Parafraseando a León Tolstoi, cada situación pacífica se parece, pero cada situación de conflicto es conflictiva a su manera.
El 24 de febrero, y tras varios amagos, Putin iniciaba la invasión de Ucrania, terminando así la labor iniciada en 2014 cuando tropas rusas se apoderaron de Crimea. Tras unas horas iniciales de inexplicable estupor, pudimos tener acceso a múltiples análisis de todo color político. En las redes sociales y en todos los medios nos afanamos por entender el cómo y los porqués de una guerra que volvía a sacudir a Europa.
Tras una semana de invasión, la ONU habla de un millón de refugiados y de más de 700 civiles muertos. Hay que tomar con pinzas los datos, ya que estos suelen ser empleados como baza propagandística en los conflictos, y esperar a que se enfríe el terreno para obtener cifras más rigurosas; pero, en cualquier caso, esa aproximación nos da una idea de la dimensión de la catástrofe.
Y en medio de la maraña de información y opinión al respecto, algunos activistas han decidido arrimar el ascua a su sardina. Especialmente destacable es el renovado furor antiisraelí que de modo más o menos abierto se ha desatado en las redes. Por ejemplo, un excongresista peruano con más de 125.000 seguidores en Twitter lanzaba en dicha plataforma: «La falta de respeto al derecho internacional es responsabilidad exclusiva de la ONU, USA y UK al permitir a genocidas masacres impunes a niños palestinos. Ahora no hay quien ponga orden. No se quejen». Es decir, que si Putin, en nombre de un imperialismo trasnochado, decide invadir un país soberano, es culpa de los judíos.
En caso de emergencia, culpe al judío…
Pero si no sorprende esa actitud entre quienes dedican abiertamente su tiempo y energías a la cruzada contra Israel, es aún más sorprendente cuando son periodistas o pretendidos profesionales de la información y el análisis quienes difunden esos mensajes improcedentes. Informadores cuyas voces, se suele dar por sentado, deberían servir de referente, de fuente para el debate. Así, algunos han intentado aprovechar el caudal de solidaridad y empatía hacia el pueblo ucraniano para trazar paralelismos con la causa antiisraelí. Por ejemplo, un prestigioso periodista español planteaba a sus numerosos seguidores en redes sociales:
Si Trump se salta el derecho internacional y reconoce la soberanía de Israel sobre Jerusalén y los Altos del Golán y Biden no dice ni pío, ¿Qué problema tiene ahora EEUU con Putin y Ucrania [en] guerra? ¿Cuántos derechos internacionales hay en vigor?
Y es que esas comparativas son pura manipulación, puesto que Rusia ha invadido un Estado soberano con fronteras legítimas reconocidas internacionalmente, mientras que en el caso israelí existe una disputa territorial. Jamás existió un país llamado Palestina que Israel decidiera ocupar de un día para otro. Por el contrario, desde 1948 Israel se ha visto atacado sistemáticamente por sus vecinos y, como consecuencia de ello, existe lo que se denomina «ocupación». Concretamente, los Altos del Golán es una meseta desde la que se tiene control absoluto de parte del territorio israelí y desde donde se lanzaron no pocos ataques contra Israel. Es especialmente sorprendente la pretensión de paralelismo, cuando el mismo presidente de Ucrania, Volodímir Zelensky, comparó la lucha de Ucrania con la de Israel. «Sabemos lo que significa defender el propio Estado y la propia tierra con las armas en la mano, a costa de [la] propia vida». O sea, justo lo contrario de lo que quieren establecer dichos analistas.
Este fenómeno de comparar lo incomparable, de apropiarse de coyunturas y dolores ajenos, obviamente no responde a ningún rigor analítico, parece ser fruto de la necesidad de mantener la causa antiisraelí en el candelero, no sea que la solidaridad con los ucranianos pueda por un momento eclipsar la obsesión mediática que suele ser Israel. Una reconocida periodista de CNN llegaba reprochar a Israel no haber tomado la actitud que debía respecto a Ucrania, olvidando que Israel tiene a Rusia instalada en Siria, y que depende de su consentimiento para poder evitar ataques desde el país vecino.
Por su lado, en The Independent, su «Race Correspondent» (sic) acusaba al apoyo internacional a la resistencia ucraniana de representar un doble rasero racista, porque según ella no se practica igualmente con «personas negras y morenas» como los palestinos, que según ella tendrían el mismo comportamiento. Al margen de implicar una dicotomía falsa de blancos y negros, según la cual los israelíes serían blancos, el análisis entero es una distorsión política y ética, pues, como apuntaba el analista de Camera UK Adam Levick,
los ciudadanos de la Ucrania democrática que fabrican cócteles molotov lo hacen para lanzarlos contra los tanques que forman parte de un ataque militar no provocado por parte de un régimen ruso autoritario y expansionista. Por otro lado, los palestinos que fabrican y utilizan bombas contra los israelíes suelen usar esos explosivos contra civiles, y suelen estar afiliados a organizaciones extremistas antisemitas que buscan la destrucción de Israel.
Y es que precisamente la clave de la cuestión radica en la amenaza existencial. Si realmente los analistas buscan trazar paralelismos, en lugar de limitarse a una superficial lectura de fuertes y débiles tal vez convendría ahondar en la misma esencia del conflicto. Así como Putin no considera a Ucrania un Estado legítimo y no cree que deba existir, Fatah, Hamas, Irán y no pocos países consideran que el Estado judío tampoco tiene derecho a existir. Así como Ucrania lucha una guerra existencial, Israel tiene enfrente a grupos financiados, armados y entrenados por un aspirante a potencia nuclear cuyos dirigentes han dejado claro que Israel debe desaparecer. En palabras de Yibril Rayub, ex secretario general adjunto del Comité Central de Fatah y exdirector de la Fuerza de Seguridad Preventiva en Cisjordania: «Juro que si tuviéramos una bomba nuclear, la habríamos utilizado esta misma mañana». O en palabras del ayatolá Ali Jamanei, patrocinador de los anteriores, Israel «será borrado de la geografía mundial» y su territorio «devuelto a la nación palestina».
De tal guisa, entonces, se están sentando las bases para la próxima campaña de propaganda antiisraelí. Bases que, por otra parte, no difieren de las ya utilizadas: la explotación de causas ajenas y la imprescindible banalización y manipulación de la Historia. Lahav Harkov, periodista del Jerusalem Post, comentaba en redes sociales:
El hecho de que tantos periodistas mainstream tengan esa fijación con Israel durante un conflicto que no es sobre Israel resulta espeluznante, y deberían examinar realmente por qué lo hacen.
Ahora más que nunca, cuando la desinformación y la desestabilización informativa se han apoderado de muchos medios de comunicación, es necesario apelar al rigor periodístico y analítico de quienes deben iluminar el panorama tan oscuro. Porque de nada vale gritar «fake news!» por un lado mientras por el otro se fabrican otras iguales contra Israel, ese sospechoso habitual.
El problema de fondo que aqui se plantea, es que en determinados casos, nos hayamos ante personas que hacen prevalecer su vision «ideológica» y su militantísmo, antes que su deber de informar de los hechos, sin procurar «interpretárlos» de forma partidísta, atendiendo a lo anteriormente dicho ..supuestos «profesionales» de la informacion, que de facto niegan sérlo, cada cuando se erigen en formadores de opinion, siguiendo siempre su vision sesgada, cuando no abiertamente maniquea cada vez que de Israel y de los judios se trata …
saber detectarlos a tiempo, y desactivárlos por medio de una informavion veraz, es la tarea que incumbe a aquellos que SI ejercen de profesionales del médio …