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| domingo noviembre 24, 2024

Plantar en Tu Bishvat, tener un hijo en Rosh Hashaná y escribir un libro en Yom KIpur


Mucha gente conoce el dicho “hay tres cosas que cada persona debería hacer durante su vida: plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro”, aunque quizás sean también muchos los que ignoren que la frase tiene un autor conocido: el poeta cubano José Martí. Es un mensaje universal, pero que en estos días cercanos al 15 del mes de shvat cobra particular relevancia, ya que se considera a esta fecha (en hebreo conocida como Tu bishvat) como el inicio de un nuevo año para los árboles y el mejor momento para plantarlos. La motivación, no obstante, no es ecológica ni una manera de luchar contra el calentamiento global reduciendo el exceso de dióxido de carbono en la atmósfera. Como siempre, la explicación no está fuera en el mundo, sino en el propio ser humano, al que la Torá compara con un árbol y al que el Talmúd atribuye en ocasiones la calidad de justo y santo (tzadik) como una palmera datilera, como metáfora de la eternidad de la semilla, que se traduce en la descendencia tanto física (hijos) como espiritual (discípulos).

La metáfora botánica sirve también para ilustrar el crecimiento y la propagación del alma. Educar a un niño es como sembrar una semilla que dará origen a nuevas generaciones de su misma especie. Dicen también los sabios que si se práctica una incisión en un árbol maduro, el corte no se esparce y el daño queda confinado al lugar donde se practicó el mismo, pero si se hace un pequeño corte en una semilla antes de ser plantada, ésta podría no prosperar en su crecimiento, o bien todo el árbol podría deformarse como resultado de la incisión.

La segunda parte de la frase de Martí alude justamente al precepto de la semilla humana: tener un hijo. En ese caso, más que vincularlo con la actual fiesta menor de la luna llena de shvat, quizás convendría verlo más como otro de los inicios de año mencionados en el Talmúd, el que llamamos Rosh Hashaná y que celebra el aniversario de la creación de Adán, ya que cada nacimiento es en sí el momento de ver el fruto de la semilla corpórea, un milagro que se renueva en el mundo decenas de millones de veces cada ciclo en torno al sol. Aunque cada uno de nosotros haya sido concebido en otro instante del año, todos nos remitimos a la magia de llegar al mundo y heredarlo.

En cuanto a lo de escribir un libro, es la tarea aparentemente más difícil de las planteadas por Martí: no todo el mundo está alfabetizado y, entre los que sí lo están, sólo una minoría goza de suficiente talento para tan siquiera plantearse la posibilidad de llenar las páginas de un libro, a menos que entendamos este postulado como una nueva metáfora. En la tradición judía, cada uno de nosotros redacta con sus hechos un Libro de la Vida que una vez al año, en Yom Kipur, se firma y somete al escrutinio divino. Allí aparece reflejado no cómo queremos que nos vean y entiendan, sino como realmente somos, incluso de puertas del alma adentro. Semillas que se siembran, cosechan y, finalmente, nos hacen crecer

 
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