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| viernes mayo 3, 2024

Así vemos el balance histórico del acuerdo de Oslo, 30 años después de su aprobación en el gobierno de Israel


“Es un acuerdo complejo”, comenzó diciendo el entonces Primer Ministro Itzjak Rabin al abrir la sesión del gobierno que encabezaba, en la que se disponía a votar sobre el  acuerdo de Oslo, el primero suscripto con los palestinos. ¡Cuánta razón tuvo! Tres décadas después de su aprobación por 16 votos a favor y 2 abstenciones, los acuerdos de Oslo no han sido abolidos tampoco por gobiernos de derecha-incluyendo el actual-que lo criticaron duramente, pero la realidad en el terreno es absolutamente distinta de la esperanza que abrigaron quienes pensaron que aquello podía ser el comienzo de un futuro mejor para todos.

Cabe señalar que luego hubo otras etapas en el proceso de Oslo, pero no serán tratadas en esta nota.

La firma, en Washington, poco después, el 13 de setiembre de 1993, de la Declaración de Principios, el acuerdo formal, público, basado en el borrador de Oslo. Rabin y Arafat, con el presidente Bill Clinton. A la izquierda, el canciller ruso, a la derecha, el Secretario de Estado Warren Christopher y  Mahmud Abbas (Foto: Avi Ohayon, GPO)

 

Diez días antes de la reunión en la que el gobierno aprobó el acuerdo, en la capital de Noruega, tras varios meses de contactos secretos, había sido firmado el documento histórico en cuestión por el entonces Canciller israelí Shimon Peres y por Mahmud Abbas (Abu Mazen) en nombre de la OLP. Este último, hoy presidente de la Autoridad Palestina, es el único de la primera fila de protagonistas de entonces que aún está con vida.

El acuerdo estaba basado en el mutuo reconocimiento entre las partes. La organización terrorista OLP reconocía el derecho de Israel a vivir en fronteras seguras y reconocidas e Israel reconocía a la OLP como único representante del pueblo palestino, algo que dicho sea de paso, molestó no sólo a los grupos terroristas islamistas que no reconocían su autoridad, sino también a la población civil que no confiaba en el liderazgo corrupto que venía de Túnez a controlar sus vidas.

Recordemos los elementos centrales del acuerdo:

–         Creaba la Autoridad Palestina como gobierno palestino en una fórmula interina por 5 años.

–         Determinaba la retirada de Israel de la Franja de Gaza y la ciudad de Jericó en Cisjordania y la transferencia a manos palestinas de las competencias en temas civiles en el diario vivir de la población, como ser educación, transporte, turismo, cultura y salud.

–         Israel seguiría siendo el responsable general por la seguridad, tanto ante amenazas externas como dentro de los territorios en disputa, con énfasis en la seguridad de los israelíes residentes en Judea y Samaria.

–         Se crearía una fuerza policial palestina fuerte.

–         Quedó claro que habría más retiradas de Judea y Samaria, pero no se especificó en detalle de dónde ni de cuánta superficie.

–         Se determinó que tres años después de la retirada israelí comenzarían negociaciones sobre un acuerdo permanente, que dos años después debería estar pronto, que incluiría los temas considerados más complejos como Jerusalem,refugiados , fronteras definitivas y arreglos de seguridad.

–         Tal cual destacó Shimon Peres en aquella sesión, el acuerdo no incluía el desmantelamiento de ningún asentamiento aunque sí estaba claro que en el futuro ese tema debería ser abordado.

Desde un primer momento hubo dudas acerca del problema central: la seguridad. Este iba estrechamente ligado, de hecho derivaba absolutamente, de la duda acerca de la medida en que se podía confiar en Yasser Arafat y sus hombres. Convertir a un archi-terrorista, al que Rabin conocía perfectamente bien, en interlocutor por la paz, era una apuesta arriesgada. Estaba claro que Israel tendría que estar sumamente alerta a la situación en el terreno.

Apenas se reveló el acuerdo, estallaron fortísimas protestas de la entonces oposición, encabezadas por el liderazgo de los asentamientos. Si bien para muchos de ellos ese proceso significaba renunciar a parte de la tierra de Israel que consideran pertenecen al pueblo judío por  promesa divina, el énfasis lo ponían en el riesgo de seguridad, acusando al gobierno de exponer a sus ciudadanos al terrorismo.

Aquellas protestas se llevaron a cabo en un ambiente absolutamente demonizador, que fue el que creó el terreno para el asesinato el 4 de noviembre de 1995 del Primer Ministro y Ministro de Defensa Itzjak Rabin, aunque había sido electo en junio de 1992 prometiendo que en 6 a 9 meses lograría un acuerdo con los palestinos. La fuerza de las manifestaciones, el ambiente general de incitación, la violencia verbal y en muchos casos física, cruzaron líneas rojas. Y no es extraño que Igal Amir, el asesino de Rabin, se haya convencido que debía empuñar el arma y matarlo, seguro de que actuaba en nombre de un mandato mayor.

Pero hoy, 30 años después, hay que decir la verdad también sobre el otro lado de la moneda: los temores no eran infundados. Si bien en aquellos días-lo recordamos claramente de nuestra cobertura en el terreno- hubo muchas situaciones en las que realmente había motivos para tener esperanza , en las que parecía que todo se encaminaba por buen camino, está claro que Arafat nunca dejó de ser un terrorista. Y que el liderazgo de la OLP que vino con él desde Túnez, era una banda corrupta, que incluía también terroristas asesinos.

Ya en 1994, en el famoso discurso en una mezquita de Sudáfrica en el que Arafat habló de “jihad”-guerra santa- hizo referencia al acuerdo de Oslo con Israel como al acuerdo de “Hudaibia” que el profeta Mahoma había hecho con la tribu judía Quraish, para luego atacarla.

