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| viernes noviembre 22, 2024

Demasiado temprano para decir adiós


Ohad, Ori y Lía

“Se terminó la vida que tuvimos hasta ahora. Ahora empezó una totalmente diferente. Se terminó”.

Así lo afirmaba, con la voz entrecortada por el profundo dolor y las lágrimas, el tío de Ohad Dahan de Ofakim, cuando en una entrevista con el periodista Rino Tsror de la emisora Galei Tzahal, trataba de responder a la pregunta acerca de cómo está la familia.  “Lo fui a reconocer con su papá y otro de nuestros hermanos, traté de despertarlo, lo llamé, pero Ohad no respondía. Y ya no oiremos su risa, su alegría apenas entraba a casa, en todos los asiduos encuentros familiares que ahora serán, sin él, tan diferentes”.

En Rishon Letzion, en el funeral de Lia Bin-Nun, su hermana le agradeció por haber sido su gran compañera a lo largo de 19 años. Se preguntaba en voz alta cómo podrán ahora los padres lidiar con la nueva situación. Y todo hablaban de la jovencita voluntariosa y firme, que llenaba de luz todo lugar al que entraba.

Y en Safed, al darse sepultura a Ori Itzjak Iluz, se destacaba la forma en que se enfrentaba a las dificultades, para que los soldados que comandaba estén bien. Para que todo salga a la perfección. Feliz con el puesto que le había  tocado, desafiante y duro, pero importante. Alguien tiene que proteger la frontera…

Ohad Dahan, Lia Bin-Nun y Ori Itzjak Iluz tenían solamente 19 años. No es momento de despedirse. No es tiempo de irse. Era momento de vivir, crecer, estudiar, enamorarse, disfrutar de la vida y también de lidiar con las dificultades que ésta trae aparejadas, pero no así. No a los 19 años.

Los tres fueron muertos este sábado de mañana por un policía egipcio convertido en terrorista, que violó la frontera y se infiltró a Israel para matar. Lia y Uri  fueron asesinados sin alcanzar siquiera a responder al fuego, mientras montaban guardia. Y Ohad cayó más tarde baleado por el mismo asesino cuando divisó a la patrulla que lo estaba buscando tras ser hallados los cuerpos sin vida de los dos primeros.

El terrorista parece haber planeado todo muy bien. Entre sus pertenencias fueron hallados una tijera especial destinada evidentemente a cortar la valla fronteriza, seis cargadores para su arma automática, por lo cual parece claro que se disponía a perpetrar un atentado con muchas víctimas, y un libro del Corán. “Motivación religiosa”, dijeron por la radio israelí. Se había radicalizado desde un punto de vista religioso y ese parece haber sido el trasfondo del atentado. Y yo, ingenuamente, escuchaba ese análisis y me preguntaba cómo todavía hay quienes conciben que matar es servir a Dios.

El dolor es suficientemente profundo y fuerte también sin “agregados”. Pero se intensifica al ver la reacción del lado egipcio. Es indudable que la cúpula política y militar reprueba lo sucedido y pide destacar la importancia de la cooperación estratégica con Israel, beneficiosa para ambos países. Pero ningún nuevo comunicado fue publicado para sustituir al vergonzoso que emitió el portavoz oficial del ejército egipcio el sábado, diciendo que el efectivo de seguridad egipcio se vio involucrado en un tiroteo tras perseguir a contrabandistas de drogas, tiroteo que terminó con la muerte de 3 soldados israelíes y la suya propia. Llamar a esto de distorsión, es un elogio.

Y ni que hablar de reacciones en las redes sociales egipcias, alabando al asesino y celebrando la muerte de los israelíes.

Pero ahora, lo central es ese último adiós que llegó tan temprano.

Y pensamos en las diversas entrevistas que hicimos a lo largo de los años con padres que perdieron a sus hijos en las filas de las Fuerzas de Defensa de Israel, y se desgarra el corazón.

Recuerdo cuando Roberto Hoffman  contó que al despedirse aquel fin de semana de su hijo Alejandro, sintió que no lo vería más. Y pocos días más tarde, el 4 de febrero de 1997, cayó en el terrible accidente de los dos helicópteros que chocaron y se estrellaron sobre el kibutz Shaar Yashuv en la Galilea. El impresionante monumento recordatorio allí instalado, en memoria de los 73 soldados muertos, tiene los nombres de las víctimas como colgados en el aire, pegados a las hojas de los árboles, como cubriéndolo todo.

Y el relato de Miriam Peretz , que perdió a su hijo mayor Uriel en 1998 y en el 2010 a su otro hijo Eliraz, ambos en combate, aferrándose siempre a la vida pero recordando claramente el horror que sintió cuando se acercaron a su puerta los oficiales del ejército que ella entendió venían a informarle de lo peor. Y demoró en abrirles pensando que mientras no le informen, la muerte aún no había tocado a su puerta.

Y al uruguayo-israelí Efraim Golombek, del pueblo de Castillos, que perdió a su hijo Tzvika en el atentado terrorista en la pizzería Sbarro de Jerusalem el 9 de agosto del 2001, pocos días antes de su casamiento. Efraim trataba de aferrarse a los buenos recuerdos de todo lo compartido, pero sabía que la vida ya nunca sería igual.

Y el desgarre de la familia de Malki Roth, una jovencita de 15 años que murió en el mismo atentado, que siguen luchando para que la terrorista que organizó el atentado, Ahlam Tamimi, sea extraditada de Jordania, y no pueden olvidar su sonrisa y su entrega a los demás, siempre buscando cómo ayudar a gente necesitada.

Y tantos más…

Y ahora se suman a la lista de duelo los padres de Lia, Uri y Ohad. Y las familias todas que ya no serán las mismas. Y los amigos que a los 19 años se tienen que despedir para siempre. Los jóvenes uniformados  que fueron a dar el último adiós a sus compañeros, y lloraban. Es que también los soldados lloran.Y quedarán los recuerdos, la sonrisa de Ohad que su tío afirma se oía –no solo se veía- apenas pasaba por la puerta. Y el cumpleaños de Lia en la base. Y los cuentos de Uri al volver a casa.

Un adiós prematuro que desgarra el alma.

Bendita sea la memoria de los tres.

Y que sus familias tengan fuerza para seguir adelante.

 

 
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