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| sábado noviembre 9, 2024

Banalizadores y asesinos tienen podios internacionales


Naciones Unidas tiene un nivel de contradicciones que explican las irrelevancias de la retórica que se utiliza en sus ámbitos, y la inutilidad en tiempo real de promesas que desparraman proclamas altisonantes, pero no las convierten en hechos. A pesar de estos roles lamentables, la burocracia trabaja, a su ritmo y a su criterio. Y en medio de ese mar sin agua, puede suceder que ante la barbarie rusa contra Ucrania, el sistema ONU reaccione y decida nombrar una Comisión Internacional con miembros de alto nivel intelectual y profesional, que hagan su labor con denuedo y desnuden la verdad de lo que pasa con la invasión de Putin, aunque después (y de ahí el tema de las contradicciones) la misma ONU  sea la que queda inmóvil porque Rusia tiene veto, porque China la apoya, y porque el sistema de sanciones a los violadores seriales del Derecho quedó en el deseo de los fundadores del organismo hace 78 años.

La Comisión Internacional Independiente de Investigación sobre Ucrania fue creada por el Consejo de Derechos Humanos el 4 de marzo de 2022 para investigar todas las violaciones y abusos de los derechos humanos, violaciones del derecho internacional humanitario y delitos conexos en el contexto de la agresión contra Ucrania por parte de Rusia. El mandato de la Comisión fue prorrogado el 4 de abril de 2023 por un nuevo período de un año, y se solicitó: presentar una actualización en setiembre de 2023; presentar un informe a la Asamblea General en octubre de 2023; presentar un informe al Consejo en marzo de 2024.Hoy, la Comisión está integrada por Erik Mose de Noruega y Pablo de Greiff de Colombia. Erik Møse es un juez de la Corte Europea de Derechos Humanos, ex presidente del Tribunal Penal Internacional para Ruanda y ex magistrado del Tribunal Supremo de Noruega. Pablo de Greiff es doctor en Teoría Política. Desde 2014 es Senior Fellow y director del Programa de Justicia Transicional del Centro de Derechos Humanos y Justicia Global de la Facultad de Derecho de la Universidad de Nueva York.

En el informe presentado la semana pasadaMøse señaló que, en la región de Jerson, “los soldados rusos cometieron actos de violencia sexual contra mujeres de edades comprendidas entre los 19 y los 83 años”. Estas acciones iban acompañadas de amenazas y la comisión de otros abusos”. En sus investigaciones en Jerson y Zaporiyia indican el uso generalizado y sistemático de la tortura por parte de las fuerzas armadas rusas, lo cual condujo a muchos asesinatos. Con prudencia quizás excesiva, los comisionados indicaron que han seguido investigando situaciones individuales de traslados de niños sin acompañantes a la Federación Rusa por parte de las autoridades rusas. O sea, rapto de niños y reeducación (por decirlo de alguna manera) en Rusia. Sobre genocidio, la Comisión informó que “parte de la retórica transmitida en los medios de comunicación estatales rusos y otros medios, puede constituir incitación al genocidio”. Otra vez timoratos, pero sinceros. Mose y de Greiff lamentaron que todas sus comunicaciones dirigidas a la Federación Rusa “sigan sin respuesta”. Asimismo, refutaron enérgicamente cualquier sugerencia de equivalencia en las violaciones cometidas por ambas partes. Møse subrayó que, por parte rusa, la Comisión había encontrado un “amplio espectro de delitos” y un “gran número de violaciones”. Mose fue, como ya señalamos, sincero y afirmó que ahora se están llevando a cabo investigaciones más exhaustivas sobre los ataques ilegales con artefactos explosivos, los ataques que afectan a civiles, la tortura, la violencia sexual y de género, y los ataques contra infraestructuras energéticas. Esto puede aclarar según Mose y de Greiff, si la tortura y los ataques contra la infraestructura energética equivalen a crímenes contra la humanidad.

