En este mundo en el que es posible encontrar alguna forma de antisemitismo a muy poca distancia de la superficie, en los últimos días se le reprocha a Israel de una forma más o menos explícita que en el conflicto que mantiene con Hamás mueren muchos más palestinos que israelíes.
No quiero entrar al fondo de lo que entreveo en esa exigencia oculta de que mueran más judíos, pero sí señalaré algo tan obvio como que en una guerra mantener el contador de nuestras bajas en las cifras más bajas posibles es lo que hacen los países decentes y, de hecho, el desprecio o aprecio por la vida de nuestros soldados es un buen indicador de la decencia de Israel. Ahí están, para corroborarlo, las ofensivas que en la Segunda Guerra Mundial lanzaba el Ejercito Rojo de Stalin con soldados que ni siquiera tenían un arma o, años después y en otro contexto distinto, las oleadas de niños que el Irán de Jomeini mandaba al paraíso a través de los campos minados.
También es posible que mucha gente progre realmente bienintencionada contemple las cifras de fallecidos y, de su evidente disparidad, crea que la parte más débil es la que merece un reconocimiento moral. Equiparar la debilidad en un conflicto con la bondad y la razón es un instinto natural, pero que no siempre se basa en la realidad.
En el último enfrentamientol, Hamás ha lanzado más de 4.400 misiles sobre Israel. Hay que recordar que estamos hablando de armas con una capacidad de destrucción masiva que pueden, incluso las menos avanzadas, destrozar un edificio entero. ¿Cómo es posible que tras este intenso bombardeo sólo hayan muerto una docena de ciudadanos?
La principal razón es la Cúpula de Hierro, el escudo antimisiles instalado por Israel en sus fronteras norte y sur desde el año 2011. Se trata de un avanzado sistema que es capaz de detectar un misil lanzado contra territorio israelí, calcular su trayectoria e interceptarlo si se dirige a zonas habitadas.
La Cúpula de Hierro, destruyó en el aire aproximadamente un 90% de los misiles lanzados por Hamás que llegan a territorio israelí, es sin duda un logro tecnológico espectacular, pero su costo también lo es: según las diferentes estimaciones que se pueden encontrar en internet – no hay una cifra oficial – cada uno de los proyectiles que lanza la Cúpula de Hierro cuesta entre 40.000 y 80.000 dólares. Además, cada una de las baterías para el lanzamiento, de las que en este momento Israel dispone de 10 – aunque ya se está hablando de la necesidad de ampliar este número -, cuesta unos 50 millones de dólares.
En resumen, la Cúpula de Hierro – que es un sistema exclusivamente defensivo – es un gasto brutal para un país con menos de nueve millones de habitantes que, sin duda alguna, preferiría dedicar ese dinero a escuelas, hospitales, infraestructuras o a seguir estimulando la creación de startups, como hace con tanto acierto.
Pero, además, la Cúpula de Hierro no es el único elemento que protege a los israelíes de los misiles lanzados por Hamás desde Gaza o por Hezbolá desde Líbano: en todo el país hay refugios a los que los ciudadanos corren a guarecerse cuando suenan las alarmas.
Y en algunas zonas que hasta ahora se veían más afectadas las medidas de seguridad se extienden hasta prácticamente todos los elementos de la vida cotidiana: cualquiera que haya visitado el sur de Israel ha visto con sus propios ojos como las guarderías, por ejemplo, tienen extraños techos especialmente gruesos y hechos de hormigón para resistir un hipotético impacto. Hasta las paradas de autobús tienen un refuerzo de este material para que puedan servir en alguna medida de refugio.
Por último, no hay que desdeñar el trabajo de Tzáhal, capaz de detectar y destruir con gran eficacia las infraestructuras desde las que los terroristas lanzan sus ataques.
