes causales y sus efectos, y sugieren remedios; y también ofrecen y justifican tratamientos para los problemas, a la vez que predicen sus efectos probables.

Por otra parte, Pan y Kosicki apuntaban que la estructura sintáctica del discurso noticioso está caracterizada, en la mayoría de las crónicas, por la pirámide invertida y por las reglas de atribución de fuente. Pirámide invertida se refiere a una organización secuencial de elementos estructurales como el titular, destacado, cuerpo de la noticia, con los datos en orden de importancia decreciente y cierre. Los autores indicaban que un titular es la pista más destacada para activar ciertos conceptos relacionados semánticamente. “En la mente de los lectores, es el más poderoso dispositivo de encuadre de la estructura sintáctica”, afirmaban.

Este titular de la agencia de noticias Reuters era elocuente:

Tras 60 años, los palestinos en Jerusalén Este se enfrentan al desalojo ante colonos israelíes

Mientras sugería que los palestinos son habitantes legítimos, en cambio indicaba claramente que los israelíes son extraños y, además, “colonos” – es decir, invasores o usurpadores. Esta era clave para leer la crónica que seguía. Todo lo que venía a continuación se decodificaría (interpretaría) a través de ella.

El ente de radio y televisión español (RTVE) iba un paso más allá. Al menos, hacía aún más explícito el sesgo de aquello que se transmitía, al otorgar titularidad a los palestinos de un territorio sin mediar negociación. Su titular decía: “La ONU señala a Airbnb, Expedia y otras 110 empresas ‘ilegales’ en territorios palestinos ocupados

En definitiva, observaciones, opiniones, interpretaciones o posicionamientos personales, o propios del medio, se dan como hechos: a fuerza de repetición, la etiqueta resultará más real que la realidad – como explicaba Gordon Allport (The Nature of Prejudice), “lo que es familiar tiende a devenir en un valor”.

Porque, como sostenían los antes mencionados Pan y Kosicki, elegir un denominador (elecciones de palabras y etiquetas) es una clara y poderosa señal que explicita el marco subyacente.

Allport, por su parte, indicaba que algunas etiquetas son tan poderosas que “tienden a impedir una clasificación alternativa, o incluso una clasificación cruzada”. Así, continuaba, cada etiqueta que utilizamos, especialmente las potentes (entre las que destacaba las étnicas), “distrae nuestra atención de la realidad concreta. […] La etiqueta magnifica un atributo [que, cabe añadir, puede ser falaz, fabricado] fuera de toda proporción de su verdadero significado, y enmascara otros atributos importantes del individuo”.

El caso de Reuters ilustra la potencia de las etiquetas y del significado mayor que pueden dar a un suceso: si bien Jerusalén debía ser un corpus separatum – no llegó a serlo debido a la agresión de una coalición de ejércitos árabes y de la posterior ocupación jordana de su sector oriental, de la que resultó su división – y nunca fue ni remotamente algo así como un “territorio palestino”, la agencia designaba a los israelíes (judíos) como ajenos al sector oriental de la misma, a pesar de su continuada presencia y su vínculo varias veces milenario con la ciudad: Israel como ocupante, como expoliador; los palestinos como víctimas. Y los palestinos, insinuados como legítimos habitantes de la ciudad.

De hecho, la mayoría de los medios en español, cada vez que deben referirse a la parte oriental de Jerusalén o a otras áreas disputadas, utilizan este mismo enfoque, que se traduce en que los árabes viven en “barrios” o “poblados”, en tanto que los judíos lo hacen en “asentamientos” o “colonias”: legitimidad vs. ilegitimidad. Necesaria distinción léxica para crear el marco y tema “víctima” (que, a su vez, implica, entre otras cosas, inocencia y falta de competencia, de responsabilidad) y “victimario” (el “agresor” “foráneo” que “ocupa” un territorio “ajeno” – un tema que, además, tiene reminiscencias de colonialismo).