Hace dos días apareció una banalización por parte de Rusia, porque si hay algo que a Putin no le hace mella, es la ONU. En la Conferencia General de la Agencia Internacional de Energía Atómica que se está desarrollando en Viena, el representante de Israel Moshe Edri señaló que Israel le ha dado ayuda técnica a Ucrania para que pueda proteger sus plantas nucleares cumpliendo con el compromiso de Israel hacia la Convención de Asistencia ante el caso de un accidente nuclear. Aunque Israel ha mantenido un balance muy complejo en la cuestión de la invasión rusa, Edri fue claro al señalar que es necesario tener una discusión global sobre seguridad nuclear, ya que “todos sabemos que la seguridad nuclear no tiene límites”.

Ante esta explicación de Edri, la vocera de Putin escribió oficialmente en sus redes sociales: “¿Qué pensarían los ancestros de la actual élite política de Israel si supieran que sus descendientes directos patrocinan un régimen que glorificó a sus asesinos e ideólogos del Holocausto?” No es la primera vez (ni será la última) que Putin y sus servidores banalizan la Shoá, acusan al presidente ucraniano de “nazi”, y a la larga, muestran el ancestral antisemitismo ruso, que conoció los pogromos zaristas y el inocultable y cruel antijudaísmo de los soviéticos en sus 70 años de desgraciada historia. Apenas invadió Ucrania, Putin utilizó la expresión “desnazificar Ucrania”. Y para no dar mil ejemplos más, mencionamos dos de este mes: en una entrevista televisiva Putin dijo que “las potencias occidentales instalaron al judío Zelenski para encubrir el genocidio contra los rusos hablantes que viven en Ucrania”. Y esta semana, también en televisión, Putin dijo que “lo que hace que toda la situación sea extremadamente abominable es que un judío étnico encubra la glorificación del nazismo y a aquellos que dirigieron en su momento el Holocausto en Ucrania”. Por lo tanto, por más que ONU y sus investigadores pretendan poner sobre la mesa que Europa tiene en su seno una guerra devastadora, el perpetrador se da el gusto de reírse ante la ONU y además escupir impunemente sobre los seis millones de judíos asesinados por los nazis.

Y, además, están los asesinos. El embajador de Irán ante ONU Amir Saeid Iravani exigió acción contra Israel al secretario general por considerar que el primer ministro Netanyahu amenazó a Irán en su discurso del pasado viernes. Y señaló que la amenaza es peor cuando viene de “un régimen ilegítimo condenado varias veces por terrorismo”. Tal cual. El régimen más violador de derechos humanos con su propio pueblo, el régimen que perpetró dos atentados antisemitas en Argentina, el régimen que ocupa Siria para defender al bestial dictador Assad, el régimen que arma, entrena y conduce a Hamas, Yihad Islámica y a Hezbola y que celebra el asesinato de civiles israelíes; a este régimen le ceden el podio de la ONU para mentir, difamar, e incitar al odio. Otra de las tantas contradicciones (por no decir algo más contundente) de la ONU.

Pero, obvio, no termina allí. Ayer, Israel detuvo a una célula terrorista que estaba bajo el mando de Irán, la cual tenía todo planificado para asesinar israelíes, y en particular al ministro Nacional de Seguridad Itamar Ben-Gvir. Internamente para Israel es gravísimo porque además de tres palestinos, los otros dos terroristas son ciudadanos de Israel, reclutados desde Jenín.

Externamente es una nueva prueba de cómo Irán, mientras se golpea el pecho en Nueva York con aplausos de sus cómplices, al mismo tiempo sigue con su política terrorista sin pausa. Israel ha evitado 27 ataques contra judíos por células iraníes en todos los continentes en los últimos meses como ya lo dijimos antes en esta columna. Ayer, Israel ha impedido más asesinatos. Sin embargo, los tergiversadores de la Shoá y los asesinos tienen podio a disposición. Y el poder de demostrar que aún con la honestidad de algunos investigadores, ni la ONU en conjunto ni ningún bloque están dispuestos a cerrarles sus caminos. Más bien, lo contrario.

 
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