Eduardo Kohn
De acuerdo a una interpretación del Corán, la expresión taqiyya se refiere al permiso que tiene un creyente para simular y así defenderse de un presunto ataque. Ha sido muy utilizado en el permanente enfrentamiento entre chiitas y sunníes. Pero taqiyya es un concepto que va más allá de la desconfianza sunni de que los chiitas se amparan en la simulación para luego mostrar su verdadero rostro. La historia demuestra que la taqiyya es una herramienta de uso en el universo musulmán, especialmente radical, cuando creen que hay algún riesgo para imponer y avanzar en sus políticas. Y eso, ni más ni menos, es lo que esta semana empezó a suceder en Afganistán con la toma del país por parte de los talibanes.
Según determinados teólogos, mentir para protegerse a uno mismo o a otros es permisible bajo ciertas circunstancias. Sin embargo, otros teólogos dicen que es un acto de hipocresía y una falta de fe y confianza en Dios. La taqiyya no está mencionada específicamente en el Corán, pero se basa en un versículo que libera de la ira divina al musulmán que reniega de su fe bajo coacción. Los talibanes no han abandonado para nada su fe, sus convicciones y mucho menos la aplicación de acuerdo a sus visiones, de la Sharia (el código de la ley islámica), pero en este proceso de toma del poder en Afganistán están usando desde el primer momento el concepto global de taqiyya, prometiendo lo que no van a cumplir (porque entre otras cosas sería pegarse un tiro en el pie y renegar de ser lo que son) pero intentando con estudiada simulación insertarse en el mundo del relacionamiento. El estilo medioevo que impusieron hace tres décadas saben que hoy es aplicable sólo cuando estén plenamente instalados en todo el territorio afgano.
La periodista española Macarena Gutiérrez publicó hace 48 horas una extensa nota a una joven afgana que vive en Barcelona. Nadia Ghulem nació en Kabul en 1985. Hace 15 años llegó a Barcelona para recibir un tratamiento médico y se quedó. Tiene familia en Afganistán. La periodista relata la angustia de Nadia por saber algo de su familia y su ansiedad por ver cómo sacarlos de Kabul. Y no cree en el lenguaje que ha usado un vocero talibán a través del cual promete paz y respeto a los derechos. Es contundente: ”Pese a que los fanáticos islamistas han aprendido a ser más prudentes para no causar el pánico general, el fondo es el mismo e igual de terrible para las mujeres. Es posible que ahora tengan dos caras, la real y la que muestren a la comunidad internacional. Sobre todo por la presión social y por el miedo que implantaron en los corazones de las afganas cuando estuvieron en el gobierno”. Bueno, Nadia sabe que la taqiyya está funcionando.
Nadia, ahora escritora, sabe lo que es vivir bajo la dictadura de la Sharia, versión talibana. Durante varios años se hizo pasar por su difunto hermano Zelmai para poder salir a buscar el sustento vestida de muchacho. Hija de un farmacéutico y una mujer analfabeta, su casa recibió el impacto de una bomba en 1991, durante la guerra civil. Con apenas seis años, resultó muy lastimada en el impacto y sufrió quemaduras que le dejaron graves marcas en la cabeza y en la cara.
El temor de Nadia es que los talibanes tomen represalias contra sus padres ya que ella lleva escritos tres exitosos libros traducidos a 14 idiomas y ha relatado con crudeza la bestialidad medioeval del Talibán. Se ha comunicado con ellos, pero están encerrados, con miedo a salir a la calle, viviendo en condiciones muy precarias. Nadia dice que lo que ha declarado el portavoz talibán Zabihulla Mujahid diciendo que las mujeres podrán trabajar es simplemente simulación y engaño, ya que Mujahid dijo también que podrán trabajar bajo los límites de la Sharia y es bastante obvio lo que eso significa para los nuevos dueños de Afganistán.
En la edición del domingo del diario británico The Guardian, se publicó una extensa carta de una joven afgana que pidió al diario mantenerse anónima, en la cual entre otras consideraciones, escribió: “Ahora voy a tener que quemar todos mis logros, lo que tanto trabajo y esfuerzo me ha costado. Entre ellas, mis dos títulos universitarios. Con lo que me ha costado llegar hasta aquí, convertirme en la persona que soy hoy… Lo primero que hemos hecho mi hermana y yo tras la caída de Kabul es correr hacia casa para destruir nuestros diplomas, nuestros certificados de notas. Ha sido devastador, ¿por qué tenemos que esconder algo de lo que nos sentimos tan orgullosas? En mi país no podremos volver a ser lo que éramos. No lo van a permitir”.
La taqiyya siguió avanzando en la semana. Ayer, ciudadanos afganos salieron a las calles en Jalalabad. Más allá de la entrada de los talibanes al país, el caos no es un tema apenas político, sino mucho más grave y tangible: pandemia sin control, economía destruida, miseria, desesperación y hambre. La respuesta de los talibanes fue muy sencilla: tres muertos, por lo menos, ya que no hay informes de prensa cabales, y decenas de heridos. Este enfrentamiento puntual, que se va a reiterar hasta que la represión los liquide, se debió a que los talibanes están colocando su bandera y quitando no sólo la bandera de Afganistán sino su identidad como país. Y para cerrar por hoy con la aplicación de la taqiyya por los talibanes, señalar que hace 48 horas volaron la estatua de un líder de la milicia chiíta que luchó contra ellos durante la guerra civil de Afganistán en la década de 1990, según fotos que circularon en las redes sociales el miércoles. La estatua representaba a Abdul Ali Mazari, un líder de la milicia asesinado por los talibanes en 1996, cuando los militantes islámicos tomaron el poder de los caudillos rivales. La estatua se encontraba en la provincia central de Bamyan, donde los talibanes en 2001 volaron dos enormes estatuas de Buda de 1.500 años de antigüedad talladas en una montaña, poco antes de la invasión de Estados Unidos.
La andanada de análisis políticos sobre la retirada de Estados Unidos, la indiferencia occidental, cómo favorece esta nueva situación a algunas potencias y pone en jaque a toda la región, hoy, nos excede. Hoy, la realidad son algunos hechos, que irán marcando junto a varios factores geopolíticos, la historia de Afganistán a partir de ahora. Los talibanes recibieron dos saludos efusivos: uno, de Hamas; otro, de Nicolás Maduro. Es lógico que un movimiento terrorista salude a un movimiento como el Talibán. Es previsible que, con su ideología fascista, Maduro se pare al lado del medioevo. Ratifica su nivel y marca a fuego a quienes con tanto desparpajo lo apoyan en nuestro continente.
El Consejo de Seguridad se reunió el lunes y como gran solución enfatizó la importancia de combatir el terrorismo en Afganistán para asegurar que otros países no sean amenazados o atacados, y declaró que “ni los talibanes ni ningún otro grupo o individuo afgano deben apoyar a los terroristas que operan en el territorio de ningún otro país”. O sea, los talibanes son ya, de entrada, interlocutores. Lo único que falta, es ponerlos a presidir el Consejo de DDHH. Cada vez más se parecen a la Sociedad de Naciones pre Segunda Guerra: papeles que nadie lee, declaraciones que nadie escucha. En menos de 24 horas le dieron tranquilidad a los talibanes para que hagan lo que quieran y se sacaron toda responsabilidad por lo que suceda desde ahora. Una señal macabra.
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