Al crecer en Irán en la década del 80, estaba acostumbrada a ver imágenes de guerras y luchas. El régimen joven y celoso deseaba ardientemente arrojar sus demonios sobre las vidas de todos los ciudadanos iraníes.
Irán era un lugar muy peligroso entre 1981-1985. El régimen era todavía más brutal que en la actualidad. En esos primeros momentos, la guardia revolucionaria ejercía considerablemente más poder que en la actualidad. Su falta de confianza respecto a su poder los empujaba a quebrar todos los límites y asegurarse que ningún crimen, real o percibido, quedara sin castigo. Simplemente salir en público se convirtió en un ejercicio de conciencia y preocupación, De repente tenías que preocuparte por lo que vestías, por quién eras y adónde ibas. Todos los actos cotidianos eran consumidos por la preocupación de sobrevivir.
Todos tus actos eran minuciosamente analizados y era posible que recibieras castigo. Sobrevivir era el foco de la vida de muchas personas, sólo llegar al final de otro día. Una mirada desagradable a un guardia revolucionario podía enviarte a la cárcel y después de eso nunca se volvería a escuchar de ti. Las personas educadas eran un objetivo constante, porque nada es más peligroso que una mente que sabe pensar libremente.
Grandes cantidades de libros y revistas fueron quemados. Las ideologías occidentales fueron rechazadas cuando los imanes cerraron el país al mundo exterior. Especialmente los judíos estaban en peligro. Muchas conocidas figuras judías fueron ejecutadas. El sr. Habib Elgahnian, un filántropo y líder comunitario judío, fue ejecutado hace 40 años. Una querida amiga de mi familia, una mujer que tenía un salón, fue arrestada de su negocio y la ejecutaron de la noche a la mañana. Su familia se enteró de su muerte al día siguiente por la radio.
Aprendimos a mantener clandestino nuestro judaísmo, oculto en nuestro corazón y detrás de la puerta cerrada. A una edad muy temprana sabía qué cosa era aceptable y segura en público y qué podía dañar a mi familia en un instante. En las noticias de la noche, los relatos sobre el mundo exterior siempre incluían imágenes de niños palestinos arrojando piedras a los soldados israelíes, y sus triunfos eran celebrados ampliamente. Los niños eran considerados como héroes y los elogiaban por sus valientes actos de desafío contra el tirano régimen de Israel.
Llegué a pensar que Israel era un país asolado por la guerra, que constantemente tenía luchas en sus calles y vivía con una anarquía desenfrenada.
La narrativa que recibíamos de mis padres era muy diferente de la voz que emanaba de los locutores. Crecí viendo cada roca como un ataque a la misma existencia de la joven nación judía, cada piedra era una daga en el corazón de todos los judíos del mundo. Escuchaba la voz de los anunciantes y sólo oía el prejuicio y la unilateralidad con que presentaban a mi amada Israel.
Curiosamente, vivir en Irán me convirtió en una sionista para toda la vida. En un país que no mostró piedad por nadie que no encajara en el molde establecido por los imanes, aprendí a escarbar en palabras vacías y buscar mi propia verdad.
Crecer en un país que se esforzó al máximo para enseñarme a odiar todo lo relativo a mi judaísmo y al único país judío del mundo, hizo que mi decisión cobrara todavía más fuerza. Soñaba con el día en el que tendría el privilegio de visitar el lugar que sólo había visto por la pequeña pantalla de mi televisor, sintiendo su dolor y llorando por su sufrimiento.
Cuando finalmente aterricé por primera vez en Israel en 1997 para el verano, me arrodillé sobre el suelo del aeropuerto Ben Gurión y besé la tierra, con lágrimas en mis ojos y alegría en mi corazón. Vi una tierra repleta de belleza y paz, y un pueblo que había transformado un desierto árido llenándolo con democracia, tolerancia y honestidad. Vi con mis ojos lo que mis padres me habían contado.
Al observar los recientes ataques con misiles de Hamás a las ciudades israelíes, volví a preguntarme si el mundo ve la narrativa que yo escucho con mi «ojo mental». Ver niños israelíes durmiendo en las escaleras, buscando refugio de la lluvia de bombas, es realmente desgarrador. Su trauma los perseguirá durante los próximos años.
El terror nunca trae paz y el odio nunca puede crear unidad. Que podamos unir nuestras voces en plegarias para una paz completa en Israel con sus vecinos y que se termine el derramamiento de sangre.
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