El resumen de todo lo anterior es que si en estas crisis no mueren más israelíes es porque el país entero hace un esfuerzo descomunal para que sea así y no porque la intención de Hamás sea causar pocas bajas porque de hecho, los terroristas disparan hacia zonas civiles densamente pobladas con la esperanza y el deseo de causar todo el daño posible.
Desde el otro punto de vista es cierto que hay un hecho evidente: en cada conflicto entre los terroristas de Hamás e Israel siempre las cifras de fallecidos en un bando son mucho más altas que en el otro. Y esto es así incluso aunque tengamos en cuenta una de las primeras cosas que todo el mundo debería tener en cuenta: que Hamás siempre miente en la información que ofrece sobre cualquier tema y aún lo hace más sobre los palestinos fallecidos en los peores momentos de cada escalada bélica con Israel.
¿Se debe este mayor número de víctimas a la aplastante superioridad militar y tecnológica israelí? Sí y no: es cierto que Israel posee una capacidad militar infinitamente superior que la de Hamás y de muchos de sus países vecinos, pero la realidad es que la usa de una forma contenida: si el Estado Judío quisiese a estas alturas no quedaría piedra sobre piedra en la Franja de Gaza, pero en lugar de eso Israel escoge quirúrgicamente los objetivos de sus ataques, avisa a la población civil de qué edificios se van a bombardear y les da tiempo para salir e, incluso, frena un ataque ante la sospecha de que hay niños en el área.
Pero a pesar de todas esas precauciones muchos palestinos mueren y, aunque en realidad el porcentaje de civiles entre los fallecidos siempre es mucho menor de lo que proclama inicialmente Hamás, es cierto que hay bajas entre la población: ¿Es parte del tan cacareado programa de exterminio palestino que el antisemitismo siempre tiene en la punta de la lengua? No: es el castigo que una dictadura despreciable y totalitaria como Hamás infringe a su propio pueblo.
De hecho, esto no es sólo una frase simbólica: según las fuentes de Tzáhal cerca de 500 misiles lanzados por Hamás y la Yihad Islámica no han llegado a territorio israelí, sino que han caído en la propia Franja de Gaza causando no pocas de las muertes que luego se atribuyen a bombardeos de Israel.
No obstante, la mayoría de esas bajas se producen porque los terroristas usan a los suyos como escudos humanos e instalan lo que son evidentes objetivos militares en lugares llenos de civiles: lanzaderas de misiles en lo alto de edificios de viviendas, centros de información e inteligencia en una torre en la que trabajaban medios de comunicación. La vileza de los terroristas es tal que han llegado a usar las escuelas como almacenes de misiles.
Detrás de este comportamiento que rompe todas las reglas de la guerra y de la ética más básica hay dos razones, la primera de las cuales es, obviamente, dificultar la respuesta militar israelí. La segunda es menos obvia y más terrible: no es que a Hamás le de igual que mueran los civiles, es que necesita y por lo tanto busca esta muertes. Esa es la realidad que mucha gente, especialmente los periodistas occidentales progres y los gobiernos de países subdesarrollados, se niegan a admitir: que los terroristas de Hamás o la Yihad Islámica mandan a su gente a morir premeditadamente. Entiendo que esto parezca inconcebible, pero cabe recordar que hablamos de fanáticos que han inventado y convertido en práctica habitual los atentados suicidas.
De nuevo para esto hay dos razones: la primera es que por desgracia la sociedad palestina aún glorifica la violencia y el martirio, por lo que aportar muertos prestigia y da ventaja política frente a otras facciones y, en este caso, frente a Al-Fatah y la AP. Pero además la contabilidad de los fallecidos palestinos es una potente herramienta de propaganda en la política internacional, entre otras razones porque excita la vena más antisemita de tantos políticos y tantos periodistas y les da la oportunidad de hablar de unos supuestos crímenes que, en realidad, son una guerra defensiva y, encima, librada con un exquisito respeto por la población civil.
Al cabo, hay más muertos palestinos porque los líderes de Hamás están deseando sacrificar a su pueblo y los de Israel defender al suyo.
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