Llegada de numerosos refugiados a Zahony, paso de trenes que conduce a la ciudad ucraniana de Chop
Esta nota es sobre una guerra que aún no ha terminado, aunque va desapareciendo de los titulares. Continúa sin cesar. Los refugiados siguen llegando en menores cantidades que antes a las distintas fronteras de Ucrania por el oeste aunque ahora son “sólo” cientos por semana, no miles. Huyen de la guerra y llegan a los hoteles de refugiados en las capitales de Hungría, Rumania, Polonia y Moldavia.
Y cada uno es una historia entera. Nosotros, los dedicados a lograr que los refugiados puedan cruzar la frontera, sabemos de las dificultades con las que lidiamos hasta que ellos llegan a nuestro encuentro, como ser los obstáculos que ponen las autoridades ucranianas en el camino. Pero ellos llegan de vivencias terribles. Como la familia que llegó del infierno de Mariupol habiendo pasado por varios sitios, cada uno con sus desafíos, una abuela, su hija y su nieta de menos de 2 años, con un perro gigante. Deambularon por varios lados hasta que pudimos recibirlos y enviarlos a Budapest. Su llegada fue un momento de gran alivio, pero la familia lleva consigo las terribles escenas que vivió, como los ataques al edificio de 14 pisos en el que vivían , que recibió tantos impactos de proyectiles que está a punto de desmoronarse.
Este artículo también es sobre las 10 veces en las que sonaron las alarmas en las fronteras ya que el ejército Ruso sigue bombardeando desde el mar, por tierra y aire lugares tranquilos como Lvov, o vías ferroviarias en los alrededores de Odessa, en Ivano-Frankisk o Zaporizhya. Algunos expertos señala que esos “son casos aislados” y que el Sr. Vladimir se concentra «solamente» en el Este y el Sur,en las salidas al mar. Tal vez deje para más tarde la conquista de Odessa y el pasaje hacia Moldavia, elucubran los genios «de lo que ya pasó» y lo que va a pasar.
Ahora los titulares se concentran en Finlandia, en Suecia, en Eurovision, lo que muestra máas los miedos de los países europeos que una profunda preocupación por el futuro de Ucrania .
Y yo quería escribir sobre eso porque hay que contar lo que pasa.
Y sobre las guerras de publicidad de los distintos organismos de ayuda, y el dinero que de a poco va escaseando para seguir ayudando.
Y quería contar sobre las docenas de niños que estamos enviando al programa Naale que proporciona Israel, con el acompañamiento de sus madres que luego vuelven a estar junto a sus esposos en Ucrania que siguen luchando o simplemente ayudando a limpiar los destrozos ocasionados por la “no guerra” (como la llaman los rusos) . Putin insiste en seguir llamándola de operación especial lanzada para “desnazificar» el país , una guerra que siguió tras el icónico 9 de mayo que en Rusia es el día más destacado del año, en recuerdo de la derrota de Alemania nazi. Este año, en esa fecha, Putin declaró que la guerra fue desatada como “prevención” de un futuro ataque del Oeste.
En estas líneas quiero escribir también sobre la gente detrás de los titulares. De Olha, de Marharita y de Lyudmila que dejaron casas destrozadas y bombardeadas en Jarkov, en Nikolayev y en Melitopol y vinieron solas, o con madres de más de 80 años, sorteando patrullas rusas, campos minados y trenes que paran a cada rato por rumores de misiles, para poder llegar a la frontera húngara. Y desde allí tenemos que tratar de sacarlas a través de pintorescos pueblitos con gente de buen corazén, que ayuda y da confort, bebida, comida y medicinas {y que tal vez sean hijos o nietos de húngaros que entregaron en 1944 a los nazis a miles de judíos que vivían en esas zonas).
Por eso quería escribir también sobre la esperanza, las nuevas generaciones sedientas de paz, tranquilidad y libertad. Y no puedo dejar de pensar en la dimensión judía e israelí de todo esto, que hemos llegado a una etapa de la historia en la cual tenemos un país soberano, organizado, fuerte y de buena posición económica , que sabe destinar sus recursos a ayudar a otros en los momentos de desgracia, y que demuestra solidaridad que no siempre es vista en la rutina de nuestras vidas, que sirve para alquilar hoteles, para pagar ambulancias, para mandar emisarios y voluntarios para ayudar a los refugiados.
Quería escribir de todo esto y hoy la realidad me dio una cachetada y entendí que tenía que escribir (también) de otra cosa…de aquellos a lo que no podemos ayudar…los millones de ucranianos que escapan a países europeos, o los millones de desplazados, golpeados, quebrados, dentro de su propio país.
Hace unos días, a las 4 de la tarde , me encontraba en Budapest, tratando de ayudar a los grupos de voluntarios que ayudan a los refugiados en el hotel que tenemos para ellos, cuando llegaron repentinamente 2 mujeres, una chica de 20 y pocos años, y una señora que parecía de unos 80 , su madre. La chica hablaba un hebreo básico pero bastante bueno, dijo que hacía un curso online para aprender hebreo porque le gustaba pero explicó que no tienen ninguna relación con el judaísmo y que se escaparon de Kramatorsk, una ciudad que hace poco fue bombardeada durante muchos días, haciéndoseee famosa porque una bomba mató de una vez a 50 civiles en una estación de tren. Las mujeres se veían muy cansadas. Decidí ayudarlas llevándolas a la Estación Central de Trenes Keleti. Allí les puse sus pocas pertenencias en un locker, les compré sandwiches de milanesa y bebida, les di un poco de dinero, y las envié a una estación de tren que está a unos kilometros donde podrían tener refugio temporario por un par de días hasta que arreglen con autoridades dónde quedarse. En el camino a la estación me contaron que en su ciudad desvastada quedaron solo unos cientos de apartementos en los cuales todavia es posible vivir decorosamente. La joven me habló de su sueño de volver a sus estudios de Master en Economía. Su madre parecía un fantasma y no le pregunté qué soñaba.
Vaya este artículo en honor de Karina (24) y Viktoria (de edad inentendible), dos mujeres solas, con dos pequeñas valijitas, deambulando por las calles de Budapest, que seguramente se preguntan cómo es que el mundo ha llegado a esta situación. Es que la guerra continúa sin cesar pero casi ha desaparecido de los titulares.
Y en tono personal, luego de 7 semanas en las fronteras entre Ucrania y Hungría, viendo tantos casos de tragedias humanas, conocí a dos mujeres ante las que tuve que esforzarme para contener mis lágrimas.
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