En este sentido, es interesante lo que apuntaba Matt Evans (“Framing International Conflicts: Media coverage of fighting in the Middle East”) sobre que, por ejemplo, el marco “genocidio” (y, para el caso, otros similares como “matanza”, “ataque”, “crímenes de guerra”; así como también “crimen de apartheid” o “violación del derecho internacional”) incitan o llaman a una intervención internacional (y a un interés similar). Elementos acusatorio-definitorios que también se invocan o sugieren de tanto en tanto en la cobertura, y que forman parte habitual de la propaganda palestina. La intención, pues, es una intervención que, en definitiva, fuerce a Israel a entregar sin negociar aquellos que el liderazgo palestino reclama, y que no pudo conseguir a través de la violencia. Es decir, a una “resolución” del conflicto, sin negociar, sin compromiso, sin concesiones, sin precio (para los palestinos); sin paz. Por lo demás, apenas un paso que sirva de plataforma para el objetivo inalterable: la consecución de todo el territorio (el plan de fases).

Más que una actividad de búsqueda y transmisión de información se trataría de una suerte de “activismo punitivo”, que, decretando la culpabilidad de Israel, pretende crear el clima para una sentencia desfavorable, para el señalamiento para dicho país; para un ambiente de sanción extendida a todos los ámbitos posibles.

Decía Allport que el efecto neto del prejuicio es, justamente, colocar al objeto de ese prejuicio en una desventaja…

Encuadre palestino del conflicto: el modelo de encuadre de la mayoría de los medios en español

Cómo los líderes palestinos abordan es conflicto es muy conocido: lo vocalizan a menudo cuando se dirigen a los suyos; y está expresado de manera clara en las cartas o documentos fundacionales de sus organizaciones más relevantes (Fatah, OLP, organización terroristas Hamás).

La carta de la OLP (de la cual Fatah es miembro mayoritario) establece en su primer y segundo artículos que:

“Palestina es la patria del pueblo árabe palestino; es una parte indivisible de la patria árabe, y el pueblo palestino es una parte integral de la nación árabe.

Palestina, con las fronteras que tenía durante el mandato británico, es una unidad territorial indivisible”.

El 11 de marzo de 2016 hablaba el presidente Mahmoud Abbas en televisión oficial de la Autoridad Palestina. Y le decía a su gente:

Hemos estado bajo ocupación por 67 o 68 años [es decir, desde el establecimiento de Israel en 1948]. Otros se habrían hundido en la desesperación y la frustración. Sin embargo, estamos decididos a alcanzar nuestro objetivo porque nuestro pueblo está con nosotros”.

Vale la pena recordar dos artículos de la constitución de Fatah ya mencionados:

– artículo 12: “completa liberación de Palestina, y a la erradicación de la existencia económica, política, militar y cultural sionista

– artículo 8: la “existencia israelí en Palestina es una invasión sionista con una base expansiva colonial, y es un aliado natural del colonialismo e imperialismo internacionales”.”.

El Middle East Media Research Institute daba cuenta el 20 de marzo de 2013 de una entrevista a Mahmoud Abbas, transmitida por una canal de televisión ruso, en la que el presidente de la Autoridad Palestina reveló lo siguiente:

“En lo que a mí respecta, no hay diferencia entre nuestras políticas y las de Hamás”.

La carta del grupo terrorista Hamás, en cuyo preámbulo anuncia que “Israel existirá y seguirá existiendo hasta que el islam lo aniquile, como antes aniquiló a otros”, dice en su artículo 11:

“El Movimiento de Resistencia Islámica considera que la tierra de Palestina es un waqf islámico consagrado a las futuras generaciones musulmanas hasta el Día del Juicio. Ni a ella, ni ninguna parte de ella… se puede renunciar… Esta es la ley que rige para la tierra de Palestina en la sharía (ley) islámica, e igualmente para todo territorio que los musulmanes hayan conquistado por la fuerza, porque en los tiempos de las conquistas (islámicas) los musulmanes consagraron aquellos territorios a las generaciones musulmanas hasta el Día del Juicio… Todo procedimiento que contradiga la sharía islámica, en lo que concierne a Palestina, es nulo y sin valor”.

