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| domingo abril 28, 2024

Antisemitismo sofisticado


Por supuesto, están los neonazis de brazo en alto. Hay también nostálgicos de hegemonía religiosa o meros iletrados orgullosos de su estulticia.

Pero luego están los otros. Los sofisticados. Si el odio burdo contra los judíos se desmonta en un abrir y cerrar de ojos, el que se edifica sobre argumentos de apariencia distinguida y realidades tergiversadas resulta un desafío mayor a la hora de hacerle frente.

El antisemita sofisticado no se suele bañar en el lodazal del antisemita espontáneo. Contrariamente al crispado grito visceral, su odio se construye con un discurso aparentemente elevado. Si el primero se enorgullece de su fobia, el segundo la niega. Si el antisemitismo decano se basaba en odiar al judío por ser judío, el antisemitismo más reciente y por ende más vigoroso necesita negar la mayor. Así, si no puede negar que los odia, al menos negará que el objeto de su odio sean los judíos.

Por eso, uno de los primeros escollos para desmontar el discurso del odio es definir el objeto odiado. Y es que es difícil definir en pocas palabras qué es el judaísmo. Es suficientemente complejo para estos tiempos de ocurrencias veloces y de ingesta de fast food informativa. Una religión, un pueblo … Las líneas son difusas y los conceptos están interconectados, pero en cualquier caso existe una memoria común, construida sobre textos sagrados e históricos, sobre siglos de persecuciones, exilios, y resiliencia en todas sus acepciones.

Con lo cual, su memoria es una de las líneas de flotación a las que atacar.

Negar el objeto odiado

Desde los años 60 circula una rocambolesca teoría según la cual los judíos no serían los judíos. Recientemente, el presidente Abás, reincidente negacionista del Holocausto, se hizo eco de dicha teoría. Como suele suceder, las palabras del rais sirven de señal para que respetados académicos y periodistas se lancen a la defensa de sus argumentos. Teníamos un reciente ejemplo en La Voz de Galicia, en la que un profesor de universidad afirmaba que Israel se habría construido «a base de migrantes más europeos que judíos que habían sido arrasados por los trágicos vientos del fascismo». Es decir, ellos eran exterminados por judíos, pero el antisemitismo sofisticado les niega la condición de tal. Si eran exterminados por ser, ya ni siquiera son.

Obviamente, el objetivo de tal teoría es negar el derecho a la autodeterminación del pueblo judío, negándole su condición de pueblo. No en vano uno de los intelectuales que más ha hecho por difundir esa teoría es el israelí Shlomo Sand, quien en su libro La invención del pueblo judío se salta a la torera todas las evidencias científicas de recientes estudios que han encontrado que judíos de diversos orígenes de todo el mundo muestran similitudes genéticas no sólo entre sí, sino con otros de Oriente Próximo. Profesor de historia francesa y de cine, Sand no oculta su animadversión hacia Israel, país al que tachó de “nación de mierda”. Su libro y su tesis sin fundamento científico alimentan hoy páginas de activismo disfrazado de periodismo o academia, así como redes de teorías conspirativas seguras de que se les ha ocultado la verdad durante años, y cuyo antisemitismo no es necesariamente sofisticado.

Negar la historia

Otro de los argumentos que pretenden distorsionar la historia del pueblo judío no es ya la del negacionista tradicional del Holocausto sino la del que lo difumina. Dios libre al antisemita sofisticado de negar el Holocausto. Es más, tal vez incluso lo puedan encontrar en primera línea de algún evento conmemorativo en homenaje a las “personas” que ahí fueron asesinadas. Porque el difuminador es, probablemente sin saberlo, esbirro del discurso de Stalin, que, nada más abrirse los campos de exterminio, estableció una política oficial que prohibía reflejar la especificidad judía del genocidio, y presentaba a los ciudadanos soviéticos como víctimas globales. El libro negro de Grossman y Ehrenburg, que documentaba el Holocausto, fue censurado y se persiguió cualquier mención al componente judío del genocidio nazi. Ese discurso fue incorporado por los propios judíos supervivientes, que no encontraron un espacio en el que compartir su trauma y memoria. Que esto sucediera en el mundo de influencia soviética, hasta la caída del régimen, se entiende. Que en el mundo libre occidental de hoy en día, que ha tenido acceso a toda la información, leamos aún artículos o escuchemos discursos que diluyen el carácter exclusivamente antisemita del Holocausto es altamente preocupante. Y sucede en las esferas más vulgares, pero siempre alimentadas por sibilinos discursos sofisticados.

Dejaremos para otra ocasión al que compara apartheid y Holocausto con la situación de los palestinos de hoy en día, puesto que no hay sofisticación alguna en ese antisemitismo de trazo grueso que pretende confundir conceptos e historia con fines meramente propagandísticos e ideológicos.

Negar el antisemitismo

Por último, el antisemita sofisticado recurre a la negación del antisemitismo mismo. No hablaremos del antisemita infantil, que niega el término en sí, afirmando que no puede ser antisemita porque los semitas son los árabes. Como si negar el término fuera a negar el hecho. Como cuando de chiquito uno se tapaba los ojos para que desapareciera el peligro.

El antisemita sofisticado dirá que lo que todos perciben como antisemitismo no lo es. En esa línea existe un debate en el mundo sajón, que aún no parece haber llegado a las audiencias en español. Profesores e intelectuales contra la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto (IHRA por sus siglas en inglés). La IHRA está formada por un conjunto de Gobiernos y expertos reunidos para educar contra el antisemitismo y ofrece, a modo de guía, una serie de ejemplos de casos de discriminación. Adoptada por decenas de países, presenta el doble rasero contra Israel como un claro caso de antisemitismo. Imposibilitados de poder exigir más a Israel de lo que se podría pedir a cualquier otro país normal, una serie de profesores y activistas solicitaron al Gobierno de Estados Unidos que adopte otras formas de medir el antisemitismo: la Declaración de Jerusalén y el Documento Nexus.

Estas dos herramientas permitirían los boicots y el doble rasero contra Israel sin por ello ser tachados de antisemitas. Porque el objetivo último es poder seguir odiando sin por ello ser etiquetado de un modo que les quitaría toda la sofisticación.

Son estos tan solo unos ejemplos de un discurso de odio más aceptado por la mayoría que el clásico. Al igual que el negacionista del Holocausto emplea datos ciertos para sacarlos de contexto y falsear la totalidad, enredando con conceptos confusos, así el antisemita sofisticado emplea trazos de la realidad para desfigurar el dibujo. Pero ni al negacionista le importa el rigor histórico ni al odiador distinguido le importan los palestinos, la libertad de expresión o la realidad. Tan sólo buscar trajes a medida para ser aplaudido en su odio.

 
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