Mientras en el mundo judío, en Israel y en la diáspora, encendemos noche tras noche las velas de Janucá en recuerdo del heroísmo de los Macabeos y el milagro del aceite en el templo, es imposible no tener en mente a los rehenes que regresaron a Israel y, más aún, a los que aún permanecen en cautiverio en la tenebrosa oscuridad de los túneles de Hamás.
Un total de 78 mujeres y niños israelíes y otros 24 ciudadanos extranjeros fueron devueltos a Israel desde Gaza durante la reciente tregua de siete días, después de haber estado retenidos en las garras de Hamás durante unos 50 días desde que fueron tomados violentamente como rehenes el 7 de octubre, el día más trágico para el pueblo judío desde el Holocausto.
Con los horrores del cautiverio marcados en sus almas, 39 niños y niñas rehenes regresaron a Israel, un gran alivio para todas las madres judías alrededor del mundo que sentimos a esos niños como nuestros propios hijos.
Mientras tanto, Hamás y quienes apoyan a este barbárico grupo terrorista intentan justificar lo injustificable y vender una imagen falsa de buen trato a los rehenes. No obstante, ya han salido a la luz los terribles detalles de las atrocidades de las que fueron víctimas los pequeños rehenes.
Hay niños y niñas que fueron golpeados, drogados y maltratados. Algunos fueron marcados con tubos de escape de motocicletas ardientes para identificarlos y que no escaparan. También los obligaron a ver las brutales imágenes de la matanza y los amenazaron con metralletas para que no lloraran. En fin, fueron abusados física y psicológicamente por sus captores, quienes les decían que sus padres se habían olvidado de ellos, y que nadie los iría a buscar; que permanecerían en esos túneles húmedos y oscuros para siempre. ¡Cincuenta días con poca agua y comida, sin poder bañarse, con sus heridas sin tratar, sin luz ni esperanza!
Janucá es la fiesta de las luces, de la esperanza, de la lucha del bien contra el mal. Esperanza que a veces es difícil sostener cuando ves a niños que apenas susurran, cuando piensas en los que aún están encerrados, cuando escuchas los relatos de agravios y no alcanzan los manuales médicos para entender la profundidad del trauma infligido.
Pero la gran enseñanza de Janucá es la aspiración a no renunciar a encender la luz. Porque los guerreros macabeos lucharon para que la voz del alma judía no fuera amordazada ante la amenaza colonial griega. Y encendemos ocho velas en la janukiá por un milagro que sucedió tras la destrucción del Templo, cuando un frasco de aceite destinado a tan solo un día fue suficiente para que las velas ardieran durante ocho.
Cada uno de los menores raptados por Hamás representa una vela encendida que nos recuerda que la lucha que se está librando no es tan solo de Israel, sino también del mundo civilizado contra la barbarie.
Las luces continuarán brillando después de Janucá. Si bien el fuego se puede extinguir, el mensaje de esperanza y luz perdurará. Los rehenes que regresan a casa son un testimonio vivo de esa resiliencia milenaria del pueblo judío a lo largo de su historia, de la fuerza que contiene la esperanza. Por eso el himno de Israel se llama Hatikva, La Esperanza.
En nombre de los rehenes debemos seguir luchando contra el terrorismo, los prejuicios y la intolerancia. No hay que bajar la cabeza, como en siglos pasados, sino hacer frente al odio y luchar juntos y juntas por un mundo donde nunca más civiles inocentes pasen sus días y noches en la penumbra y el sufrimiento de los túneles del terrorismo y la crueldad.
En este Janucá oramos por otro milagro: la liberación de todos los rehenes.
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