En este punto es preciso aclarar que el documento que presentó Hamás en mayo de 2017, no reemplaza en modo alguno su carta fundacional:  el grupo terrorista sigue sin reconocer la existencia de Israel y continúa afirmando tajantemente que “Hamás rechaza cualquier alternativa a la liberación total y completa de Palestina, desde el río hasta el mar” (es decir, la eliminación de Israel).
En resumen, para el liderazgo palestino, Israel, los judíos, son extraños en Tierra Santa. A partir de esta mirada central, se desarrollan otras categorizaciones, dependiendo del contexto en que se encuentre ese enemigo absoluto, y según qué deba ser justificado.

Katy Steele señalaba (Palestinian-Arab Media Frames and Stereotypes of Israeli-Jews) precisamente la existencia diversos tópicos (definiciones, categorizaciones) según diversos contextos aplicados a Israel por parte de los palestinos. Así, en el tema “derechos a la tierra”, entre los tópicos aplicados figura el de “extranjeros” (“inmigrantes”, “intrusos”), “apartheid”, “dominación” (“poder”, “codicioso”), “ocupantes/colonizadores”, “sionistas”.

Expresiones que los medios en español, en su amplia mayoría, han optado por hacer suyas. Y si no el término, sí el concepto.

Lo que subyace es la idea fundamental de una relación absoluta de víctima y victimario/opresor/ocupante/colonizador. En suma, la relación inocente-culpable. El marco, por tanto, promueve un veredicto (acaso, a estar altura, sea la sentencia); y, sobre todo, un estado anímico frente al conflicto – sobre todo, frente al culpable.

La emoción como sustituto de la razón

“Las ideas, engullidas por una emoción desbordante, se ajustan más a la emoción que a la evidencia objetiva.” Gordon Allport, The Nature of Prejudice

Las imágenes a la hora de describir a los palestinos – de acuerdo con el marco, claro está – y la realidad (que se les asigna vis a vis Israel – omitiendo los padecimientos cuyo origen se encuentra en las decisiones de sus líderes, por ejemplo) suelen seguir un mismo patrón: un palestino que narra las iniquidades sufridas a manos de Israel (de su ejército o fuerzas de seguridad), o la discriminación de que es objeto; o los recuerdos de un pasado inverosímilmente utópico, en el que siempre parece flotar la idea de la existencia de una autonomía palestina, cuando en realidad sólo había poder otomano. Del otro lado, a lo sumo, la fría voz administrativa de lo que ya se ha pintado como la burocracia del mal.

El objetivo no puede ser otro que presentar a una víctima desamparada (cuyo testimonio las más de las veces es incomprobable) ante una presencia poderosa, arbitraria, brutal e ilegítima. Mientras, a la vez, los informadores se presentan a sí mismos como una suerte de faros morales y de espejos precisos de la realidad – aunque al faro se le haya quemado la lamparilla y el espejo no refleje.

A la audiencia le queda poca opción: la línea aquella que se mencionara antes parece ahora aún más clara, si cabe: o se está del lado correcto, o se está del otro.

Kimberly Gross, Lisa D’Ambrosio (Framing Emotional Response) sugerían que, si las emociones de las personas se basan, al menos en parte, en la naturaleza de las evaluaciones cognitivas que hacen de la situación, entonces cambiar la naturaleza de la explicación causal disponible debería influir en las respuestas emocionales, así como en los juicios. En otras palabras, decían que el cambio del lugar de la atribución puede dar lugar a diferentes emociones: atribuir los problemas a los defectos morales de un individuo puede llevar a la repugnancia o a la ira.

En este sentido, vale recordar que el semiótico Gunther Kress y el lingüista Robert Hodge (Language as ideology) señalaban que, entre algunas formas de presentar la realidad, o, acaso, de alterarla, figura la transformación pasiva, donde se invierte el orden de actor y afectado. Así, es habitual, ante un ataque desde Gaza o un atentado palestino, se presente la respuesta israelí como si esta fuera el “ataque” (y, es decir, los palestinos las víctimas) o como si fuera una acción correspondiente a la “brutalidad” de sus fuerzas del orden. El actor (Hamás o un individuo palestino), explicaban los académicos, ya no está directamente vinculado a la acción, ese vínculo se ha debilitado; es decir, “la conexión causal está sintácticamente más suelta”. La causa del proceso se ha borrado.

