Hay un viejo gag del cine y la televisión por el cual, cuando se pide un voluntario para una tarea desagradable, el pelotón da un paso atrás dejando sólo a uno separado por delante. Es la sensación que tenemos muchos sionistas respecto a las izquierdas mundiales: nosotros seguimos con los ideales y principios fundacionales. Fueron los demás quienes retrocedieron.
De hecho, hasta inicios de los 60, el perfil del joven estado de Israel era un modelo a imitar por los socialistas de todo el mundo, desde los republicanos españoles en el exilio (que recordaban muy bien el compromiso total de los judíos como brigadistas en la Guerra Civil) a los que buscaban una vía alternativa al “abrazo de oso” soviético. Los desmemoriados quizás necesiten revisar las hemerotecas para comprobar cómo la declaración de un estado judío por Naciones Unidas fue impulsada por el canciller soviético Gromyko, además de contar con el respaldo de las democracias progresistas del continente americano. Hoy día la imagen parece el negativo de la foto original.
¿Qué cambió? Básicamente, los intereses geopolíticos soviéticos de la Guerra Fría post-estalinista y su entrada en Oriente Próximo al olor de las reservas de petróleo. En un mundo en que el “baby-boom” de la posguerra generaba en occidente fenómenos como el rock, el pop o los hippies, al otro lado del Telón de Acero se asombraban de los nuevos movimientos revolucionarios y sus prácticas guerrilleras y terroristas, de Bolivia al centro de Roma. De repente, ser de izquierdas empezó a significar algo totalmente distinto, basado sólo en algunos elementos de la ideología original (como la utilización de métodos violentos para la toma del poder), pero no en sus valores y principios éticos.
Ser de izquierdas y moderno (lo que con el tiempo se diluiría en un concepto mucho más difuso y digerible a gran escala) terminó llamándose progresismo, como si la eliminación física del adversario político fuera un signo del avance de los tiempos. En la nueva categorización, ni el kibutz ni el monopolio democrático de los gobiernos laboristas en Israel hasta 1977 encajaban, y fueron demonizados y recatalogados como obstáculos para la “paz de los violentos”.
La caída definitiva de la izquierda tradicional comunista a finales de los 80 supuso la confirmación de la tendencia ideológica maniquea en la que los EE.UU. e Israel, hagan lo que hagan y gobiernen quienes la gobiernen, responden al “lado oscuro”, paradójicamente descrito con los elementos que ambos combatieron: nazismo, fascismo, holocausto. Lo asombroso es la pasividad con que dicha “progresía” ha dejado manipularse para alejarse y renegar de sus principios esenciales, para comer de la mano de los violentos y terroristas, repitiendo a escala sociológica global la dependencia psicológica del abusador, besando la mano que les azota, creyéndose sus mentiras, uniéndose para dar juntos un paso atrás y dejarnos (como en el gag cómico) solos ante las adversidades. Solos, pero por delante.
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