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| viernes noviembre 22, 2024

BALAK 5783


B’H

Números 22:2-25:9

Balak, el Rey de Moab, llama al profeta Bilam para maldecir al Pueblo de Israel. En el camino, Bilam es golpeado por su asno, que ve el ángel que Di-s envía para detenerlos antes que Bilam. Tres veces, desde tres diferentes lugares, Bilam intenta pronunciar sus maldiciones; en cambio, cada una de las veces, pronuncia bendiciones. Bilam también profetiza sobre el final de los días y la venida del Mashíaj.

El pueblo cae ante la seducción de las hijas de Moab y son llevados a adorar al ídolo moabita Peor. Cuando un oficial Israelita de alto rango públicamente toma una princesa Madianita y la lleva a su tienda, Pinjás los mata a los dos, deteniendo así la plaga que se esparcía entre la gente.

 

Coexistencia pacífica

Por Chaya Shuchat

E Pluribus Unum, “De muchos, uno”, proclama el Sello de los Estados Unidos, pero como cualquier político puede contarte, es más fácil decirlo que hacerlo. La unidad entre personas de diversas culturas que tienen diferentes orígenes es un objetivo difícil de alcanzar. Por más idealistas que seamos, todos tenemos necesidades y deseos únicos a los que puede ser difícil renunciar en nombre del bien común.

Entonces, ¿cómo alcanzamos la verdadera unidad?

La lectura de la Torá de esta semana echa un poco de luz sobre esta cuestión. En la parashá Balak, Bilam, un gentil profeta, transmite una visión de la Redención futura: “Una estrella saldrá de Iaakov, y un cetro se levantará de Israel, que aplastará la frente de Moab y derrumbará a todos los hijos de Set”.

Eso suena un poco extremo. ¿Por qué el Mashíaj, líder de una era pacífica y utópica, desplazaría y destruiría pueblos? Un mundo que sea pacífico sólo para unos pocos elegidos no parece un ideal por el que valga la pena luchar.

¿Y cómo debemos entender esta profecía en el contexto de otras profecías de redención que hablan de que los pueblos del mundo servirán todos juntos a Di-s? En el libro de Zefaniá, por ejemplo, está escrito: “En ese tiempo daré a los pueblos un idioma puro, para que todos ellos invoquen el nombre de Hashem, para que le sirvan de común acuerdo”.

Además, la profecía de Bilam afirma que el Mashíaj “derrumbará a todos los hijos de Set”. Set era el tercer hijo de Adam y Javá. Su primer hijo, Abel, fue asesinado, y todos los descendientes de Caín fueron aniquilados en el Diluvio. Entonces, toda la humanidad desciende de Set. No es posible interpretar este versículo de manera literal, porque si el Mashíaj eliminara a todos los hijos de Set, no quedaría nadie.

El Rebe de Lubavitch ofrece esta interpretación: cuando venga el Mashíaj, habrá una revelación de divinidad sin precedentes, que no dejará lugar a la maldad ni a la impureza. Todas las personas del mundo estarán listas para aceptar sobre sí las reglas de Di-s, porque su presencia será demasiado evidente. Y este es el “derrumbe” al que se refiere el versículo: el derrumbe de nuestras tendencias, deseos y motivaciones egoístas.

Aun así, este derrumbe puede ocurrir dos maneras. Es posible imaginar el ascenso de un líder tan poderoso, con una visión tan convincente, que el mundo entero se subordine a él. En un mundo así, todos se comportan de manera ejemplar: no hay matanzas, robos, discriminación ni egoísmo. Pero las tendencias a ello en realidad no se han derrumbado; sólo se han reprimido. Hasta que estos valores y creencias no estén integrados a nuestra psiquis, a nuestra cosmovisión, la redención estará incompleta.

El liderazgo del Mashíaj será diferente. No será una imposición de afuera, sino la culminación de un proceso de perfeccionamiento que ha comenzado con el exilio mismo. Durante los siglos de exilio, el pueblo judío no ha estado sólo vagando de lugar en lugar. También hemos plantado cuidadosamente las semillas de nuestra futura Redención: al infundir santidad donde quiera que vayamos a través de nuestra observancia de la Torá y de las mitzvot.

Cuando el mundo y todo lo que habita en él perciba a Di-s por su propia voluntad, cuando todos llamen a Di-s con su propia voz, entonces habrá verdadera Redención. Esta es la clave para la verdadera unidad: cuando todas nuestras experiencias y talentos individuales contribuyan a un objetivo común.

En un nivel personal, a veces me encuentro con personas cuyas perspectivas son tan agresivas, cuyo comportamiento es tan frustrante, que sólo deseo que desaparezcan. Pero son muy pocos los individuos que están realmente más allá de la redención. Podría enfocarme en nuestros puntos de desacuerdo e intentar convencerlos para que se acerquen a mi punto de vista o, peor aún, condenarlos por estar equivocados. Pero lo único que se logra de este modo es sumar a la discordia general. Concentrarnos en nuestros puntos de acuerdo y cultivar lo bueno que hay en los demás sería un enfoque más efectivo.

En 1991, durante las repercusiones por las revueltas de Crown Heights, el alcalde de la ciudad de Nueva York, David Dinkins, visitó al Rebe y le solicitó una bendición para las personas de “todas nuestras comunidades”. El Rebe respondió: “…Olvida que hay ‘dos bandos’. Es un solo bando, un solo pueblo…”.

La unidad entre los pueblos está a nuestro alcance. Puede demandar esfuerzo, pero si miramos más allá de las diferencias superficiales, podemos ver todos los sentidos en los que somos uno. La Redención no es un sueño lejano, sino una realidad que se aproxima rápido. (www.es.chabad.org)

 

 

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