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| sábado abril 27, 2024

Con permiso para matar, perseguir y gobernar


El Emirato Islámico de los talibanes cumple esta semana dos años de vuelta al poder en Afganistán. La dictadura se mantiene incólume porque hace lo que quiere y a nadie le importa. Le regalaron el poder hace dos años, y los talibanes cumplen todos los días con sus ideas: matar, perseguir, torturar, a cualquiera que tenga la osadía de enfrentarlos. La impunidad que le ha dado Occidente cuando les entregó el país en plena pandemia, hoy es más sólida porque la ONU cuida muchísimo no hacer absolutamente nada para evitar la barbarie totalitaria en un país hundido en hambre, enfermedades y carencias de todo signo. Hace dos años, el llamado Príncipe de los Creyentes, Haibatula Ajundzadá comenzó a liderar un gobierno de facto, encerró al país, echó al gobierno que había dejado Occidente, mientras EE. UU. y sus aliados de la OTAN se iban apresuradamente sin importarles las consecuencias.

El ajedrez político en Afganistán no es un juego simple. Evitar la ruptura de lazos con actores externos, fundamentalmente, con China y Pakistán ha sido clave. Los dos grandes beneficiarios, que recordemos, son potencias nucleares, compiten respectivamente con Estados Unidos e India por hacerles de contrapeso en la región, por lo que celebran que Washington se haya marchado, y están satisfechos de que EEUU haya hecho abandono de la región. China ha invertido, pero China exige seguridad para sus inversiones y eso no es lo que encuentra en Kabul y otras ciudades. Pakistán quiere ver cómo puede sacar provecho, pero tiene talibanes en su territorio que han hecho muchos atentados terroristas, y no sólo en Islamabad. Aun cuando Pakistán quiera diferenciar entre talibanes, sabe que los terroristas que asesinan en Pakistán no son menos talibanes que los que gobiernan Afganistán.

Los talibanes han sabido manejar el hermetismo y la indiferencia del mundo a sus miserias. Ha perseguido, clausurado y asesinado periodistas y no deja filtrar hacia el exterior qué sucede en realidad. A pesar de ello, se sabe que niñas y mujeres han perdido todos los derechos que tenían y ni siquiera las de edad escolar pueden estudiar. Médicos Sin Fronteras opina que los hospitales muestran la realidad del país. La Organización señala que el sistema sanitario ya era deficiente y bastante empobrecido antes de la llegada de los talibanes, pero ahora la situación es peor. La crisis económica es transversal a todo. La malnutrición se ve acentuada por la crisis económica y la sequía. La población llega a los centros de salud en condiciones ya muy críticas, hay que multiplicar las camas en los hospitales; la falta de empleo hace que muchas familias tengan que priorizar otras cosas a los cuidados médicos. Según los datos, la mitad de la población de Afganistán se enfrenta a una situación de hambre extrema. La prolongada sequía, la subida de los precios de los alimentos y la pérdida de puestos de trabajo han sumido a unos 25 millones de afganos en la pobreza. Hoy, 13 millones de niños necesitan ayuda. 75% de la población está en la pobreza, y eso lleva a la denigración. El trabajo y matrimonio infantiles han resurgido como mecanismos de supervivencia para muchas familias que no tienen recursos.

A su retorno, los talibanes han expulsado del país a toda la gente preparada y formada que ha contribuido durante 20 años en la construcción del país. Varias organizaciones de DDHH son contundentes: “La comunidad internacional, el mundo académico y la política han intentado lavar la cara de los talibanes para hacer menos terrible la retirada de las tropas occidentales. Fue inocente pensar que ellos cambiarían su forma de ser o se volvieran a moderar”.
Los dos años de este nuevo gobierno talibán se celebraron el martes de esta semana con la grosera exclusión de las mujeres y los gritos y aullidos habituales. ONU ha dicho que en Afganistán hay “apartheid de género”. Miles fueron donde era el edificio de la Embajada de EE. UU., hoy abandonado. Y allí lanzaron sus consignas: “¡Muerte a los europeos! ¡Muerte a los occidentales! ¡Viva el Emirato Islámico de Afganistán! ¡Muerte a los estadounidenses!”.

Una de las tantas agencias de noticias internacionales publicó ayer lo siguiente: “Dos años después de la toma del poder, sigue abierto el debate en la comunidad internacional sobre si debe establecer relaciones con Afganistán y cómo vincularse con las nuevas autoridades. Las restricciones de los derechos de las mujeres, vetadas de los espacios públicos, del trabajo y de la educación, son un gran obstáculo en estas negociaciones sobre el reconocimiento del gobierno. Además, la falta de reconocimiento internacional obstaculiza el envío de la ayuda internacional para un país inmerso en una grave crisis humanitaria y económica”.

Un grupo de expertos de la ONU criticó el lunes las promesas de las autoridades talibanas cuando asumieron de que este gobierno sería más tolerante que su primera etapa en el poder, entre 1996 y 2001. “Los hechos en el terreno demuestran la existencia de un sistema acelerado, sistemático y envolvente de segregación, marginación y persecución”, dijeron. Varias oenegés marcaron la efeméride denunciando el tratamiento que sufren las mujeres.” Condenamos con fuerza las continuas y crecientes violaciones a los derechos humanos de los talibanes, especialmente contra las mujeres y las niñas y la falta de una respuesta efectiva de la comunidad internacional”, afirmaron en un comunicado diez organizaciones, incluyendo Human Rights Watch y Amnistía Internacional.
“Los talibanes querían borrar a las mujeres de la sociedad, pero sobre todo de los medios. Nos dijimos que no podíamos consentirlo. Era un grito del corazón”, exclama la periodista de origen afgano Zahra Nader. Residente en Canadá, este mes celebra el primer aniversario de Zan Times, el medio que ha lanzado.  “Cuando vi que los talibanes volvían al poder, me dije, junto con varias colegas, que era nuestra responsabilidad estar presentes, nos pasara lo que nos pasara. Que era nuestro deber decir alto y claro que seguimos de pie para compartir nuestra verdad, para revelar lo que significa realmente ser mujer bajo el régimen talibán”.

Hace una semana, dijimos en nuestra columna que era inadmisible el vergonzoso voto del Consejo Económico y Social de Naciones Unidas (ECOSOC) condenando a Israel “por violación a los DDHH de las mujeres palestinas”. Esa aberración fue propuesta, entre otros, por Afganistán, país miembro de la ONU. Y recordamos a los europeos que levantaron la mano y no que hablar de los sudamericanos que hicieron lo mismo. Esos dobles discursos que sólo buscan dañar, incitar, generar odio, hacer daño, destruir si hay algo construido, hoy se rasgan las vestiduras, pero no resuelven nada, ante una verdadera barbarie que hace dos años bajo los talibanes ha llevado a Afganistán a la Edad de Piedra, donde ya había estado y ahora retornó con más vigor, o sea, con más bestialidad. A los europeos y sudamericanos que se traicionaron a sí mismos en el ECOSOC, los estaremos observando cuando en setiembre comience una nueva Asamblea General de Naciones Unidas y mientras vilipendien al Estado Judío, las mujeres afganas, palestinas, iraníes, sirias serán ultrajadas minuto a minuto. Nosotros tenemos memoria. ¿Ustedes también?

 
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