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| miércoles diciembre 25, 2024

El multimillonario que cuidó de Israel y de los judíos


Cada época tiene su propia mitología sobre los que amasan una gran riqueza. En el siglo XXI, la narrativa prevaleciente se centra en los nerds que se han hecho de oro por su pericia tecnológica. Los oligarcas de las Big Tech que se han abierto paso en la lista Forbes de multimillonarios son envidiados y temidos. Pero, con muy escasas y llamativas excepciones, su estilo de vida cool, su progresismo político y sus donaciones a causas de moda y políticamente correctas generalmente les protegen de los peores castigos que la cultura pop inflige a los famosos. Los nerds multimillonarios pueden ser a veces objeto de mofa, pero los que llevan la voz cantante, la clase parlante, les siguen ensalzando por financiar las causas que defienden.

No fue el caso de Sheldon Adelson. El magnate de los casinos, que falleció el año pasado a los 87, fue como una vuelta a los cuentos clásicos de los pobres que se convierten en ricos. Mayormente será recordado no tanto por cómo hizo su fortuna, sino por qué hizo con ella.

Incluso un año después, su nombre sigue en boca tanto de sus críticos como de quienes comprenden qué significó para Israel y para el pueblo judío.

Su fallecimiento fue celebrado con un torrente de dicterios por parte de los progresistas, tanto en EEUU como en Israel; dicterios propios de cuando quien muere es un político controvertido. Junto con su esposa, la doctora Miriam Adelson, aportó más a las causas judías que ningún otro filántropo en las primeras décadas del presente siglo. De hecho, su impacto en el mundo judío de los últimos decenios ha sido tal que cuesta calibrarlo debido a la omnipresencia de su liderazgo y obra filantrópica.

En vez de ser recordado principalmente por esto, tras su fallecimiento los medios se centraron en el dinero que gastó en ayudar a candidatos republicanos que veía como amigos de Israel. Adelson se sirvió del acceso que le brindó su riqueza para cabildear no sólo en el Congreso sino ante presidentes y primeros ministros, con un disimulado afán por atraérselos en todo lo relacionado con la seguridad de Israel.

A diferencia de la mayoría de los multimillonarios, rehuyó las causas de moda y políticamente correctas, como las asociadas con el medioambiente y el calentamiento global. Es más, mostró poco interés en ser uno más de la élite cool y fashion, como tantos otros de la lista Forbes.

Si bien hizo generosas aportaciones a una pluralidad de entidades sanitarias, el gran objeto de su interés como donante fueron Israel y la vida judía. Adelson era un sionista tradicional que creía en el derecho a la tierra del pueblo judío, y quería que ese derecho fuese respetado por el aliado americano. Lo que significó que, junto a muchas otras causas judías no políticas, benefició a instituciones ligadas con el nacionalismo y la derecha judíos. Vilipendiado por una casta mediática israelí tan escorada a la izquierda como la norteamericana, respondió financiando un periódico gratuito –Israel Hayom– que no sólo rompió el monopolio progresista en dicho campo sino que se convirtió en el más leído del país. En el mismo espíritu, fue un patrocinador temprano de JNS.

Por todo ello, fue odiado de una manera que en parte remite a la obsesión que tiene la derecha con George Soros, el financiero judío multimillonario que ha gastado aún más dinero que Adelson en política, en su caso para hacer avanzar causas izquierdistas, incluidas las que se oponen fervientemente a los intereses judíos y a Israel.

Aun así, la posición que ocupó Adelson era única. Aunque su dedicación a emprendimientos judíos contó con un amplio respaldo de la mayoría de la comunidad –como el programa Birthright Israel, que ha brindado estancias gratuitas en Israel a cientos de miles de jóvenes judíos norteamericanos–, no tuvo parangón entre otros donantes más centristas, y mucho antes de su fallecimiento se había convertido en el símbolo de los donantes conservadores determinados a seguir su curso y en el más prominente ejemplo de lo que los enemigos de Israel ven como la siniestra manera en que los judíos compran influencia en Washington.

La cosa política hace que se desdibuje algo más básico. Y es que, a diferencia de prácticamente todos sus contemporáneos, Adelson estaba dispuesto a adentrarse en los pasillos del poder y hablar en defensa de sus ideas en situaciones en las que otros quizá recularan. Claramente se veía como alguien con una posición, asegurada por su buena fortuna en los negocios, desde la que podía hacer algo más que seguir la corriente. De ahí que se granjeara críticas, pero a la vez consiguió para los judíos –se mostraran agradecidos o no– tanto como cualquier otro gran filántropo de la historia de su pueblo, o incluso más.

Además de encarnar el espíritu emprendedor que encontramos en tantas otras trayectorias judías de éxito en el mundo de los negocios, Adelson poseía la típica mentalidad del judío americano de posguerra cuya identidad etno-religiosa giraba en torno a la recordación del Holocausto y la defensa de Israel. De hecho, le gustaba recordar que en su primer viaje a Israel –que tuvo lugar cuando ya era rico– llevó los zapatos de su padre, para de alguna manera cumplir el incumplido sueño de ese pobre hombre de visitar un día Tierra Santa.

Fue su segundo matrimonio (1991), con Miriam, una médico israelí especializada en el tratamiento de adicciones, lo que le hizo centrarse en el activismo y la política sionistas. Desde entonces, el Estado judío absorbió su interés, y a él dedicó su riqueza, de forma tal que alteró sustancialmente el curso de la política israelí y norteamericana.