Gross y D’Ambrosio aclaraban que, si bien los resultados de su investigación acerca de los efectos del encuadre en las emociones no son concluyentes, sí sugieren que el poder del encuadre se extiendes a las emociones.

“Al alterar la información o las consideraciones de que disponen los individuos, los marcos pueden influir no sólo en la opinión sino también en las respuestas emocionales que las personas manifiestan”, explicaban.

Y un marco víctima-victimario, acaso más que ningún otro.

Vicitmización

Ekin Ok, Yi Qian, Brendan Strejcek y Karl Aquino (Signaling Virtuous Victimhood as Indicators of Dark Triad Personalities) proponían que la reivindicación de la condición de víctima – un acto que denominan señalamiento de la víctima – también permite a las víctimas seguir una estrategia de “extracción de recursos ambientales que les ayuda a sobrevivir, prosperar y alcanzar sus objetivos en situaciones que responden a sus reivindicaciones”. Por “extracción de recursos”, los autores se referían a la transferencia de recursos, ya sea por individuos o de instituciones más grandes (por ejemplo, un estado o una organización), a la persona (o, valdría añadir, al grupo de personas) que señala su condición de víctima. Además, los autores aclaraban que utilizan el término recurso en sentido amplio para referirse a cualquier activo material (desde financiación hasta acceso a la educación) y/o simbólico que una parte posea y que otra quiera adquirir.

“Definimos señalamiento de la víctima como una expresión pública e intencional de las desventajas, sufrimiento, opresión o limitaciones personales – ahondaban Ok, Qian, Strejcek y Aquino. Sugerimos, además, que el señalamiento de las víctimas es lo más eficaz para iniciar las transferencias de recursos cuando va unida al señalamiento de la virtud, definido como las manifestaciones simbólicas que pueden llevar a los observadores a hacer inferencias favorables sobre el carácter moral del señalador”.

Es sin duda, muy propicio para el inagotable y siempre creciente pedido de financiación por parte de la UNRWA – que permite desentenderse, al menos en parte, al grupo terrorista Hamás que controla la Franja de Gaza y a la Autoridad Palestina que administra áreas de Cisjordania, de la carga de sus responsabilidades educativas y sanitarias.

Por otra parte, los citados autores apuntaban que reivindicar la condición de víctima también puede facilitar la transferencia de recursos al conferir “inmunidad moral” al demandante. Ésta protege a la supuesta víctima de las críticas sobre los medios que podría utilizar para satisfacer sus demandas. “En otras palabras, la condición de víctima puede justificar moralmente el uso del engaño, la intimidación o incluso la violencia por parte de las presuntas víctimas para lograr sus objetivos. Vinculado a esto, reclamar la condición de víctima puede llevar a los observadores a considerar a una persona menos culpable…”.

Así es posible disculpar, silenciando (conchabada omisión), la sistemática y oficial incitación al odio y la violencia dirigida a los niños palestinos por parte de sus líderes. Así también es posible desestimar como “exabruptos” no noticiables las sistemáticas y extremistas declaraciones de esos mismos líderes contra Israel, respecto de su derecho a existir – porque su objetivo real no es el que sugieren ante las audiencias occidentales, sino el que pregonan ante las propias.

Y así, aún, es posible pasar por alto hechos como del que daba cuenta el Jerusalem Post (1 de abril de 2020): la Autoridad Palestina había optado a principios de dicho mes por “pagar los salarios de los terroristas [presos en cárceles israelíes – un gran número condenado por delitos de sangre] antes que los de los maestros y los beneficiarios de la ayuda social, ya que prevé una caída de los ingresos como resultado de la crisis del coronavirus”. Y esto, sin hablar de la corrupción reinante entre el liderazgo palestino o las abultadas arcas de Hamás ante la pobreza de sus gobernados.

