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| jueves noviembre 21, 2024

Borges, Israel, el judaísmo y yo


En un día como hoy,  hace 35 años, nos dejaba físicamente Jorge Luis Borges; su cuerpo, que no su obra, gastado por los trabajos y los días, se apago del todo en Ginebra. Su obra sigue vigente en todo el mundo, y sobre ella se han escrito libros, tesis doctorales, y aun otros libros (“El nombre de la Rosa” de Umberto Eco, por nombrar tan solo uno) en todos los idiomas; podríamos decir que la obra de Borges constituye casi una literatura en sí misma, de tanta exegesis que se ha hecho de ella. Por lo tanto, en un día como el de hoy, ¿qué es lo que este humilde escriba puede aportar sobre su obra que no haya sido escrito ya? Solo me resta contar  el  impacto en mí que tuvieron  Borges, así como  su amor por Israel   y el judaísmo.

Empecemos por hablar del autor y su pasión por Am Israel. Ese amor comenzó temprano, fue constante y esta bien documentado a lo largo de toda su vida y su obra. Desde su formación en Suiza con quienes además de Bioy fueran sus mejores amigos a lo largo de su vida – Maurice Abramowicz y Simon Jichlinski – pasando por su veneración por quien fuera uno de sus maestros en España durante su periodo ultraísta, Rafael Cansinos Assens, desde temprano surge en el maestro un amor entrañable, profundo, constante por Israel y lo judío. Acaso la lectura desde su niñez del Antiguo Testamento, en la voz de su abuela Fanny Haslam, de Nortumbria, influyera también en esa pasión por el pueblo de la escritura, asi como su admiración por Heinrich Heine, o en el plano local, por Carlos Gruenberg.

Este amor lo llevo a buscar inspiración en el judaísmo de manera recurrente en su obra. Podemos acaso recordar aquí piezas magnificas como “El Golem”, “Emma Zunz”, el titulo claramente hebreo de la que fuera acaso su obra maestra “El Aleph”,  su poesía “Una llave en Salónica” en la que retrata tan bien el dolor sefaradí, sus múltiples menciones a Baruch Spinoza en su obra, a quien le dedica también un poema, su pasión por la Cábala, a la que le dedico una de las “Siete Noches” de su ciclo de conferencias devenido en libro, y finalmente, dos poemas bellísimos a Israel escritos, como el mismo lo reconociera, en el fervor que le genero la Guerra de los Seis Días.

Además de su obra literaria, su vida personal  fue testimonio de su cariño por todo lo judío. En algún momento, pensó (y se regocijó) en que podía ser sefaradí a través de su madre, de apellido Acevedo; su desilusión por no serlo no disminuyó su amor a Israel y asi fue un férreo opositor al nazismo en épocas en las que era difícil dar testimonio, y a ser considerado judío o judaizante por los nazis vernáculos del Rio de la Plata (véase su magnífico artículo “Yo, judío” de 1938); lo llevo, finalmente, a la amistad con David Ben Gurión y a visitar el Kotel, a ser un asiduo concurrente a veladas de la comunidad judía en Argentina, y a firmar solicitadas y tener una posición constante en favor del derecho a existir del Estado de Israel.

Y aquí entro yo y mi historia con Borges. Alguna vez hablamos por acá de mi pasión por Israel, fomentada desde temprano por mis padres; ambos eran fervientes lectores y admiradores de Borges, y la plata que podía no haber en casa para viajes o salidas, la había ciertamente para libros. Y asi aquellas ediciones de “Ficciones”, de “Historia de la Eternidad”, de “El Aleph” tan características de Editorial Emecé poblaban la biblioteca de mi padre; y el joven que yo era, que paladeaba esas páginas, que aun hoy las paladea, encontraba en la obra del maestro la validación de las enseñanzas de su papa y de sus propias inclinaciones.  Aquí había otro no-judío explicando – y de qué manera – la cultura judía, el derecho de Israel a existir, la barbarie nazi, el fervor, el dolor, la pasión y la aventura de ser judío y de crear un nuevo país en una vieja Patria. Borges, en su genialidad y en su pasión por lo judío, me enseñó más que lo que decenas de tratados de historia me hubieran podido enseñar; a través de su obra fue que termine de aprender a amar a Am Israel.

 

Para concluir: 35 años después de su muerte, la obra de Borges y su prédica son más necesarias que nunca. En esta época de cancelaciones arbitrarias, de BDS, de tanta cultura superficial,de tanto relativismo devenido cobardía moral, de tanto antisemitismo disfrazado de antisionismo, no está mal recordar que alguna vez hubo un hombre, nacido en el Rio de la Plata, de sangre argentina,  uruguaya y quizá (como le hubiera gustado) con un hilillo de sangre judía, que se planto contra los totalitarismos y los mandones, que fue amigo y admirador de Israel, y que nos dejo desde su genio estos versos que acaso cualquier olim haría suyos de buen grado:

“Olvidarás la lengua de tus padres y aprenderás la lengua del Paraíso.

Serás un israelí, serás un soldado.

Edificarás la patria con ciénagas: la levantarás con desiertos.

Trabajará contigo tu hermano, cuya cara no has visto nunca.

Una sola cosa te prometemos: tu puesto en la batalla.”

 

Borges y David Ben Gurión, una relación marcada por la admiración a los  griegos y a la cultura judía « The International Raoul Wallenberg Foundation

Borges con Ben Gurion

Borges (izq.) y David Ben Gurión (der.) Fotografía tomada en Buenos Aires en 1969 (Gentileza: Baruj Tenembaum y Fundación Internacional Raoul Wallenberg)

 
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