Cuando varios años después del primer acuerdo de Oslo, en el 2002, Israel lanzó el operativo “Muro de Defensa” para desmantelar la infaestructura armada de Hamas y Yihad Islámico, fueron hallados en la Muqataa, la central de gobierno palestino en Ramallah, documentos que confirmaban que Arafat había financiado atentados.

Dicho esto, hay que señalar que la enorme mayoría de los atentados terroristas palestinos después de Oslo, fueron perpetrados por los grupos opositores palestinos, Hamas  y Yihad Islámica, que no sólo no querían paz para Israel y siempre aspiraban a matar judíos, sino que también querían hacer fracasar el proceso de reconciliación israelo-palestino  en el que la OLP aparecía como el único representante legítimo de los palestinos.

De todos modos,inclusive al analizar el acuerdo con la mirada de 30 años después, estando claro que el proceso de Oslo no avanzó como estaba planeado y por cierto no puso fin al terrorismo, hay que pensar en lo que también Rabin tenía en mente: la alternativa. Nadie puede afirmar que habrían muerto menos de 1.300 israelíes si no se hubiera llegado a ese acuerdo, que intentó abrir una senda distinta, de diálogo, que mejore la situación y modere el conflicto.

Estamos convencidos de que el problema principal fue el terrorismo, que frenó el avance en la implementación de pasos que Israel se había comprometido a dar. Fue la recurrencia de atentados lo que devolvió a Israel a territorios de los que había salido. No hay presencia fija de Israel en absoluto en las ciudades palestinas –salvo Hebron, que está dividida en una mayoría del territorio bajo gobierno palestino y una parte, donde están los judíos, bajo gobierno israelí- pero Israel se reserva el derecho a entrar siempre que hay amenazas de seguridad.

Los mecanismos de coordinación de seguridad entre el ejército israelí y las fuerzas palestinas, que  en su momento fueron inclusive de patrullas conjunta- hasta que policías palestinos abrieron fuego hacia sus pares israelíes- siguen funcionando. Con altibajos, no exentos de problemas, pero se mantienen.

De más está decir que los palestinos hacen este análisis de otra forma, culpando a Israel de todas las demoras e incumplimientos. No eximimos a Israel de responsabilidad parcial por la situación, pero a nuestro modo de ver, sin terrorismo, todo habría sido diferente.

Para terminar, algunos puntos que ameritan ser recordados, dado que hoy, con la recurrencia de los atentados y la falta de confianza que hay en la Autoridad Palestina, muy fácilmente se presentará a Itzjak Rabin y su gobierno, como responsables de un proceso que cobró muchas víctimas en Israel.

-El terrorismo no nació con Oslo y hubo antes de dicho acuerdo años sumamente cruentos con numerosas víctimas.Lo que se intentó con Oslo fue manejar los riesgos en forma calculada para abrir la posibilidad a una realidad distinta.

– El primero que habló de una especie de autogobierno palestino no fue Rabin sino Menajem Begin. En los acuerdos de Camp David que firmó con Egipto en 1978, antesala del acuerdo de paz del 26 de marzo de 1979 , había un capítulo sobre el plan de establecer una autonomía palestina en el plazo de 5 años. Y decía explícitamente que eso incluiría una “policía palestina local fuerte”. La acusación a Rabin y su gobierno que lanzó la derecha opuesta a Oslo, advirtiendo “no les den armas” , no lo recuerda.

-El primero que habló directamente con la OLP, en la práctica, fue otro Primer Ministro del Likud, Itzjak Shamir, quien envió a la Conferencia de Paz en Madrid en octubre de 1991 a una delegación israelí . Claro que era un marco multilateral y no bilateral tan directo como fue Oslo, pero nadie dudaba que los palestinos en la delegación palestino-jordana respondían a Yasser Arafat y pedían instrucciones de Túnez.

-El proceso de Oslo comenzó con Rabin y en la práctica, tras su asesinato y la elección de Netanyahu por primera vez en 1996, continuó con él. Fue Netanyahu quien implementó el acuerdo de Hebron en cuyo marco el ejército israelí se retiró del 80% de la ciudad y lo entregó a la OLP y fue él quien firmó otros acuerdos, como el Wye Plantation, con Arafat. No sin críticas y dudas por cierto, pero firmó.

 

Netanyahu y Arafat, el 15 de enero de 1997,  en un puesto de control en Gaza, reunidos para coordinar la implementación del acuerdo de Hebron (Foto: Avi Ohayon, GPO)

 

 

-Desde entonces, en infinitas ocasiones autoridades israelíes condenaron y criticaron duramente el acuerdo de Oslo. En muchos puntos, con absoluta razón. Pero el hecho es que ni siquiera el gobierno actual, el más ultraconservador en la historia de Israel, lo abolió. Oslo sigue vigente, no por amor, sino porque al parecer también los ministros de derecha comprenden que sin la Autoridad Palestina, que merece infinitas críticas y condenas, la situación sería peor aún ya que Israel tendría que hacerse cargo en la vida diaria de los 2 millones de palestinos de Cisjordania.

– Y la Autoridad Palestina, cuyos representantes viven condenando a Israel y responsabilizándole por todos sus problemas, sin un ápice siquiera de autocrítica, sabe que sin el acuerdo de Oslo, no existiría. Fue ese acuerdo con Israel el que dio, por primera vez en la historia, autogobierno a los palestinos, algo que no les había dado ningún poder extranjero. Nunca tuvieron un Estado soberano y el único que les dio lo que más se acerca a ello, aunque claro que aún no lo es, fue el acuerdo con Israel.

 
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