SHLAJ
El episodio de los espías es uno de los más trágicos de toda la Torá. No queda completamente claro quién los envió y cuál era el objetivo. En la parashá de esta semana, el texto dice que Dios le dijo a Moshé que los enviara (Números 13:1-2). En Deuteronomio (1:22), Moshé dice que el pueblo lo pidió. De cualquier manera, el resultado fue desastroso. Una generación entera perdió la oportunidad de entrar a la Tierra Prometida. La entrada del pueblo a la tierra se postergó durante cuarenta años. De acuerdo con los Sabios, la sombra de este episodio se proyectó hacia el futuro.(1)
Moshé les dijo a los espías que fueran a ver la tierra y trajeran un informe: ¿Había pocas o muchas personas? ¿Eran fuertes o débiles? ¿Cómo era la tierra? ¿Las ciudades estaban abiertas o fortificadas? ¿La tierra era fértil? También tenían la misión de traer con ellos algunos frutos de la tierra. Los espías regresaron con un informe positivo sobre la tierra misma: «Ciertamente es una tierra que mana leche y miel, y este es su fruto» (Números 13:27). Pero a continuación siguieron con uno de los «pero» más famosos en la historia judía: «Pero el pueblo que habita en la tierra es vigoroso, y las ciudades son fortificadas e inmensas. También vimos allí a los descendientes de Anak (el gigante)» (Números 13:28).
Al sentir que sus palabras estaban desmoralizando al pueblo, Calev, uno de los espías, los interrumpió con un mensaje para calmarlos: «¡Ciertamente hemos de subir y tomarla en posesión, pues sin duda podemos hacerlo!». Sin embargo, los otros espías insistieron: «No podemos atacar a ese pueblo, pues es más poderoso que nosotros… Todas las personas que vimos en ella eran descomunales… éramos como saltamontes…» (Números 13:30-33). Al día siguiente, el pueblo, convencido de que enfrentaban un desafío que estaba por encima de sus capacidades, expresó su arrepentimiento por haberse embarcado en el Éxodo y dijo: «Designemos un líder y regresemos a Egipto» (Números 14:4).
Hasta aquí la narrativa. Sin embargo, es muy difícil entenderla. Eso fue lo que llevó al Rebe de Lubavitch a dar una interpretación radicalmente revisionista del episodio.(2) Él formuló las preguntas obvias. ¿Cómo pudieron diez de los espías regresar con un informe tan derrotista? Habían visto con sus propios ojos cómo Dios envió una serie de plagas que dejaron de rodillas a Egipto, el mayor imperio del mundo antiguo. Habían visto al ejército egipcio, con su moderna tecnología militar, la carroza tirada por caballos, ahogarse en el mar mientras los israelitas cruzaban por tierra seca. Egipto era mucho más fuerte que los canaanitas, los perizitas, los jebusitas y otros pequeños reinos que tendrían que enfrentar para conquistar la Tierra. No se trataba de un recuerdo lejano, había sucedido apenas un año antes.
Todavía más, estaban completamente equivocados respecto al pueblo que habitaba la tierra. Esto lo descubrimos en el libro de Iehoshúa (Josué), en el pasaje que leemos como la haftará de «Shlaj lejá». Cuando Iehoshúa envió espías a Jericó, la mujer que los albergó, Rajav, describió lo que el pueblo sintió al escuchar que los israelitas se acercaban:
Sé que Dios les ha dado la tierra y que el terror de su nombre ha caído sobre nosotros… Hemos sabido que Dios secó las aguas del Mar Rojo cuando salieron de Egipto…Apenas oímos eso, nuestros corazones se derritieron y no quedó ánimo en hombre alguno por causa de ustedes, por cuando el Eterno su Dios es Dios arriba en el cielo y abajo en la tierra» (Josué 2:9-11)
El pueblo de Jericó no era gigante. Ellos estaban tan asustados de los israelitas como los israelitas les temían a ellos. Esto no es algo que se supo sólo a posteriori. Los israelitas en la época de Moshé ya habían entonado en el Cántico del Mar:
Las naciones han oído, se estremecem;
El terror se apoderó de los habitantes de Peláshet.
Entonces se turbaron los caudillos de Edom;
El temblor hizo presa de los poderosos de Moav;
Se derritieron todos los habitantes de Canaán.
Terror y pavor cayó sobre ellos:
Por la grandeza de Tu brazo enmudecieron como una piedra.
(Éxodo 15:14-16)
¿Cómo puede ser que olvidaran lo que supieron no tanto tiempo atrás?
Todavía más, continuó diciendo el Rebe, los espías no fueron elegidos al azar entre la población. La Torá dice que eran «hombres que eran dirigentes del pueblo de Israel». Ellos eran líderes. No eran personas con tendencia a asustarse fácilmente. Las preguntas son directas, pero la respuesta que dio el Rebe es inesperada. Él dijo que los espías no temían al fracaso, sino que temían al éxito.
El pueblo nunca había vivido tan cerca de Dios.
Si entraban a la tierra, desaparecería su estilo de vida de acampar alrededor del Santuario, de comer maná que caía del cielo, de vivir en continuo contacto con la Shejiná. Tendrían que luchar batallas, mantener un ejército, crear una economía, cultivar la tierra, preocuparse por el clima y sus cosechas y las miles de distracciones que surgen al vivir en el mundo. ¿Qué ocurriría con su cercanía a Dios? Estarían preocupados con asuntos mundanos y materiales. En el desierto podían vivir toda su vida dedicados al estudio de la Torá, iluminados por el brillo de lo Divino. En la tierra serían una nación más en un mundo de naciones con los mismos problemas económicos, sociales y políticos que debían enfrentar todas las naciones.
