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| sábado noviembre 2, 2024

Irán: ¿La incómoda vuelta a Occidente?


Un mundo cambiante e inflamable no sabe si condenar a Irán por su violación a los derechos humanos y su peligrosidad nuclear o incorporarlo incómodamente al concierto de naciones para los gobiernos occidentales. Probablemente, un mundo sin liderazgos ni estrategias claras para lidiar contra los regímenes como el de Teherán.

Casi dos meses después de la foto entre los representantes diplomáticos iraníes y saudíes con la mediación china, no ha habido significativos avances en la recomposición diplomática entre los dos líderes del mundo islámico moderno. Tras la observancia no falta de preocupación de Israel y Emiratos Árabes Unidos, el mundo entero acogió con sorpresa la nueva fase en la relación iraní saudí que se encuentra tensionada desde el 2016.

El primero que ha dado un golpe de efecto en el tablero de Oriente Medio con una carga no ajena a la historia regional ha sido la República Popular China, un modelo político y económico que ostenta una cosmovisión crítica a Occidente, pero que todavía no logra hacer pie en los asuntos de la economía internacional. Sin embargo, la parcial retirada de los Estados Unidos de Oriente Medio y una circunstancia internacional volátil (especialmente al ritmo de la guerra en Europa desde febrero de 2022 con la invasión rusa) le ha permitido al Partido Comunista de China proyectar una visión alternativa en una de las regiones más explosivas e intentar intervenir en la discusión por el liderazgo del mundo islámico.

La división entre Irán y Arabia Saudita ocuparía una columna entera y es casi imposible de abarcar de forma resumida porque sus principales postulados exceden, y con creces, el cisma entre chiitas y sunnitas y la inexistencia de un sistema político que adapte a ambos. La rivalidad entre ambos es también geoestratégica y se refiere a la puja económica regional con alcance global en un mundo de stock y flujo comercial: el control de los puntos vitales para el tránsito de los barriles de petróleo en el Estrecho de Ormuz. China, que alega un expansionismo distinto al que ha promovido la Federación de Rusia en el vecindario próximo y las exrepúblicas soviéticas, no se basa en el poder duro, sino en la conquista comercial de aquellos países donde o bien los Estados Unidos se han retirado o se alberga un fuerte contenido antinorteamericano.

China, por lo tanto, busca capitalizar un fenómeno que hace a la política exterior de los Estados Unidos desde 2015 y que tiene que ver con un mundo que se divide en tres grandes escenarios: Ucrania y la supervivencia de la OTAN; la región del Indo Pacífico con la cuestión de Taiwán y la apetecible unificación del territorio para China y el Ártico en donde son distintas potencias las que ya disputan su dominio. Estados Unidos ha dejado al Oriente Medio sin un padrinazgo que ha caracterizado la marcha política de las décadas recientes y que ha moldeado a los países a la hora de percibir su seguridad: Arabia Saudita ha precisado siempre de un actor estatal externo para su seguridad y en la Casa Saúd poco importa si ese resguardo proviene de Gran Bretaña, Estados Unidos o China.

          Si, a priori, el andar de Oriente Medio está fuera de los principales escenarios geoestratégicos de Estados Unidos y China ha irrumpido con fuerza: ¿Irán ha comenzado una vuelta a Occidente? Un fenómeno tan incierto como inesperado gracias a una situación en donde tanto los chinos como los saudíes buscarán sacar un rédito. Para el caso de los primeros, la estabilización del mercado del petróleo con dos de las economías petrolera dependientes más importantes: entre Irán y Arabia Saudita se producen más de 13 millones de barriles de petróleo por día.

Sin embargo, hay también una ganancia pírrica para la Casa Real Saúd: enfriar el aceleramiento nuclear de Irán, sofocar los levantamientos hutíes que están bajo la organización y financiamiento del gobierno de Teherán y encontrar una nueva moneda de cambio para la normalización tan esperada con Israel y la presión sobre Washington.

 

El factor seguridad: un elemento clave

Arabia Saudita desde su unificación durante el siglo XX ha sellado una alianza entre la familia real y su rey que ostenta el título de protector de los lugares sagrados del islam (la Meca y la Medina) con el wahabismo que es una de las tantas ramificaciones políticas, religiosas e ideológicas que alberga también su faceta extremista. Esta alianza le permitió al país su unificación y recomposición, especialmente desde la explotación de petróleo, pero también acrecentar su defensa y seguridad a costas de una relación de intercambio armamentístico con Estados Unidos.

Sin embargo, el elemento de la seguridad se ha vuelto más consistente desde la firma de los Acuerdos de Abraham en septiembre de 2020 y la siguiente consolidación del Foro del Negev que reunió a Israel con Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Egipto y Marruecos para enfrentar el expansionismo iraní. Sosteniendo que no existe acción de los países del Golfo, especialmente dentro del Consejo de Cooperación, que carezca del visto bueno de Arabia Saudita, la irrupción de China y una posible necesidad de Occidente en la República Islámica de Irán no aleja la posibilidad de una normalización futura entre el gobierno de Jerusalem y el de Riad, dos países que desde la guerra iniciada por los ejércitos árabes en 1948 no han podido normalizar abiertamente sus relaciones aunque los progresivos avances demuestran una tendencia favorable a ese fin.

La normalización entre Israel y Arabia Saudita no es excluyente con un progresivo mejoramiento en las relaciones entre los segundos y el gobierno de Teherán, pero llegará el día en que será imposible seguir sosteniendo una postura ambigua conforme a los intereses y el pragmatismo.

 

 
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