Por Israel


Defendemos un ideal no a un gobierno
Síguenos en Facebook Twitter Twitter YouTube RSS Feed
| lunes noviembre 25, 2024

¿Qué pasó con la verdad?

Nunca fue tan fácil destruir vidas a través de acusaciones falsas, insinuaciones y distorsiones.


En su libro El dinero de los demás, Louis Brandeis, juez de la Corte Suprema de los Estados Unidos, escribió: «Hacer que las cosas sean públicas se elogia con justicia como un remedio para las enfermedades sociales. Dicen que la luz del sol es el mejor desinfectante». Sacar a la luz un tema puede exponer y revelar la corrupción, deshonestidad, fraude o abuso que de otra manera pasaría desapercibido, ignorado o incluso excusado. Brandeis escribió estas palabras mucho antes de que Internet fuera siquiera una idea en la mente de alguien, y probablemente ni siquiera pudo haber imaginado la luz que arrojaría y la responsabilidad que generaría.

La capacidad de acceso instantáneo a la información también nos permite estar mejor informados, pensar de manera más crítica y nos posibilita formular preguntas cruciales que nos hacen sentir más seguros, sanos y fuertes. Si quieres saber más sobre la educación de tu médico, leer reseñas sobre tu jardinero o ver lo que publica el maestro de tu hijo en Facebook, toda esa información interminable está a sólo un clic de distancia.

La luz del sol sin filtro también puede ser dañina, tóxica y causar cáncer.

Brandeis tenía razón. La luz del sol en verdad es un gran desinfectante. Internet ha sanitizado nuestro mundo al hacer que las personas sean responsables por su comportamiento, elecciones, acciones, posiciones y escritos. Pero lo que Brandeis no mencionó es que la luz del sol sin filtro también puede ser dañina, tóxica y causar cáncer.

Nunca hubo un medio más poderoso para difundir chismes y calumnias que Internet. Muchas vidas han sido literalmente destruidas debido a acusaciones falsas, insinuaciones, distorsiones y mentiras. En una época, los pensamientos, ideas y opiniones sólo se imprimían si tenían mérito y eran considerados dignos, y eran cuidadosamente examinados por un editor. Los periodistas tenían que verificar sus historias y había verificadores de hechos que confirmaban todas las declaraciones antes de que un artículo se publicara. Aunque el sistema no era perfecto, el resultado era que los autores ganaban credibilidad y lectores en base a su educación, pericia, experiencia y evaluación de sus pares.

 

Hoy en día, cualquiera puede publicar sus ideas y opiniones, incluso su versión de los hechos, sin tener experiencia ni credenciales, y sin ninguna consecuencia o responsabilidad. La cantidad de lectores y la popularidad a menudo depende de cuán lascivo y sensacionalista sea, no de la verdad y la exactitud.

En su libro The Death of Expertise, Thomas M. Nichols aclara este concepto: Ahora la gente está expuesta a más información que nunca, proporcionada tanto por la tecnología como por el acceso cada vez mayor a todos los niveles de educación. Sin embargo, estos avances sociales también ayudaron a alimentar un incremento del narcisismo y de un erróneo igualitarismo intelectual que ha debilitado los debates informados sobre una serie de cuestiones. Hoy, todos saben de todo: con una rápida visita a WebMD o Wikipedia, los ciudadanos promedio creen que están al mismo nivel intelectual que los médicos y diplomáticos. Todas las voces, incluso las más ridículas, exigen ser tomadas con igual seriedad, y cualquier afirmación en sentido contrario es desestimada como elitismo antidemocrático.

Todo esto nos carga con una enorme responsabilidad como lectores y consumidores de información. Debemos estar atentos y juzgar bien antes de aceptar ciegamente todo lo que encontramos impreso, en línea o en persona. Especialmente en la era de la información, debemos preguntarnos: ¿Quién es el autor o el que dijo estas palabras? ¿Qué autoridad o credibilidad tiene? ¿Cómo se relaciona lo que está diciendo con lo que sé sobre la persona, el lugar o el tema que se está discutiendo? ¿Existe otro lado en esta historia? ¿Tengo todos los hechos y la información necesaria para llegar a una conclusión?