Ellos temían el éxito y el subsiguiente cambio que este traería. Querían pasar sus vidas en la mayor cercanía posible a Dios. Lo que no entendieron fue que, en la frase del Midrash, Dios busca «una residencia en el mundo inferior».(3) Una de las mayores diferencias entre el judaísmo y el resto de las religiones es que mientras los demás buscan elevar a la persona hacia el cielo, el judaísmo busca bajar el cielo a la tierra.
Gran parte de la Torá trata sobre cosas que convencionalmente no se consideran religiosas: relaciones laborales, agricultura, provisiones de beneficencia, préstamos y deudas, propiedad de la tierra, etc. No es difícil tener una intensa experiencia religiosa en el desierto, en un retiro en un monasterio o en una áshram. La mayoría de las religiones tienen lugares sagrados y personas sagradas que viven alejadas del estrés y de las dificultades de la vida cotidiana. En esto no hay nada inusual.
Pero ese no es el proyecto judío, la misión judía. Dios quiso que los israelitas crearan una sociedad modelo donde los seres humanos no fueran tratados como esclavos, donde los gobernantes no fueran adorados como semidioses, donde la dignidad humana fuera respetada, donde la ley fuera impartida de forma imparcial tanto a los ricos como a los pobres, donde nadie estuviera destituido, nadie quedara abandonado en el aislamiento, nadie estuviera por encima de la ley, y ningún aspecto de la vida fuera una zona liberada de la moralidad. Eso requiere una sociedad, y una sociedad necesita una tierra. Esto requiere una economía, un ejército, campos y rebaños, trabajo y empresas. En el judaísmo, todo esto se convierte en formas de llevar a la Shejiná a los espacios compartidos de la vida colectiva.
Los espías no dudaron que los israelitas podrían ganar sus batallas contra los habitantes de la tierra. Su preocupación no era física sino espiritual. Ellos no querían abandonar el desierto. Ellos no querían convertirse en otra nación más entre las naciones de la tierra. No querían perder su relación singular con Dios en medio del silencio del desierto, alejados de la civilización y su descontento. Este fue el error de hombres profundamente religiosos… pero fue un error.
Claramente este no es el sentido llano de la narración, pero no debemos negarlo por esta razón. Podemos decir que es una lectura psicoanalítica de la mente inconsciente de los espías. Ellos no querían perder la intimidad y la inocencia de ese tiempo fuera del tiempo y ese lugar fuera de todo lugar que era la experiencia en el desierto. En definitiva, los espías temían a la libertad y sus responsabilidades.
Pero la Torá trata sobre las responsabilidades de la libertad. El judaísmo no es una religión de retiros monásticos alejados del mundo. Es una religión que participa en el mundo. Dios eligió a Israel para hacer visible Su presencia en el mundo. Por lo tanto, Israel debe vivir en el mundo. El pueblo judío no estuvo exento de ascetas. El Talmud cuenta que Rabí Shimon bar Iojai vivió durante trece años en una cueva. Cuando salió, no podía soportar ver a la gente involucrada en actividades tan terrenales como arar un campo (Shabat 33b). Él pensó que ese compromiso con el mundo era incompatible con las alturas de la espiritualidad (Brajot 35b). Pero la corriente principal sostiene lo contrario,(4) que «el estudio de la Torá sin una ocupación, finalmente fracasa y lleva al pecado» (Mishná Avot 2:2).
Maimónides habla de personas que viven como ermitañas en el desierto para escapar de la corrupción de la sociedad.(5) Pero estas fueron las excepciones, no la regla. El destino de Israel no es vivir fuera del tiempo y del espacio, como reclusos del mundo. De acuerdo con la opinión del Rebe de Lubavitch, lejos de ser la máxima elevación de la fe, este temor a la libertad y a sus responsabilidades fue el pecado de los espías
Ellos no querían contaminar el judaísmo poniéndolo en contacto con el mundo real. Buscaban una dependencia eterna de la protección de Dios y el abrazo infinito de su amor abarcador. Había algo noble en este deseo, pero también algo profundamente irresponsable. Los espías desmoralizaron al pueblo y provocaron la ira de Dios. El proyecto judío, la Torá como la constitución de la nación judía bajo la soberanía de Dios, se trata de construir una sociedad en la tierra de Israel que honre tanto la dignidad humana y la libertad que lleve a que un día el mundo diga: «Por cierto esta gran nación es un pueblo sabio y entendido» (Deuteronomio 4:6).
La tarea judía no es temer del mundo real sino entrar y transformarlo, curar algunas de sus heridas y llevar fragmentos de la luz Divina a lugares que a menudo están envueltos en la oscuridad.
Shabat Shalom
NOTAS
- Sobre la frase: «el pueblo lloro esa noche» (Números 14:1), el Talmud dice que Dios dijo: «Haré que este sea un día de llanto a lo largo de las generaciones». Ese día era Tishá BeAv, el día en el cual siglos más tarde fueron destruidos el Primero y el Segundo Templo (Taanit 29a; Sotá 35a).
- Se puede encontrar una traducción al inglés en «Rabbi Menachem M. Schneerson, Torah Studies«, adaptado por Jonathan Sacks (Londres: Lubavitch Foundation, 1986), 239-245.
- Ver Midrash Tanjuma, parashat Nasó 16.
- Brajot 35b cita la opinión de Rabí Ishmael tal como es evaluada por Abaie.
- Maimónides, «Mishná Torá, Hiljot Deot» 6:1: «Shemoná Prakim», capítulo 4.
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