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| sábado abril 27, 2024

El olor nauseabundo del antisemitismo

Cuando parecía que había llegado la primavera y el aroma de los jacarandás en flor prometía nuevas esperanzas, se destapó una cloaca que habíamos olvidado que existía.


Cuando parecía que había llegado la primavera y el aroma de los jacarandás en flor prometía nuevas esperanzas se destapó una cloaca que habíamos olvidado que existía.

Luego de que el mundo se horrorizó y condolió ante el cruel y brutal pogrom asesino de los terroristas de Hamás, solo unos poquitos días después, justo justo cuando los atacados comenzaban a defenderse, brotó de las alcantarillas subterráneas un pestilente olor.

El viejo antisemitismo que creíamos amainado, solo había estado dormido y ante la “osadía” de los israelíes de defender a su gente y a su territorio abrió los ojos, se desperezó y salió a la superficie, triunfante, a destilar su odio ancestral.

 

El antisemitismo no es nuevo. La palabra lo es, pero el odio al judío es un viejo conocido de occidente. La judeofobia existe, persiste y derrama su veneno hace más de 16 siglos. Hizo su aparición oficial cuando el emperador Constantino en el Siglo V enunció “con esta espada venceré”, una espada en forma de cruz y la Iglesia Católica se amalgamó con el poder imperial.

Esa entronización del cristianismo requirió nuevas definiciones en la necesidad de separarse de su padre en la fe y el lápiz del nuevo reino comenzó a dibujar al judío como “el otro” a superar. Era preciso construir una nueva identidad que lo negara, lo suplantara y lo venciera. La construcción de esa alteridad demoníaca devino odio.

El odio al judío formó parte constitutiva de la cultura occidental alimentado por falsas acusaciones que integran el imaginario europeo. El judío usurero, codicioso y diabólico se volvió parte del folklore occidental y culminó con el judío “racial”, el “semita” que caricaturizó el nazismo y al que planeó exterminar.

Ese odio se ha naturalizado y hoy se llama antisemitismo. Como los túneles de Hamas que ocultaban su rearme asesino el antisemitismo circuló por cloacas subterráneas no del todo herméticas.

Cada tanto se escapaba su olor fétido: en la semana trágica en 1919, en los textos de la infame Clarinada, los estallidos de Tacuara, los ataques a la embajada de Israel y a la sede de la AMIA, el asesinato del fiscal Nissman. Y hoy estallaron las cloacas.

El antisemitismo que explotó cuando el estado de Israel decidió defenderse como cualquier nación en su lugar tiene el derecho de hacer, derramó su fluido cloacal de heces pútridas que nos impiden respirar libremente.

“No soy antisemita” responden los que acusan a Israel mientras evitan pronunciarse en contra del terrorismo. Es que el antisemitismo está tan integrado a nuestra cultura que se ha invisiblizado y los que lo sienten no tienen conciencia de ello.

Entendemos y compartimos la angustia por lo que están sufriendo los gazatíes rehenes de Hamás, muchos de ellos inocentes de las decisiones tomadas por sus gobernantes. Ninguna muerte es peor que otra. Ningún niño lastimado duele menos que otro. Pero condolerse solo por el pueblo gazatí que sufre las consecuencias de lo que sus dirigentes han generado nos deja pensando en dónde estuvieron estas personas condolientes cuando tantos inocentes fueron asesinados en Siria, Líbano, Libia, Yemen, Irak, Ucrania.

Debe ser que se les enciende el furor humanitario solo cuando hay judíos involucrados, judíos que, encima, no reciben los ataques con resignación sino que tiene el descaro de defenderse. Los deshechos cloacales del antisemitismo están de fiesta. Jews are news. ¡Hay judíos! Si hay judíos nos ponemos en guardia. Si hay judíos se despierta nuestro interés y podemos confirmar tal vez que la eterna amenaza de lo judio, ese sentimiento larvado que nos constituye y del que, si nos damos cuenta, nos avergonzamos, es cierto y ahora ¡lo podemos decir en voz alta!

Y a vos, el que dice “sí, pero Israel…” a vos te lo digo: se te despertó el antisemita que tenías dormido y ahora te sentís con derecho a execrar al judío porque ahora dejó de ser políticamente incorrecto hacerlo. Si hasta lo hacen intelectuales, estudiantes, gobiernos. Si también lo dicen algunos judíos.

Si todos ellos lo muestran abiertamente vos podés también. Y si te acusan de antisemita como estoy haciendo yo, podes escudarte tras al disculpador “tengo un amigo judío” como los terroristas de Hamás con sus lanzamisiles tras escuelas y hospitales.

No estás solo culpando a la víctima, repetís el modelo nazi, ellos también culparon a los judíos por otro pogrom, el de noviembre, la Kristallnacht. Repetís el estado hipnótico en el que cayó gran parte del pueblo alemán seducido por las consignas nacional socialistas y embadurnado de estiércol lo glorificás, lo enarbolás como legítimo.

Si es hasta un motivo de orgullo como aquel terrorista de Hamás que llamó a su papá y dijo “papá, podés estar orgulloso de mí, acabo de matar a diez judíos, dame con mamá así también se lo cuento a ella”. Si el olor a mierda de este antisemitismo descloacado no te descompone, me pregunto qué les está pasando a tus papilas olfatorias, con qué las anestesiaste, cómo confundís la pestilencia con perfume.

Diana Wang es psicoterapeuta y ensayista.

 
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