Yad Vahem es más que un museo, es el centro mundial para la recordación y la recopilación de datos de los seis millones de judíos y un millón y medio de niños exterminados.
Cada vez que voy a Israel, asciendo hacia Jerusalem y tengo allí una cita impostergable. Esos espacios de exposiciones, centros de investigación, archivos de documentos y fotos son los testimonios de los que no pudieron defenderse del odio organizado para terminar con el pueblo judío sobre la Tierra. Es el lugar de la verdad que afrenta al persistente antisemitismo siempre vigente. Es el lugar de la búsqueda y del encuentro de los que no pudimos conocer y nos esperan para recordarlos.
Recuerdo que hace muchos años como periodista y esposa de un judío alemán que nunca superó el drama del Holocausto, fui a un encuentro de sobrevivientes. Todavía Alemania no había los organizado, como lo fue haciendo después de la guerra, su política democrática y reparatoria.
A medida que fueron pasando los años también se fueron organizando organismos judíos internacionales para ayudarlos en la búsqueda incesante de sus familiares. Ubicando todo esto en tiempo y espacio, internet no tenía la vigencia y la eficiencia de la tecnología de hoy.
Aquel día entre los presentes había gente muy mayor que recordaba nombres, lugar de origen, fechas, pero no sabían si sus familiares vivían o no. Para poder ubicarlos, todos debían escribir en una piedra el nombre de los desaparecidos. A medida que se sumaban las piedras se formó una montaña abrumadora de nombres y apellidos. Todos trataban de leer, encontrar, asociar, intuir si podrían tener alguna noticia de sus seres queridos. Millones se habían transformado en cenizas que los vientos dispersaron por el espacio de la nada, otros sepultados acribillados en tumbas colectivas y otros y otros y otros…perdidos en las más disímiles circunstancias terribles del horror y del espanto. Pero, entre los presentes había como un halo de esperanza y para mí imposible olvidar sus caras surcadas de tristes historias. Y fue algo maravilloso, en medio de ese clima, porque hubo reencuentros. Hubo llantos, gritos, rezos. Hubo padres que reencontraron a sus hijos y parientes que anduvieron peregrinando por el mundo como inmigrantes con apellidos cambiados. Nombres y apellidos nos da el ser personas como documentos de herencias recibidas. De este pueblo judío que desde que existe honró a sus descendientes legando las mujeres la religión y sus progenitores su apellido. Esos que los nazis quisieron eliminar.
Bendita memoria judía que nunca borro de su sangre nuestra pertenencia milenaria. Y el 27 de enero casi cinco millones de nombres rescatados de nuestros hermanos silenciados, podrán recuperar el derecho a su identidad en pantallas, tinta y papel en el “Libro de nombres de víctimas del Holocausto de Yad Vashem”, que se inaugurará en la sede de la Naciones Unidas, para demostrar que a los que tatuaron con números, tenían nombre y apellido.
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