La lista de instituciones israelíes y judías a las que patrocinó es muy larga. Su generosidad, en forma de una donación estimada en 140 millones de dólares, permitió al proyecto Birthright expandirse hasta convertirse en una suerte de derecho prácticamente universal de los jóvenes judíos norteamericanos a viajar a Israel. También fue uno de los principales mecenas del Yad Vashem World Holocaust Remembrance Center, y financió hospitales y escuelas judíos en todo EEUU.

Pero no se conformó con donar a entidades benéficas. Contrario a que EEUU ejerciera presión sobre el Estado judío para que hiciera concesiones que su pueblo consideraba peligrosas para su propia seguridad, fue uno de los principales donantes republicanos al tiempo que el GOP completó su transformación en un partido decididamente proisraelí.

Si sus contribuciones a causas filantrópicas fueron de una escala épica, no en vano sus donaciones fueron de cientos de millones de dólares, su implicación en la política fue de la misma magnitud. Sus donaciones a candidatos pro israelíes y conservadores del Partido Republicano fueron generosas y estratégicas. Con el tiempo, eso significó que acabó rechazando el enfoque adoptado por Aipac. El lobby proisraelí era rigurosamente bipartidista porque lo que pretendía era mantener el apoyo al Estado judío entre un amplio espectro del mundo político norteamericano. Sin embargo, eso significaba mantener el apoyo a demócratas progresistas que traicionarían los intereses de la comunidad proisraelí apoyando el peligroso programa nuclear iraní, por ejemplo.

Adelson apostaba por una intervención más directa en la política. Apoyaba a quienes consideraba que eran amigos leales en la causa que le preocupaba y cortaba con quienes creía que no lo eran. Lo que eventualmente le llevó romper con el modelo Aipac y dar su espaldarazo al Israel-American Council, más conservador.

Su disposición a apoyar a Donald Trump en 2016, cuando la mayoría de los grandes donantes norteamericanos no quisieron hacerlo luego de que aquél se asegurara la candidatura del GOP, se reveló especialmente determinante. Adelson donó cientos de millones a cantidad de candidatos a lo largo de los años, pero ninguna de esas donaciones fue tan significativa como su respaldo a Trump. Puede que sus actividades durante la campaña de 2016 no fueran lo que produjo la victoria de Trump, pero el caso es que el triunfo del neoyorquino le hizo a Adelson ganar acceso, y lo utilizó como era de esperar: para abogar abiertamente por la adopción de políticas proisraelíes.

El alineamiento de Trump con Israel se produjo por una serie de razones, entre las que se cuentan el sentir de numerosos judíos de su círculo más cercano, el apoyo de los evangélicos y la hostilidad del 45º presidente hacia la casta de la política exterior. El empeño de Adelson en que se trasladara la embajada de EEUU de Tel Aviv a Jerusalén, así como en otros asuntos benéficos para Israel, no debería ser desechada. Aunque el mérito no fue sólo suyo, se trató en no poca medida de un tributo a su disposición a usar su influencia para lo que él –y la mayoría de los israelíes y de los judíos norteamericanos proisraelíes– consideraba que era lo correcto. El hecho de que Adelson comprara la propiedad que sirvió como residencia del embajador en Herzliya por 67 millones de dólares –récord para una vivienda particular en Israel–, para hacer aún más difícil a un futuro presidente revertir la decisión de Trump, dice mucho sobre su disposición a no escatimar recursos en todo aquello que considerase lo mejor para el pueblo judío.

Los fondos que destinaba a los republicanos y a los asentamientos, por ejemplo los dedicados a financiar la Facultad de Medicina de la Universidad de Ariel, le hicieron objeto de especial inquina entre los judíos de izquierdas y los gurús progresistas. En una época en que la mayoría de los grandes donantes judíos han adoptado la mentalidad de la mayoría de los judíos no ortodoxos y se concentran en las causas progresistas más que en las tradicionalmente sionistas, Adelson fue la excepción que se tornó decisiva. Cuando los antisionistas y los izquierdistas bramaron tras su fallecimiento, dieron rienda suelta a su resentimiento ante la forma en que Adelson valoraba el trasnochado paradigma de la solidaridad con Israel y su seguridad.

En este sentido, el legado de Adelson no puede medirse sólo por los dólares que canalizó a causas judías o a los candidatos proisraelíes que respaldó. En un tiempo en que las instituciones judías norteamericanas corren peligro por el cambio demográfico, financió programas como Birthright, que mantuvieron con vida a una comunidad en decadencia. En política, su devoción por la idea de que se ha de permitir a Israel decidir su propio destino, no imponérselo desde EEUU, se tradujo en políticas que esencialmente permitieron que aquélla prevaleciera, al menos mientras Trump estuvo en la Casa Blanca.

Un año después de su muerte, merece la pena recordar el ejemplo de Adelson no solo por lo que hizo, sino porque apuntó a la necesidad de que otros potentados judíos sigan sus pasos en lo relacionado con la defensa de la identidad y con la persecución abierta de los intereses de su propio pueblo y del Estado judío.

Como los magnates judíos que intercedieron por sus comunidades en épocas peligrosas del pasado, Adelson exhibió el coraje que le conferían sus convicciones, lo que le hizo impopular ante quienes desprecian a los conservadores a los que respaldaba, el papel que desempeña el dinero en la política, el uso de donaciones para promover los intereses de Israel e incluso el impacto de la filantropía americana en la sociedad israelí. Sea como fuere, y más que ningún otro miembro de su generación, Sheldon Adelson fue fiel a las obligaciones que el judaísmo impone tanto al uso de la riqueza como al deber de solidaridad para con los demás judíos. No fue un multimillonario de moda más, pero sus obras le hicieron merecedor de un lugar de honor en los anales de la historia judía.

© Versión original (en inglés): JNS
© Versión en español: Revista El Medio

 
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