Pertenezco a la generación que leyó con pasión los libros de Howard Fast. Entre ellos la novela sobre la revuelta macabea. Aunque el contexto y la historia de lo que ocurrió entonces no se parece en nada a la situación que vive en estos días Israel, ¡nuestros jóvenes y no tan jóvenes soldados siguen siendo gloriosos, las joyas vivas de la nación judía! Blandidores del martillo de la justicia, almas generosas y preocupadas por sus familias que se preparan para defenderlas. Angustia, y mucho, que paralelamente al drama de Gaza se incendien también las ciudades mixtas . Todos tienen mucho que perder en las revueltas. La izquierda sus últimos retazos de idealismo, la derecha la paciencia. La actual ilusión del mundo árabe es pensar que acabarán con Israel en base a miles de cohetes, y que habrá, como en 1948 y 1967, un eco de la guerra en aquellos países que esperan sacar tajada del asunto. Para Israel lo que sucede es una advertencia tremenda: ¡nadie, ni siquiera los esforzados israelíes, puede dormirse en sus laureles! Se acabó el buenismo. Se acabó, también, la creencia de que por fin entenderán nuestras razones. La ira contenida es la de siempre, insultar, ofender y hasta matar judíos.
Todo lo cual no acerca a medidas cada vez más drásticas y duras. Y desde luego a un creciente sufrimiento para el que hay que prepararse. Esta vez sí Hamás tiene que acabar, cada uno de sus magros éxitos no puede ni debe servir de ejemplo a nadie. No ayudaría mucho una tregua de años mientras su ponzoña siga viva. El escarmiento tiene que ser de tal calibre que se arrodillen sobre los escombros de su pobre ciudad y pidan clemencia. En cuanto a la dorada mezquita de su predilección, que se la metan por donde les quepa. Los judíos no reclamamos la Meca, ni Toledo ni Granada ni todos los barrios de las ciudades musulmanas en las que vivimos siglos. Nos basta y sobra con Jerusalén, que será nuestra por los siglos de los siglos amén. Querría enviar desde aquí un fervoroso saludo a los soldados israelíes, mi irreductible admiración, mi creencia en su necesaria y justa victoria. Y también adelantar mi compasión para con los que serán heridos, magullados, y un sentido kadish a los que quizás perezcan.
Es hora de que Israel tenga un eje político firme y se centre por completo en la defensa. Es hora de que los sistemas de protección y los escudos perfeccionen sus capacidades. En cuanto a la mediación de Egipto, sinceramente no es quien para dar lecciones: ¡tenemos el mismo enemigo, ellos los Hermanos Musulmanes, nosotros Hamás! Como suele decirse en Israel, ihié tob. Irá bien, pero no será indoloro, ni fácil, ni necesariamente completo. Esperemos que las voces lúcidas del país comprendan que en la mentalidad árabe y palestina, ser un pedigüeño constante no es un defecto, es una virtud. Una y otra vez pedirán, reclamarán, se quejarán. La batalla de las respectivas propagandas no ha hecho más que empezar y en ese campo todos los esfuerzos son pocos. El mundo libre, o así llamado, tiene que entender que Israel no sólo tiene el derecho a defenderse sino el deber, el sagrado deber de cuidar la vida judía allí y aquí, en todas partes. Los que sueñan con darle de todo a los gazatíes están viendo ahora lo que hacen con la ayuda internacional: fabricar armas en lugar de producir comida y crear bienestar para sus gentes. Los que aún sueñan con un Irán mejor deben aceptar que no lo habrá hasta que no desaparezcan los ayatolás de la faz de la tierra. Ningún pacto es posible con ellos. Ninguna alianza es posible con nuestros enemigos. No estamos solos, ni tampoco tuvimos tanta fuerza y determinación como hoy. Am Israel jai le-tamid.
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