La Torá nos instruye que debemos alejarnos de la falsedad. El Talmud dice que el sello de Dios es la verdad. Para seguir el camino de Dios, debemos tener una lealtad y fidelidad feroz hacia la verdad. Exagerar, distorsionar y torcer la verdad nos aleja y nos aliena de Dios.

Cuando se trata de mentir, no es suficiente estar comprometido con la verdad y dedicado a nunca mentir, sino que uno debe alejarse por completo de las mentiras y de los mentirosos.

La responsabilidad de asegurar que Internet funcione como un desinfectante y no como una toxina recae en los lectores y consumidores de su contenido. Debemos ser juiciosos, cuidadosos y extremadamente vigilantes, no sólo en lo que escribimos, sino también en cómo procesamos y aceptamos lo que leemos.

¿Es algo que te incumbe?

Hay otro peligro de consumir sin juicio lo que está disponible en Internet. Incluso cuando lo que se informa es cierto, ¿se trata de algo que nos incumbe, que necesitamos saberlo, que nos ayudará o perjudicará a otros? El deseo de detalles sensacionalistas y el apetito por conocer la historia proviene de una curiosidad dañina y de nuestra insaciable necesidad de «saber lo que pasa».

Este fenómeno se manifiesta en muchos escenarios. Al escuchar que una pareja se está divorciando, la primera respuesta de muchos es: «¿Qué pasó?», como si tuvieran derecho a recibir un informe sobre los detalles más personales y privados de una pareja (y a menudo también niños) que están pasando por un momento difícil.

Muchos hacen una visita de shivá y sienten la necesidad de preguntar: «¿Cómo murió?». Sin dudas el deudo puede contar la causa de la muerte si así lo desea, pero… ¿en verdad nos incumbe y realmente necesitamos saberlo?

Cuando preguntamos: «¿Por qué perdió su trabajo?», «¿Por qué rompieron su compromiso?», o «¿Por qué sigue soltera?»… ¿Preguntamos porque nos preocupamos por ellos o porque saberlo de alguna manera va a satisfacer algo en nosotros?

El judaísmo valora el derecho a la privacidad.

Para algunos, la «necesidad de saber» proviene de la sensación de que la «información es poder». La información es una moneda social y cuanto más sabemos, más ricos y poderosos somos. Para otros, la «necesidad de saber» proviene de la incapacidad de vivir con tensión o misterio. Para otros, la «necesidad de saber» es similar a lo que nos atrae a reducir la velocidad y observar un accidente en la carretera, aunque no tenga nada que ver con nosotros y sólo genere más tráfico para los demás.

El judaísmo valora el derecho a la privacidad. La ley judía exige que nos comportemos con la presunción de que todo lo que nos dicen, incluso en una conversación banal, debe considerarse confidencial a menos que se exprese explícitamente que estamos autorizados a repetir lo que escuchamos. Se nos prohíbe mirar la propiedad de un vecino de una manera que transgreda su privacidad. Se nos instruye a no difundir chismes, incluso si la información es absolutamente verdadera y completamente precisa. El Talmud (Bava Metzia 23b) llega al extremo de decirnos que está permitido distorsionar la verdad en circunstancias en las que alguien busca información que no es de su incumbencia y a la que no tiene derecho.

Internet puede ser un gran recurso y una bendición en nuestras vidas, pero tenemos la responsabilidad de permanecer vigilantes y no asumir que todo lo que leemos es cierto, o incluso de leer cosas que son verdaderas, simplemente porque están disponibles.

 
Comentarios

Aún no hay comentarios.

Deja un comentario

Debes estar conectado para publicar un comentario. Oprime aqui para conectarte.

¿Aún no te has registrado? Regístrate ahora para poder comentar.