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| martes diciembre 24, 2024

La Fragilidad De Los Niños Judíos A Partir De La Noche De Los Cristales


La Noche de los Cristales Rotos fue el comienzo del antisemitismo organizado desde el estado contra los judíos. Ese nefasto día costó al final de la Segunda Guerra Mundial el asesinato de 6.000.000 de judíos y entre ellos a 1.500.000 de niños. Sí de niños, esos cristales de vida que llegaron con su luz para ser pulidos por el amor de sus padres e irradiar  con  sus facetas a la Humanidad. Esos hijos concebidos que llegaron al mundo, para luego ser asesinados, eran  transparentes y había que educarlos y cuidarlos. Borges,  sabiamente escribió sobre Spinoza “Las traslúcidas manos del judío, labran en la penumbra los cristales”… porque cuando un cristal es pulido, como cuando llega un hijo al mundo, su brillo rompe la oscuridad y el frío. Por eso los seres humanos tenemos que tallar los cristales de nuestras vidas y de nuestra continuidad y no destrozarlos como sucedió en la Kristallnacht.

 

Esos niños ante la deshumanización del nazismo, pasaron a ser tatuados-numerados y sus nombre registrados en las tarjetas hollerit de las computadoras IBM. Esos niños con ojos como cámaras registraron el horror de su entorno, pero por su condición de niños no dejaron de soñar y de ver la realidad que los adultos negaban. Los nazis los tomaron como prisioneros para matar la continuidad judía sobre la Tierra. Los nazis se encargaron con planes perversos empañar y ahogar con los gases de los hornos crematorios, solos o en brazos de sus madres, sus crecimientos encerrándolos en guetos. Esas vidas han dejado testimonio en imágenes, poesías y textos mezcla de verdad y esperanza.

 

En el Museo Estatal Judío de Praga se conservan 4000 dibujos de los niños del campo de de concentración de Terezín. Habían sido trasladados en vagones hacinados, humillados y maltratados, arrancados de sus padres para engañosamente llevarlos a un lugar ejemplar para la visita periódica de los observadores extranjeros. Lo mostraban como un campo ejemplar pero era un campo de recepción y tránsito. Esos organismos, como el de la Cruz Roja Internacional, controlaban con sus visitas las condiciones en las que se encontraban los niños huérfanados apreciando sus actividades culturales  y recreativas. Esos controladores fueron un eslabón más de la puesta en escena del engaño nazi. Terezín fue una “parada” más hacia sus muertes.

 

¡Vaya paradoja! Terezin, Bohemia, a 60 kilómetros de Praga,  lleva el nombre en honor a la madre  del  Emperador José II desde  hace más de 200 años. Ingenieros italianos construyeron una fortaleza de doce muros en forma de estrella que pasó a ser guarnición militar y una pequeña ciudad. Esa estrella edilicia fue el campo de concentración con las estrellas amarillas pegadas en los pechos de los niños que la poblaron hasta  haber sido deportados. Niños discriminados que solamente podían jugar en los cementerios. Alrededor de 15.000 fueron víctimas en Auschwitz y solo volvieron un centenar al terminar la guerra.

 

En 1980 visité el Museo Judío Estatal de Praga. Me conmovió ver sus dibujos y leer sus poesías rescatadas de Terezín. Sentí que esas imágenes y estrofas infantiles quedaron como denuncias de  lo que padecieron en cautiverio. Y fue tal mi emoción que fotografié  para difundir algunos de sus trabajos  porque esos chicos pulieron desde el cristal de sus ojos  crónicas de cadáveres, hambre, sol, mariposas y  pájaros en libertad.

 

Me enamoré de una seriada de Illona Weiseva, una niña de 12 años que como todos los trabajos que guarda el museo quedaron perpetuados a través de sus dibujos.

Relato visual: “Nació el pollito o el huevo, el pollito rompió el cascarón, lo pusieron en una canastita, luego en venta, lo llevaron a la pollería, un señor lo compró, lo mató para comer, lo puso al horno, se lo dio de comer a su hija, ella lo comió y después fue al baño e hizo su deposición, se limpió y tanto el papel como el pollito de la heces se fueron por las aguas residuales. Pero gran observación: Para Illona el pollito se mantuvo vivo y entero en todo este proceso de desintegración que responde a lo que escribió Ana Frank  en su diario: “Quiero seguir viviendo a pesar de mi muerte”.

 

*Los escritos en la cuadrícula son copiados y seleccionados del libro “Los Niños de Terezín”.

 
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