Resulta que hay algunas acrobacias en la era del periodismo clickbait que realmente van demasiado lejos. El reportero Gil Tamary, del Canal 13 de la televisión israelí, se coló en la ciudad de La Meca a principios de este mes, y con ello quizá haya brindado una lección a sus compatriotas israelíes sobre lo difíciles que pueden ser los últimos pasos hacia la plena normalización con los saudíes, desde la situación actual de alianza táctica.
Por lo visto, Tamary formaba parte de la delegación israelí que viajó a Arabia Saudí cuando el presidente Joe Biden acudió al Reino tras visitar Israel. En Jerusalén se habló mucho del carácter histórico del vuelo directo y de la disposición de los saudíes a hacer otras concesiones que consolidaran aún más sus actualmente fuertes vínculos con el Estado judío. Sin embargo, este aspecto de una cumbre que, por lo demás, fue en gran medida improductiva bastó para que un israelí se atreviera a desafiar las costumbres del país.
El cálculo de Tamary de hasta dónde están dispuestos a llegar el Estado saudí y el mundo musulmán para la normalización fue tan errado como su comprensión de lo que se considera aceptable en lo que sigue siendo, a pesar de los esfuerzos liberalizadores del príncipe heredero Mohamed ben Salman, una sociedad teocrática todavía rígida. Con la ayuda de un guía local, se adentró en la ciudad que alberga el santuario más sagrado del islam, ignorando las señales que indican claramente que está prohibida la entrada a los no musulmanes. Sin embargo, enseguida se retiró precipitadamente, cuando pareció que las autoridades locales podrían atraparlo.
En lugar de poner sordina sobre semejante insensatez, Tamary y sus superiores de Canal 13 pensaron que tenían una primicia que merecía ser difundida. Pero cuando se emitió, el pasado lunes 18, el alud de críticas musulmanas generó condenas también entre muchos israelíes. Aunque el repudio no está al nivel de la violencia demencial que estalló después de que un periódico danés publicara caricaturas del profeta Mahoma en 2005, sigue siendo una distracción preocupante y completamente innecesaria de los esfuerzos por derribar las barreras entre Israel y el mundo musulmán.
Tamary no ha sido el primero en violar las normas que vedan el ingreso a La Meca a los no musulmanes. En 1853, el erudito, soldado, diplomático y explorador británico sir Richard Burton (sin parentesco con el actor del siglo XX) se coló en La Meca y realmente intentó realizar el Haj, la gran peregrinación musulmana a la ciudad. Pero lo hizo después de un laborioso estudio del islam y de prepararse concienzudamente (circuncisión incluida) durante los años que vivió entre musulmanes en la India. En comparación, la excursión de Tamary fue un mero paseo de placer y careció por completo de respeto no sólo a las normas sino a las costumbres y sensibilidades de los musulmanes.
Al hacerlo, hizo algo más que exponerse a sí mismo y a sus colegas israelíes a la crítica por su insensibilidad hacia los saudíes y los musulmanes de todo el mundo. El momento es especialmente nefasto, justo cuando vuelven a aumentar las esperanzas de que Arabia Saudí se una por fin a los otros países musulmanes que han normalizado sus relaciones con Israel.
Po otro lado, esas expectativas puede que sean poco realistas, ya que a los saudíes les complace la situación actual, en la que pueden disfrutar de sus vínculos militares e incluso económicos bajo la mesa con Israel sin tener que recibir las críticas de otros musulmanes por reconocer formalmente al Estado judío. Además, la legitimidad del régimen saudí proviene casi por completo de su posición como baluarte de la secta wahabí y de su papel como guardián de los santos lugares musulmanes. Puede que el príncipe heredero MbS esté dispuesto a cambiar su país en muchos aspectos, pero quizá entablar relaciones diplomáticas con Israel sea pedir demasiado. Cualquier cosa que huela a diluir el respeto por los santuarios de La Meca y Medina –algo que puede ser fácilmente asociado al acto sacrílego de Tamary por parte de los críticos islamistas del Reino en Irán y otros lugares– constituye una amenaza para el régimen saudí.
Visto así, lo que podría haber sido sólo una maniobra periodística de una persona profundamente insensata podría tener implicaciones geoestratégicas que afectaran no sólo a las perspectivas de normalización sino al esfuerzo por forjar una alianza regional contra Teherán.
Hay otra consecuencia de este fiasco que también merece cierta atención.
Como han señalado incluso ciertos medios israelíes, muchos en el mundo musulmán establecerán una analogía entre el acto irreflexivo de Tamary y la disposición de los judíos a visitar el Monte del Templo e incluso rezar en él. Algunos, como Haaretz, incluso lo han compado con el paseo de Ariel Sharón por el Monte que ha sido mitificado por los apologetas del líder palestino Yaser Arafat como desencadenante de la Segunda Intifada. El hecho de que Arafat planeara esa guerra terrorista de desgaste como respuesta a las ofertas de paz israelíes no disminuyó la voluntad de algunos en la prensa y en la izquierda de apuntalar la gran mentira de que el terrorismo palestino es una respuesta a la insensibilidad o las maquinaciones judías para derribar las mezquitas del Monte.