La victimización también (o, quizás, ante todo) exige construir retrospectivamente para sostener la identidad postulada; o, si se prefiere, reformular el pasado – una suerte de proyección hacia atrás de elementos presentes y de una versión imaginada de ese tiempo ya transcurrido. Se trata de una versión en la que los árabes palestinos no son parte de la coalición de ejércitos agresores en 1948, una versión en la que les fue “hurtado” un territorio que nunca les había pertenecido, en primer lugar; donde su líder, el muftí, no fue aliado de los Nazis, y donde no perpetraron masacres contra judíos muchos antes del establecimiento del estado de Israel. Un pasado que, por sobre todas las cosas, inventa autoctonía: el vínculo “incontestable” de su calidad de víctima.

Es decir, el pasado, así, no sería más que un símbolo de sus ideologías, objetivos, necesidades y, sí, también sus inseguridades presentes.

Algo huele mal en las crónicas (y no es la tinta)

 

“¿Cómo podían estar seguros de que habían hecho [pensado, juzgado] lo correcto? ¿Cómo podían convencerse de que su comportamiento no había sido absurdo? ¡Convenciendo a los demás, por supuesto!”, Anthony Pratkanis and Elliot Aronson, Age of Propaganda

Evidentemente, si se produce una adhesión acrítica – o acaso motivada por un prejuicio, o por cuestiones ideológicas – a la “narrativa”, a la propaganda de una de las partes de un conflicto, difícilmente se pueda considerar a la crónica resultante como puramente informativa. Cuanto menos, en parte será, ella misma – aunque sea involuntariamente -, un elemento propagandístico, un componente (necesario) del intento por persuadir al lector de que hay unas víctimas y, por tanto, unos victimarios; y que estos últimos son los israelíes.

Anthony Pratkanis y Elliot Aronson (Age of Propaganda) proponían que para lograr persuadir existen una serie de estrategias. Entre ellas, mencionaban la pre-persuasión, donde se establece cómo se define y cómo se discute sobre un asunto dado. Algo así como el enmarcado. En definitiva, resumían, con este paso lo que se pretende es establecer un clima favorable para el mensaje. Otro de los pasos que enumeraban era el de construir y emitir un mensaje que centre la atención e ideas del público sobre aquello que el comunicador quiere que piensen. De ahí las repetidas y, a esta alturabochornosas omisiones y manipulaciones.

Finalmente, apuntaban – un poco en la línea de los resultados obtenidos por Gross y D’Ambrosio en su investigación – que una influencia efectiva controle las emociones del público.

Toda propaganda precisa, además (o sobre todo), de una jerga que se instale entre la audiencia y que la dirija a la interpretación “correcta” del mensaje. Y en este caso, el léxico es conocidísimo, trilladísimo: “colono”, “refugiados” (que, en su amplia mayoría no lo son), “nakba” (“catástrofe”: término que clama victimismo). Un léxico (y una narrativa) que va desde la propaganda palestina a las crónicas informativas en español sin el más mínimo pudor.

Este lenguaje ya ha definido la situación y, por ende, persuadido, aún antes de que se explique el suceso que toque. Es más, a la manera del filósofo analítico J.L. Austin (How To Do Things With Words), podría decirse que ciertas palabras, reiteradas una y otra vez asociadas e un sujeto o grupo de personas, son un acto, o crean un hecho, una realidad.

Entonces, recapitulando y ampliando, la pre-persuación “establece lo que ‘todo el mundo sabe’ y lo que ‘todos dan por sentado’. Esto se logra, por ejemplo, “etiqueta[ndo] a una persona o tema de tal manera que pocos se inclinarían a querer a la persona o a respaldar el tema”, induciendo así a la conformidad por miedo a que uno también pueda ser objeto de un juicio negativo.

De esta manera, el pensamiento se detiene, no hay razón para seguir indagando, informándose.

 

 
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