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| domingo diciembre 22, 2024

En Israel como en Ucrania, la clave es la autosuficiencia


  • El descontrolado asalto del Ejército, la policía y las fuerzas paramilitares —, bajo la dirección del presidente —, contra civiles — ha generado una catástrofe humanitaria masiva que asimismo amenaza con desestabilizar la región circundante. Cientos de miles de personas han sido despiadadamente expulsadas de — por las autoridades —. Condenamos esas espantosas violaciones de los derechos humanos y el uso indiscriminado de la fuerza por parte del Gobierno —.

Puede usted poner “de Rusia”, “Putin”, “ucranianos” y “Ucrania” en los espacios libres del párrafo anterior. Que de hecho es de 1999 y en los espacios libres ponía “de Yugoslavia”, “Milosevic”, “kosovares” y “Kosovo”. Está tomado del comunicado en el que la OTAN anunció un ataque aéreo sin precedentes contra la extinta República Federal de Yugoslavia (RFY).

Merece la pena recordar por qué la OTAN fue a la guerra hace 23 años. Volvamos al comunicado: “Cientos de miles de personas han sido despiadadamente expulsadas de Kosovo por las autoridades de la RFY. Condenamos esas espantosas violaciones de los derechos humanos y el uso indiscriminado de la fuerza por parte del Gobierno yugoslavo. Esas políticas radicales y criminalmente irresponsables, que no pueden defenderse bajo ningún concepto, han hecho necesario y justifican la acción militar de la OTAN” (énfasis añadido).

La OTAN consideró casus belli el abuso sistemático de que eran objeto los albaneses de Kosovo por parte del presidente Slobodan Milosevic. No había disputa sobre lo que sucedía en Kosovo, donde las fuerzas serbias estaban perpetrando violaciones bestiales de los derechos humanos, pero pocas veces –o ninguna– las guerras se libran por razones puramente éticas.

Los interrogantes suscitados por una posición así son terriblemente complejos: si estuvimos dispuestos a arriesgar nuestras fuerzas por los derechos humanos de los albaneses, ¿por qué no por los de los sirios o los de los uigures? Si estuvimos dispuestos a sortear al Consejo de Seguridad de la ONU para librar una guerra en nombre de la dignidad humana, ¿qué precedente fijamos que podrían posteriormente utilizar nuestros adversarios? ¿Habríamos estado tan dispuestos a desplegar nuestros ejércitos formidables en defensa de los derechos humanos si el régimen de Milosevic hubiera contado con armas nucleares?

Como estamos aprendiendo en las últimas semanas en Ucrania, la respuesta a esa última cuestión es negativa. Con independencia de lo que creyeran sus artífices en el cambio de milenio, la guerra por la liberación de Kosovo fue fruto de su tiempo. Se pudo librar por dos razones, principalmente. En primer lugar, la intervención de la OTAN (78 días de campaña aérea en modo ganar feo, como se describió posteriormente) fue abrumadoramente respaldada por quienes se quería que fuesen los beneficiarios, la mayoría albanesa de Kosovo que había vivido la década anterior bajo el yugo directo de Belgrado. En segundo lugar, por mucho que los rusos consideraran hermanos a los serbios, y por muy humillados y ofendidos que se sintieran al ver a los aviones de la OTAN masacrar a sus aliados, no estaban en condiciones de ayudar significativamente a Milosevic con fuerzas convencionales o nucleares. En 1999, el año en que Vladímir Putin llegó al poder en Rusia, el mundo estaba experimentando lo que los teóricos de las relaciones internacionales denominaron “momento unipolar”: Estados Unidos era la única potencia mundial.

En estos momentos, el panorama internacional evoca más las rivalidades entre grandes potencias que precedieron a la Primera Guerra Mundial. Los desafíos al poder americano son múltiples, y no sólo proceden del exterior. De hecho se puede aducir que el impedimento más importante a un papel militar más asertivo por parte de EEUU es el sentir de los propios norteamericanos. Por mucho que simpaticen con los ucranianos, sometidos a asedio y bombardeo, siguen reacios a enviar tropas de combate cuando no media una amenaza directa a su país. Lo cual beneficia a Rusia y a China, que no tienen que preocuparse por los vaivenes de sus opiniones públicas.

Si los serbios hubieran lanzado su campaña de limpieza étnica en Kosovo hoy, es virtualmente imposible imaginar a la OTAN acometiendo una operación como la de 1999. De hecho, algo más al norte, en Bosnia, en las últimas semanas se está hablando mucho de que el marco político para la paz que se acordó en 1996 se está desarmando rápidamente. Con independencia de los desafíos éticos que pueda suscitar un renovado intento serbio de secesión, mayormente mediante la expulsión masiva de no serbios, cualquier reacción robusta de la OTAN quedaría mitigada por la asunción de que los serbios de Bosnia pueden mirar a Moscú con mucha mayor confianza que en los años 90 del siglo pasado.

Nada de esto debería implicar que Rusia sea invencible. La incompetencia de sus fuerzas armadas ha quedado claramente de manifiesto. Pero la invasión de Ucrania nos ha recordado la furia que puede acometer a un Ejército fracasado. Aun con sus tanques y blindados “congelados”, según reporta la inteligencia británica, Rusia puede seguir pulverizando los pueblos y ciudades de Ucrania con sus bombas y morteros. La bella Mariúpol es ya una sombra de lo que fue, Járkov ha sido devastada y Odesa lleva días sufriendo un asalto a gran escala. Se mire como se mire, los criterios esgrimidos por la OTAN en Kosovo (“… políticas radicales y criminalmente irresponsables, que no pueden defenderse bajo ningún concepto, han hecho necesario y justifican la acción militar”) aplican completamente al caso de Ucrania.

La coherencia nunca ha sido una característica de los asuntos internacionales, así que no deberíamos llevarnos las manos a la cabeza ante los dobles raseros y las hipocresías. De ahí que la autosuficiencia en lo relacionado con la defensa nacional siga siendo de crítica importancia, aun cuando tu país goce del respaldo de casi todo el mundo, como sucede en estos momentos con Ucrania.

Israel es un ejemplo pertinente de Estado que forma parte ideológica y estratégicamente de Occidente pero que jamás soñaría con depender de sus aliados para su defensa. A diferencia de Irak, Arabia Saudí y otros Estados de Oriente Medio, ningún soldado americano ha muerto jamás defendiendo a Israel en el campo de batalla. En sucesivas guerras, de resultados distintos –de las deslumbrantes victorias de la Guerra de los Seis Días de 1967 a las nefastas intervenciones en el Líbano–, Israel ha aprendido que sus mandos y soldados son los únicos en los que puede confiar incuestionablemente.

Mientras resisten el asalto ruso, las fuerzas ucranianas están aprendiendo la misma lección.

“Ningún pueblo ha sido y ha permanecido libre sin estar determinado a serlo”, observó el teórico liberal John Stuart Mill en un ensayo de 1859 en el que veía con malos ojos la implicación en querellas ajenas, aun cuando las ofensas morales sean penosamente obvias. Con este punto de vista, Israel comprendió que, aunque tenga socios y aliados, él será el único responsable de su supervivencia como Estado judío. Kosovo demostró que sólo muy ocasionalmente la Historia puede ponerse de tu lado. Como están descubriendo los ucranianos y los judíos saben de sobra, la mayor parte del tiempo corre en tu contra.

© Versión original (en inglés): JNS
© Versión en español: Revista El Medio

 
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