Estaba pensando en el libelo que compara a Israel con la Sudáfrica afrikáner y se me ocurrió que los desmentidos, incluido el mío, dejan de lado un argumento primordial. En Sudáfrica, los afrikáners consideraban que el país era suyo, que los negros eran inferiores y que ellos deberían gobernar sobre estos. En cambio, los israelíes reconocen los reclamos palestinos sobre parte del territorio, no consideran inferiores a los palestinos y no quieren gobernarlos. Son de hecho los palestinos los que creen que la tierra les pertenece, que son superiores a los judíos y que deberían controlar las vidas de estos.
Para ser más precisos: no todos los palestinos, sino los islamistas de Hamás y de la Yihad Islámica (YIP), por ejemplo. Esto, no las disputas sobre los asentamientos o sobre Jerusalén, es la causa de un conflicto que puede remontarse a los años 20 del siglo pasado.
Si hay alguien responsable de estos cien años de conflicto es el muftí de Jerusalén [Haj Amín el Huseini], que sentó las bases para la guerra santa. El muftí quería limpiar de judíos la tierra islámica e incitó a los musulmanes contra los judíos haciendo circular rumores de que iban a destruir la Mezquita de Al Aqsa (el libelo de “Al Aqsa está en peligro”), lo que provocó disturbios que llevaron, por ejemplo, a la masacre de 67 judíos en Hebrón.
Aunque los musulmanes a veces presumen de lo bien que trató a los judíos el mundo islámico, e incluso hay judíos que hablan de una Edad de Oro en España, lo cierto es que los judíos eran tratados como ciudadanos de segunda. Además, para los islamistas es inconcebible que haya tierra alguna perteneciente al pueblo judío, o que los judíos puedan gobernar sobre los musulmanes.
Hay exdiplomáticos y demás pontificadores sobre la paz entre israelíes y palestinos que se niegan a reconocer la base religiosa del conflicto. Los arabistas siguen abogando por políticas que no han sido capaces de implementar porque la diplomacia no es eficaz cuando andan de por medio musulmanes radicales, como hemos visto en nuestra fallida (por mucho que los diplomáticos no lo admitan) política hacia Irán.
Los del club de fans de la solución de los dos Estados ignoran todo lo que dicen y hacen los palestinos que choca con su visión mesiánica. ¿Qué creen que quieren decir cuando cantan “¡Desde el río hasta el mar, Palestina será libre!”? ¿Cuando en sus logos y mapas Palestina sustituye a Israel? ¿Por qué creen que acusan a los judíos de amenazar el Monte del Templo?
La islamización del conflicto se refleja en la disposición de los palestinos a adherirse explosivos al cuerpo y volar en mil pedazos junto con mujeres, hombres y niños israelíes, en la creencia de que están defendiendo el islam, cumpliendo la voluntad de Alá, y de que serán recompensados en la otra vida. No les interesan las concesiones israelíes ni la coexistencia, ni siquiera la independencia. Están entregados a la destrucción de Israel.
Las familias de esos “mártires” son retribuidas por la Autoridad Palestina en el marco de su programa pagar por asesinar. No necesitas tener éxito a la hora de matar judíos: el mero empeño garantiza un estipendio a quienes acaban en las cárceles israelíes.
Es importante advertir que el cariz religioso del conflicto se refleja en las posiciones no sólo de Hamás y la YIP sino en las de la supuestamente laica OLP. En Sudáfrica, frente una multitud de musulmanes congregados ante una mezquita, Arafat exhortó: “Debéis venir y librar la yihad para liberar Jerusalén, vuestro precioso templo”. En 1996, el propio Arafat le dijo a una multitud en Belén: “Sólo conocemos una palabra: yihad, yihad, yihad”. De nuevo en 2002, Arafat proclamó: “Sí, amigos, con nuestra sangre y nuestras almas te redimiremos, oh Palestina (…) Es un compromiso sagrado. Estamos listos para cumplir nuestro deber. ¡Alá es grande! ¡Gloria a Alá y a su Profeta! ¡Yihad, yihad, yihad, yihad, yihad!”.
Los terroristas capturados o eliminados por Israel son considerados mártires por el islam. El brazo armado de Fatah son las Brigadas de los Mártires de Al Aqsa. Mahmud Abás no es islamista, pero su insistencia en difundir el bulo de que Al Aqsa está en peligro se hace eco de lo que clamaba el muftí hace un siglo.
Durante años, los palestinos adujeron que su objetivo era establecer un “Estado democrático laico” en Palestina. Ese eslogan era para consumo occidental y tan absurdo que apenas lo han vuelto a utilizar en su propaganda. La idea de un Estado democrático palestino (Abás va por su 17º año de un mandato de sólo cuatro) es inverosímil; la noción de que sea laico queda más allá de la imaginación. Los borradores de la Constitución palestina declaran al islam religión oficial de cualquier futuro Estado.
Déjenme ser claro. Esta guerra no es entre el islam y el judaísmo o entre el islam e Israel. La prueba es que hay naciones musulmanas que han hecho la paz con Israel. No hay contradicción porque esos países –Egipto, Jordania, Marruecos, Baréin, Emiratos– son los menos fundamentalistas y sus líderes también temen a los islamistas. Los más estentóreos detractores de la paz con los judíos son la Hermandad Musulmana e Irán. Puede que Arabia Saudí normalice relaciones con Israel, mientras Mohamed ben Salman trata de moderar y modernizar el país, pero el reino está dominado por la secta puritana wahabita y escuelas con financiación saudí (incluida una radicada en Virginia) han enseñado durante mucho tiempo, por ejemplo, que en el Día del Juicio los árboles clamarán: “Oh musulmám, oh siervo de Dios, hay un judío escondido detrás de mí. Ven y mátalo”.
El conflicto con los palestinos no tendrá solución mientras sus dirigentes tengan una agenda religiosa en vez de política. No puedes llegar a compromisos con gente que cree que Alá le ha ordenado reconstituir el imperio islámico e, idealmente, expandirlo por todo el mundo. Para ellos, Israel es un cáncer en el cuerpo islámico que ha de ser extirpado. Ya puede Israel desmantelar todos los asentamientos, retirarse a las líneas del armisticio de 1949 y declarar muerto el sionismo, que no se darán por satisfechos.
¿Cabe sorprenderse de que los palestinos hayan rechazado la estadidad en 1937, 1939, 1947, 1949-1967, 1979, 2000 y 2008?
En la campaña presidencial de Bill Clinton de 1992, el eslogan fue: “¡Es la economía, estúpido!”. Se trataba de un eslogan diseñado para que Clinton mantuviera el foco sobre lo que su equipo consideraba el factor más importante de los comicios. Quien quiera comprender el conflicto entre Israel y los palestinos debería adoptar uno similar; uno que dijera: “¡Es la religión, estúpido!”.
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