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| jueves diciembre 26, 2024

Qué cabe esperar de Naftalí Bennett


No era esta la manera en que pensaba convertirse en primer ministro de Israel. Cuando Naftalí Bennett dejó el mundo de la alta tecnología para entrar en política, la idea de que llegaría a lo más alto desplazando a Benjamín Netanyahu habría sido inconcebible para él. Aun más tarde, mientras capitaneaba un partido a la derecha del Likud, se veía como un aliado y no como un rival del primer ministro, y para qué hablar de como el artífice de su caída. La idea de que pudiera suceder a Netanyahu era un escenario que los observadores políticos más sagaces creían que sólo podría ocurrir luego de que el propio Netanyahu se retirara, y una vez que Bennett volviera al Likud.

Pero, al margen de cómo soñara él conseguir tal gesta, Bennett se ha convertido en primer ministro tras forjar una improbable alianza con otros siete partidos políticos, de centro, de izquierdas e incluso uno árabe con el que tiene muy poco en común. El objetivo fundamental de esa bizarra coalición era sustituir a Netanyahu, a quien Bennett admiró y sirvió lealmente.

En el proceso, Bennett y su partido Yamina han desatado la furia en las filas de la derecha por lo que sus detractores consideran una gran traición; y además son vistos con escepticismo por sus nuevos aliados. Lo mismo cabe decir de buena parte de los analistas internacionales e incluso de amigos de Israel como Estados Unidos, pues la mayoría sabe poco sobre Bennett.

[…]

Netanyahu ha dominado la política israelí y el debate norteamericano sobre Israel durante tanto tiempo que a muchos les cuesta cambiar el chip. De hecho, ese ha sido el núcleo de la argumentación contra el cambio, dado que mucha gente había comprado la idea de que el ya ex primer ministro era irreemplazable.

Pero el cambio había de llegar tarde o temprano, y al Estado judío le podrían pasar cosas mucho peores que Naftalí Bennett.

Bennett es el primer mandatario israelí que es judío observante, la culminación de un proceso en el que el movimiento sionista religioso ha llegado a la centralidad de la política nacional desde los márgenes de la sociedad, en las primeras décadas de existencia del Estado, cuando éste estaba controlado por el manifiestamente laico Partido Laborista. Y aunque no es el primer mandatario israelí con lazos con EEUU –Golda Meir se crió en Milwaukee y Netanyahu pasó buena parte de su juventud en Filadelfia–, Bennett, aunque sabra, es hijo de padres norteamericanos emigrados a Israel.

En un sentido, el derrotero que ha seguido Bennett en política no es inusual, no en vano fue, como Netanyahu y como Ehud Barak, miembro del Sayeret Matkal, la gran unidad de élite de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI). Pero, en vez de quedarse en el Ejército o meterse en política, Bennett se pasó una década en el mundo de la alta tecnología, donde cofundó y dirigió una compañía de software antifraude que luego fue vendida por 145 millones de dólares y posteriormente estuvo implicado en el éxito de otra startup vendida por más de 100 millones. Todo esto le convirtió no sólo en un hombre muy rico sino en alguien que entiende de economía, materia extraña para la mayoría de los políticos israelíes no apellidados Netanyahu.

Bennett entró en política como admirador de Netanyahu y se desempeñó como su jefe de gabinete durante dos años, cuando éste lideraba la oposición a Ehud Olmert. Pero, como ha sido el caso con tanta gente talentosa en el Likud en los últimos 15 años, fue expulsado de la órbita del primer ministro por animadversión personal del propio Netanyahu y, al parecer, de la esposa de éste, Sara.

De ahí, Bennett pasó a liderar el Consejo de Yesha, que vela por los intereses de los colonos, y acabó formando su propio partido de derechas con Ayelet Shaked, también expulsada del entorno de Netanyahu. Su formación, Hogar Judío (renombrada posteriormente Yamina), entró en la Knéset en 2013, y desde entonces Bennett fue asumiendo diversas carteras ministeriales, en las que hay acuerdo en que hizo un buen trabajo.

La crítica que se le ha venido haciendo a Bennett, también en estos dos años de parálisis política, no es que carezca de talento o conocimiento; de hecho, se cuenta entre los mejores y más brillantes. Pero se le considera un peso pluma político fácil de doblegar, sobre todo por quien fuera su mentor. Netanyahu ha dependido de los votos del partido de Bennett para conformar sus Gobiernos, pero se ha volcado en laminar las perspectivas de su antiguo asistente. A diferencia de otras figuras marginales de la derecha, Netanyahu vio en Bennett un posible sucesor y lo condenó. (…)

(…) finalmente, Bennett tendrá ocasión de mostrar que sus credenciales en materia de seguridad, sus conocimientos financieros y su atractivo personal son exactamente lo que Israel necesita en este momento.

La idea de que será débil en materia de seguridad se debe a la presencia de la izquierda en la nueva coalición de gobierno. Pero Netanyahu también fue flexible y en ocasiones comprometió sus creencias más asentadas, cuando consideró que era políticamente imperativo hacerlo. Después de todo, fue Netanyahu quien retiró las fuerzas israelíes de Hebrón en los años 90, así como quien respaldó la solución de los dos Estados y aceptó detener la actividad constructora en los asentamientos, en un fútil intento de congraciarse con el presidente norteamericano Barack Obama. Con Netanyahu acechando en la oposición, es más probable que Bennett se mantenga fiel a sus principios en lo tocante al conflicto con los palestinos y la amenaza iraní de lo que están dispuestos a admitir quienes le llaman ahora “traidor”.

Y, por el mero hecho de reemplazar a Netanyahu, es probable que al menos sea merecedor de una pizca de buena voluntad por parte de la Administración Biden y de la judería norteamericana, aunque no dure mucho si se enciende el debate sobre el apaciguamiento con Irán.

En estos tiempos de polarización, tanto en Israel como en EEUU, cuesta imaginar un intento de superar las líneas de división ideológicas que no esté condenado al fracaso. Pero Bennett representa la oportunidad para que una nueva generación de líderes israelíes compruebe que el cielo no se les caerá encima ahora que no está Netanyahu ahí para sostenerlo. Aunque algunos quizá no estén dispuestos a admitirlo, nadie es indispensable, ni siquiera Netanyahu.

Puede que las contradicciones internas de su Gobierno sean demasiado fuertes como para que Bennett tenga éxito. Pero, ahora que asume el cargo, al menos merece los mejores deseos y la ayuda de quienes aman a Israel. Debemos conservar la capacidad de sorprendernos gratamente si, por muy improbable que parezca, a la hora de mantener los logros de su predecesor lo hace mucho mejor de lo que auguran sus detractores.


NOTA: Esta es una versión editada de un texto publicado el pasado día 4, es decir, antes de que Naftalí Bennett fuera nombrado primer ministro de Israel.

© Versión original (en inglés): JNS
© Versión en español: Revista El Medio

 
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