Aunque los musulmanes tienen todo el derecho a esperar que los israelíes y cualquier otra persona respeten sus costumbres y sensibilidades religiosas con respecto a La Meca, la idea de que las mismas normas deberían aplicarse en Jerusalén no es tan inapropiada como indignante.
Israel no tiene planes ni intenciones de intervenir en las mezquitas que existen en el Monte del Templo, y mucho menos de destruirlas o profanarlas. Dicho esto, cualquier prohibición que pese sobre los judíos en la meseta sagrada es un insulto al judaísmo, no una muestra de respeto al islam.
El Monte del Templo es el lugar más sagrado del judaísmo. El Muro Occidental, el centro del culto judío durante dos milenios, es venerado porque es el último vestigio del Templo judío que estuvo allí. El Monte es el lugar donde se encontraba el Templo y donde se realizaban los servicios sagrados judíos descritos en la Biblia.
Siguiendo las costumbres de los conquistadores a lo largo de la historia, los ocupantes romanos, cristianos y, en última instancia, musulmanes de Jerusalén utilizaron el lugar para demostrar su superioridad sobre los judíos convirtiendo el Templo Sagrado en un santuario pagano, cristiano y, posteriormente, musulmán.
Hasta el día de hoy, los líderes palestinos siguen promoviendo la mentira de que el Monte del Templo no tiene ninguna relación con el judaísmo y es un lugar sagrado exclusivamente musulmán. Desde la liberación y unificación de Jerusalén, en 1967, las autoridades israelíes han complacido las sensibilidades musulmanas permitiendo que el Monte permanezca fuera de los límites del culto judío y restringiendo el derecho de los judíos a visitarlo. Esto lo convierte en el único lugar de Israel en el que se permite oficialmente que haya una discriminación religiosa.
Sí, es correcto condenar el acto de sacrilegio de Tamary. Pero el mismo sentimiento de indignación ante la falta de respeto a la sensibilidad de las personas de fe que se expresa generalmente sobre La Meca no debería extenderse a las exigencias musulmanas de mantener a los judíos fuera del Monte del Templo o impedirles rezar allí. Por el contrario, es la insistencia islámica en mantener su conquista del lugar sagrado de otra fe –y el desprecio por el judaísmo y los derechos judíos que esta práctica representa– lo que merece una amplia condena.
De hecho, si los musulmanes esperan que otros respeten sus normas sobre La Meca –y tienen todo el derecho a hacerlo–, deberían estar dispuestos a garantizar a los judíos la misma consideración. El hecho de que no lo hagan es un signo de su persistente falta de voluntad para tratar a las otras religiones como legítimas, así como de su creencia de que toda la región es intrínsecamente musulmana y que los no musulmanes son dhimíes, individuos de segunda clase.
El hecho de que el mundo siga tolerando este doble rasero se debe en parte al deseo de apaciguar al islam y a los terroristas musulmanes, y a la falta de voluntad por parte de Occidente de exigir que sus instituciones y su cultura sean tratadas con la misma deferencia que las del Islam.
Los judíos y el resto de los no musulmanes deberían permanecer fuera de La Meca. Pero la idea de que los judíos deben ser excluidos del lugar más sagrado del judaísmo no casa con el respeto al islam, sino que legitima la falta de respeto a los judíos y el antisemitismo.
© Versión original (en inglés): JNS
© Versión en español: Revista El Medio
El islam, es proclive a exigir hacia su credo, un respeto que demuestra no tener hacia el de los demas y por extension hacia los que no lo comparten
el Monte del Templo, hoy rebautizado absurdamente por los médios, como «esplanada de las mezquitas»es el lugar mas sagrado para el judaismo, y como tal debe ser considerado y aceptado , si se pretende por parte de los musulmanes, alcanzar identico respecto hacia sus lugares de cúlto, por simple cuestion de reciprocidad
el respeto debe pues ser mútuo y no en sentido único, partiendo del principio, segun el cual, resulta imposible respetar a quien no te respeta, algo a todas luces elemental …
El judaismo aventaja al islam, en muchos aspectos, pues del él han bebido las fuentes coránicas para estructurar su própio relato, y no al reves …entiendo que ese hecho incomode sobremanera a los musulmanes, por cuanto pone en evidencia, su condicion subsidiária en relacion a las Revelacion de la que ha sido hecha receptor el pueblo judio de Parte de D- …pero asi son las cosas, mal que les pése …
en resumen, el Monte del Templo, es anterior a la «esplanada de las mezquitas» en identica medida que el Beth ha Mikdash lo es de la mequita de omar, conocida tambien como al aksa , y tiene en tal sentido mayor legitimidad histórica y religiosa en términos cronológicos … y con arreglo a ello, la presencia judia en sus aledaños, no puede ni debe en ningun caso ser contestada …