Villa arabe en Palestina antes de la Nakba en 1940
Año tras año los medios aluden, dan cuenta, informan, con esa manera tan suya de desprenderse de todo contexto, de toda documentación, de todo sesgo ideológico, de la conmemoración de la denominada “Nakba”. Y lo hacen como quien recuerda el Holocausto, el Porraimos o el genocidio armenio.
Pero nada más alejado de la solemnidad y la memoria. Por el contrario, se parece más a una oportunidad de ventilar la propaganda habitual, de hacer pasar el desprecio y la intransigencia como congoja; de convertir la “catástrofe” que supuso la imposibilidad de una coalición de ejércitos árabes de “exterminar”, “masacrar” al recién fundando Estado de Israel, en el puntal del victimismo palestino.
Así, el “moderado” – qué fácil que adjetivan los medios, que definen un conflicto – Mahmoud Abás, líder de la Autoridad Palestina y de la también “moderadísima” Fatah, decía el 15 de mayo de 2023 ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, tal como recogía MEMRI:
“Gran Bretaña y Estados Unidos, en particular, tienen una responsabilidad moral y política directa en la Nakba del pueblo palestino. Estos dos países participaron en la conversión de nuestro pueblo en víctimas, cuando decidieron plantar una entidad extranjera en nuestra patria histórica, para sus propios fines colonialistas”.
Israel no tiene derecho a existir.
“La verdad es que estos países, los países occidentales, querían deshacerse de los judíos y beneficiarse de ellos en Palestina. Querían matar dos pájaros de un tiro”.
Antisemitismo clásico.
“No pueden evitar mentir, pero ¿qué pueden hacer? Mienten y mienten, como decía Goebbels: ‘Miente y miente hasta que la gente se lo crea’”, dijo el negacionista del Holocausto Abás.
Antisemitismo. Inversión – convierte a la víctima del nazismo en un semejante a su ejecutor.
Todo vale – tergiversar, descartar, usurpar, mentir, fabricar historia- para construir el autorretrato de “mártires” de cara a la audiencia occidental: una imagen que permita eximirse de responsabilidades y justificar la violencia ejecutada por ellos mismos, la intransigencia con la paz, la incapacidad a para construir un futuro para sus ciudadanos.
Cuenta con que buena parte de los medios en español omita (censure) referirles esto a sus audiencias – para muestra de ese servilismo mediático, la crónica de Europa Press. Cuenta con que muestren el conflicto – presente y retrospectivamente – a través del filtro aberrante de la “nakba”; es decir, del victimismo, de la exclusiva e hiperbólica definición de “refugiado”, de la eximición de responsabilidades, del pretendido “colonialismo” (y “brutalidad”, “genocidio”, “ocupación”, “hurto de tierras”, “racismo”); una pantalla a través de la cual que unifica e intensifica el dolor de los palestinos a los que, se pretende, se les niega un estado, una dignidad, a través del permanente (y aumentado) acontecimiento de esa “catástrofe”, de esa suerte de “maldición” impuesta, y que, una vez se afianzó, transformó las experiencias subjetivas no sólo del pasado y presente de los palestinos, sino de la perspectiva de las audiencias occidentales sobre el conflicto).
Recuerda esto un poco a las palabras de Gary Wills en Lincoln at Gettysburg The Words That Remade America – aunque, claro, sin el benevolente objetivo: la voluntad de refundar o crear un estado, de lograr un aceptable nivel de admisión de la propia realidad, de hacer las paces: “dar a la gente un nuevo pasado con el que vivir que cambiaría su futuro indefinidamente”.
Pero en este caso se trata de un exagerado, cuando no, directamente, adulterado o inventado pasado que es un eterno presente que debe ser redimido: por la sangre del pueblo, claro. Y, sobre todo, por la sangre del enemigo. Un pasado purgado de muftí de Jerusalén colaborando activamente con los nazis; sin líderes ordenando un desalojo transitorio para facilitar las tareas de la coalición de ejércitos árabes; sin líderes varias veces millonarios y en la seguridad de otros países, sin masacres contra los judíos. Vamos, un pasado sin tantas verdades.
Y, entre tanta invención, tanta cínica redefinición, la llamada “Nakba”, que ni siquiera es un término “palestino” – sino árabe -, no significa “desplazamiento, expulsión” o cualquier otro elemento que implique una victimización. Sino, por el contrario, es una vergüenza de índole militar, étnica.
Y es que, tal como refería el periodista Gary Weiss en su cuenta de Twitter, la primera mención a la tan mencionada “Nakba” en los medios de comunicación occidentales se produjo el 15 de julio de 1973 en un artículo de la revista del New York Times sobre Anwar Sadat. Y significaba “el fracaso de derrotar a Israel y exterminar a los judíos”. “Y punto. Todas las demás campanas y silbatos propagandísticos se añadieron en los años 90 para embaucar a los ignorantes occidentales”, concluía Weiss.
Decía el medio estadounidense mencionado por Weiss:
“A raíz de lo que los árabes llaman al-Nakba, la Catástrofe -la creación del Estado de Israel en 1948 -, Nasser y los revolucionarios rivales, como los baasistas de Siria, cobraron realmente protagonismo. Atribuyeron la Catástrofe a la podredumbre del viejo orden – las monarquías, los regímenes de beys y pashas, los grandes terratenientes y feudalistas, egoístas, frívolos, reaccionarios y serviles a los creadores occidentales de Israel- y su misión central era expurgar la vergüenza de la derrota. Pero primero debían transformar y modernizar sus sociedades según las líneas socialistas; la liberación de Palestina de los sionistas vendría, por así decirlo, como la prueba suprema de su éxito…”.
Por su parte, Hussain Abdul-Hussain, analista de la Foundation for Defense of Demoracies, también desde su cuenta de Twitter, comentaba que en sus años en la Universidad Americana de Beirut conversaba con un “ícono del panarabismo”, Costi Zureik, el profesor del Departamento de Historia, quien “acuñó el término ‘Nakba’”.
“Zureik no veía la cuestión palestina como el problema. Lo que le preocupaba era la decadencia y el fracaso árabes, cuyo resultado era el problema de Palestina. Como nacionalista, Zureik era antiisraelí y antisemita, pero veía Palestina como una cuestión menor. Una nación árabe de éxito no caería por perder una fracción de tierra a manos del sionismo. La Nakba (catástrofe) fue un desastre árabe. Palestina no fue el desastre sino un síntoma”, contó el analista.
Mas, qué importan los hechos cuando lo central es promover una “causa”, cuando lo prioritario es mantenerse en el poder, cuando lo importante es ejercer la fanática violencia con la justificación del perseverante halo victimista
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